Crónica de viaje: Houston (febrero, 2015)

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Crónica de viaje: Houston (febrero, 2015)

04 Junio 2016

Por Carla Repetto

Febrero, 2015. Houston.

Me cuesta bastante lograr describir cómo me siento en Houston. Quizás no sea qué siento o cómo me siento, porque quizás no sienta nada. Es más bien una sensación sostenida. Porque a diferencia de la mayoría de las sensaciones, esta no llega al punto de caerse o de hacerse realidad, esta no tiene evolución.

Es una impresión que yace entre lo que veo y lo que no veo. Es una tela tendida entre mi cuerpo y lo que está fuera de mí. Es decir, no me cubre.

¿O sí?

Houston es mi ciudad. Mucho cemento, casas bajas, no hay edificios de más de tres pisos, solo en los alrededores del Downtown. ¿Mencioné que hay mucho cemento? Autopistas, calles, bulevares, avenidas, rutas, puentes, cambios de sentido, doble mano, bifurcaciones. La vista se resume en rutas que solo los vehículos pueden ocupar.

Eso. Muchos autos, camionetas, camiones, grúas, muchísimos neumáticos.

Houston es súper extensa. Larga y ancha. Abarca distancias interminables. Hasta para hacer un mandado, sí o sí, hay que hacerlo en auto. No existe, ni por asomo, la opción de ir caminando.

Simplemente no - existe.

Es que, claro, si no hay veredas, ¿por dónde vamos a caminar? no hay sendas peatonales, todo está edificado de manera tal que termina resultando incómodo caminar por ahí o por allá o por el otro lado, no se puede. No es una opción.

Varias veces tuve la impresión de estar en un set de filmación. Esto debió haber sido una maqueta creada con el fin de funcionar y ser funcional, claro, al punto de rozar con lo plástico. Es sintética.

O las películas son muy fidedignas o esto es todo mentira.

A veces me siento a fumar en los cordones de los estacionamientos, hay unos que son grandes, generalmente donde están los supermercados, esos son los mas grandes, donde está Walmart, Kroger, Fiesta, H-E-B o Whole Foods. Ahí es donde me entretengo buscando la salida del centro comercial, de este espanto de shopping del que no puedo escaparme más que yéndome a casa, otro shopping, por cierto. Trato de salir del encierro mental que me propone esta estructura y también fracaso.

Acá las casas las hacen compañías, ¿se entiende? compañías, no personas. Grandes empresas constructoras que hacen todas las casas iguales. Los colores, el alto. Todo está premeditado, nada es espontáneo. No existe margen de error o de distinción, más que el que ellos dejan que exista. Está controlado. Todo.

Hace poco vi una película de Meryl Streep, "The Giver" (o "El Dador de Recuerdos"), basada en la novela de Lois Lowry, que describe la vida en un mundo perfecto a raíz de la erradicación de todas las diferencias y posibles causas de disensión. Los protagonistas y actores de reparto simulan familias que viven en una sociedad perfectamente diseñada y controlada. A cada uno se le designa una misión para la cual deben estudiar, prepararse y volverse profesionales, algo así como una carrera universitaria, muy similar al método de formación que utilizan en la película de Harry Potter. Estas decisiones triviales, asignar una misión a cada quién, las toma un grupo colegiado de ancianos, que argumentan ser sabios.

La trama parece sencillamente una boludez, pero lo que llamó mi atención fue que para eliminar la maldad y los problemas, en general, optaron por eliminar, directamente, todas las emociones, los colores, olores, sonidos, todo lo relegan al olvido. Y lo que me sorprende es que sea tan lógico. Que así sea como, a simple vista, para muchos se termina todo. Y bueno, claro, Houston me hizo acordar a eso.

Blog de Carla Repetto: carlabelenrepetto.tumblr.com - Foto: Magalí Costa: magalicosta.tumblr.com