“Creo en el humor como herramienta para mostrar despiadadamente y sin maquillaje realidades que nos rodean”

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“Creo en el humor como herramienta para mostrar despiadadamente y sin maquillaje realidades que nos rodean”

13 Junio 2022

El multipremiado dramaturgo y guionista, Miguel Ángel Diani dialogó con AGENCIA PACO URONDO a raíz de la publicación del libro Elefantes y otros textos teatrales. El próximo sábado 18 de junio se estrenará en el Teatro del Pueblo, una de las obras que integra el libro, “El chico de la habitación azul”, con dirección de Enrique Dacal. Actúan: Hugo Men, Amancay Espindola y Gabriel Nicola. El libro cuenta también con un prólogo y estudio crítico del dramaturgo Luis Sáez y la autora Cristina Escofet. El dramaturgo reflexionó sobre su relación con el grotesco, el absurdo, el teatro de la crueldad, el origen de la escritura y muchos temas más.

AGENCIA PACO URONDO: El libro está compuesto de cinco obras. ¿Qué podría decir sobre el origen de la escritura de estas obras?

Miguel Ángel Diani: Las cinco obras tuvieron un origen de escritura distinto. En el caso de “Elefantes” me propuse escribir una especie de cuento al estilo de los hermanos Grimm. Infantil y siniestro a la vez. Y todo nació con la imagen de unos padres que querían matar a sus hijos para tapar los abusos cometidos, y para hacerlo los convencían de llevarlos a un lugar inventado, onírico, donde todo es lindo y bueno, y donde no hay dolor ni sufrimiento. En ese lugar todos mutan y se transforman en felices elefantes.

En “Mordedores” lo primero que apareció fue la historia de unos seres oscuros, milenarios, que pasé a llamar mordedores. Esta también tiene estructura de cuento siniestro. En este caso me propuse jugar con una supuesta historia de realismo mágico y alimentar esa idea en el espectador. Hacerlo dudar sobre qué historia le estaba contando. ¿Qué estaba pasando en realidad en esa casa? ¿Era una historia mágica o terriblemente terrenal? Luego apareció ese pueblo perdido y la historia de un crimen sin resolver.

“El extraño caso del señor oruga” nació hace tiempo. Era una vieja idea que me daba vueltas en la cabeza. El punto de entrada fue la letra de una canción. Esta contaba la problemática en un condominio. Y se me ocurrió juntar esa idea con las palabras dichas durante un sermón, en el año 1946, por un pastor luterano alemán y antinazi, llamado Martin Niemöller: “Ahora vienen por mí pero es demasiado tarde”. Luego este poema fue atribuido, erróneamente, a Bertolt Brecht. Quise hablar sobre la falta de empatía en la sociedad. Hablar del sálvese quien pueda, de la falta de generosidad. Trabajé con los vínculos familiares, pero esta vez atravesados por lo social.

APU: ¿Y “El chico de la habitación azul” cómo apareció?

M.D.: Lo primero que me apareció fue la imagen de un joven encerrado por sus padres en una habitación de la casa. Confinado allí, desde niño, sin poder salir. En la vida real está plagado de estos casos de retener contra su voluntad a alguien y someterlo. Pero en este caso lo hacían, supuestamente por amor, para protegerlo del afuera. De la terrible sociedad. En realidad esos padres son monstruos que devastaron la infancia de un chico hasta convertirlo en uno de su propia especie. Con el agravante de que ese padre también era verdugo de otras personas. Una realidad que nuestro país supo padecer. “Casi millonarios” nació de la idea intelectual de mostrar los desclasados sociales. Pero no los más humildes y vulnerables, sino una familia de clase media, a la que le hicieron creer que pueden pertenecer a otro estrato social, pero que luego de que los usan, los descartan y terminan sin nada. En este caso me pareció interesante llevar al límite la situación, poniendo a esta familia de clase media en situación de calle.

APU: En una entrevista en Página 12 usted señala que cuando se sienta a escribir no sabe qué es lo va escribir hasta que lo descubre escribiéndolo, ¿cómo es ese disparador y ese proceso?

M. D.: Nunca sé qué voy a escribir cuando escribo. No lo sé. De verdad no lo sé. Todo comienza con una frase, una idea, un disparador que puede ser desde un graffiti que veo en la calle, hasta una canción. Un sueño, una discusión con mi mujer o algún comentario de un amigo. Y a partir de ahí algún personaje empieza a contar la historia, pero realmente yo no sé qué voy a contar. Eso me produce una gran angustia y placer a la vez. Y que te produzca más placer que angustia depende únicamente de mí. Depende de lo bien que construya los personajes. Una vez que creaste aunque sea un personaje, él te va a ir contando una historia. Todo es alegría. Ese personaje tal vez luego te pida compañía y entonces aparece un co protagónico o un antagónico. Y ellos siguen haciendo el camino.

Luego de las primeras 10 o 15 páginas de cualquier texto que escribo comienza a empantanarse la historia. Los personajes ya no me hablan tanto. Les pregunto pero no me responden. A veces se dignan a hablarme y me piden un personaje más. Yo no quiero y ahí estalla el caos. Todo se detiene y viene la angustia. No sé cómo voy a seguir.  Entonces dejo descansar el material. Y vuelvo a dormir. Porque esos días de angustia seguramente me tienen un par de noches de mal dormir. Pasan unos días que pueden ser meses, y  como siempre sucede después del caos aparece la luz. Retomo el diálogo con los personajes. Intento ayudarlos a continuar la historia. Vuelve el goce. Un momento en donde este reto es más creativo y vos conjuntamente con los personajes que creaste vas hacia el final. Va apareciendo lo que quería contar. Algo que no sabía, pero que seguramente estaba en mi subconsciente. Después viene la parte profesional, la técnica para ver la estructura, los tiempos, redondear la historia, afinar los diálogos y la magia final: el título. Casi siempre me aparece el título al final. Ese sí lo pongo yo.

APU: En las obras de Elefantes y otros textos hay un sello vinculado al grotesco, o esta dimensión de humor frente a lo dramático…

M.D.: El grotesco es un género donde uno puede reírse de las situaciones más tremendas. Y es un género que me encanta para contar historias. Pero no solo transito el grotesco argentino, sino que también exploro sobre el absurdo, el teatro de la crueldad y el humor negro. Generalmente me involucro con estas distintas poéticas sin proponérmelo. Todas estas influencias estéticas están ligadas a mi gusto por ese tipo de teatro. Creo además en el humor como herramienta para mostrar despiadadamente y sin maquillaje realidades que nos rodean. No juzgando pero sí exponiendo.

APU: Uno de los temas centrales en las obras es la recurrencia de los conflictos dentro de la familia. ¿Qué hay detrás de esa búsqueda de conflictos?

M. D.: La familia es un núcleo maravilloso donde podemos ver todo el arco de las miserias y las virtudes de las relaciones humanas. Permanentemente pasamos de víctimas a victimarios. Es un círculo vicioso donde las relaciones humanas se muestran sin velo. Donde los conflictos interactúan permanentemente. Lo que yo trabajo en mis textos es exacerbar estos vínculos. Es la forma de mostrar de una manera clara los conflictos de las relaciones. Dicen que si pintas tu aldea pintarás el mundo. No hago otra cosa que eso.

APU: ¿Cuáles son sus referencias en el teatro?, ¿es posible leer un diálogo entre sus textos y las obras de Samuel Beckett o Discépolo?

M.D.: Me gustan mucho Ionesco, Beckett, Kafka, Fernando Arrabal, Tito Cossa, Pavlosky y Ricardo Talesnik. Mi teatro está empapado de todos ellos. Y por supuesto también de Discépolo. Los llevo en mí y es inevitable que se cuelen en mi escritura. Siempre están rondando por mi cabeza y sus poéticas me inundan. Uno es la sumatoria de sus padres, de sus amigos y también, en el caso de un dramaturgo, de los autores que ha leído.