Editorial de Dardo Cabo (El Descamisado) luego del asesinato de Rucci

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Editorial de Dardo Cabo (El Descamisado) luego del asesinato de Rucci

24 Enero 2011

Introducción de Horacio Bustingorry

El presente editorial fue escrito por Dardo Cabo una semana después del asesinato de José Ignacio Rucci. Cabo resume en su propia biografía la faceta más trágica del peronismo. Su madre murió víctima de un derrame cerebral causado por el temor que le provocaron las bombas arrojadas por la aviación naval el 16 de junio de 1955. El padre de Dardo, Armando Cabo, fue un reconocido dirigente metalúrgico vandorista que se encontraba en la confitería La Real de Avellaneda el día del enfrentamiento entre grupos antagónicos del movimiento que dio lugar al libro de Rodolfo Walsh “¿Quién mató a Rosendo?”. Dardo siguió su itinerario político por el lado opuesto al de su padre y pasó a formar parte de la agrupación Descamisados y luego se integró a Montoneros. Secuestrado por los grupos paramilitares de López Rega, finalmente fue asesinado y desaparecido por la última dictadura en enero de 1977. Los bombardeos de 1955, las divisiones internas del peronismo, el accionar asesino de la Triple A y las desapariciones de la última dictadura fueron hechos cruciales en la vida de Dardo Cabo. Estas circunstancias realzan el interés por su testimonio sobre el asesinato de Rucci

El editorial fue escrito desde la vereda de enfrente al hasta entonces secretario general de la CGT. Pese a que las críticas a la figura y al espacio político de Rucci no fueron aminoradas, Cabo ensayó un relato matizado buscando en algún punto suturar la herida que se había abierto al interior del movimiento. En cierta medida logró visualizar que se había traspasado un límite y que era necesario “parar la mano”. La tarea correspondía por igual a ambos bandos enfrentados.

Este testimonio es de una riqueza inigualable y resulta pertinente para revisar el periodo 1973-1976 desde una perspectiva renovada. Quiénes creemos que la experiencia iniciado en mayo de 2003 representa una línea de continuidad histórica con los gobiernos peronistas clásicos y de la década del 70 debemos revisar las causas del fracaso del proyecto nacional y popular que comenzó a llevar a cabo el FREJULI el 25 de mayo de 1973. La exhumación de este escrito es un aporte en ese sentido.

Editorial (Publicado en El Descamisado. Año 1 Nº 20. 2 de octubre de 1973)

Ante la muerte de José Rucci

La cosa, ahora, es cómo parar la mano. Pero buscar las causas profundas de esta violencia es la condición. Caminos falsos nos llevarán a soluciones falsas. Alonso, Vandor, ahora Rucci. Coria condenado junto con otra lis­ta larga de sindicalistas y políticos. Consignas que augu­ran la muerte para tal a cual dirigente. La palabra es "traición". Un gran sector del movimiento peronista, considera a un conjunto de dirigentes como traidores y les canta la muerte en cada acto. Estos dirigentes a su vez levantan la campaña contra los infiltrados, proponen la purga interna. Arman gente, se rodean de poderosas custodias personales y practican al matonaje como algo cotidiano. Como es toda esta historia, cuando comenzó la traición y cuando comenzó la muerte.

Los viejos peronistas, recordamos a estos burócratas hoy ejecutados o condenados a muerte. Los conocimos luego de 1955, cuando ponían bombas con nosotros. Cuando los sindicatos logrados a sangre y lealtad, recupe­rados para Perón y el movimiento, eran casas peronistas donde se repartían fierros y caños para la resistencia y de donde salía la solidaridad para la militancia en com­bate o presa. Coria guardaba caños en Rawson 42, el local de la UOCRA, allí se armaban bombas y se preparaba la resistencia; Vandor bancó la mayoría de las células más combativas del movimiento. Eran leales, eran queridos, habían llegado a los sindicatos por elecciones y represen­taban a la base del gremio; más allá que le gustaran las carreras o tuvieran un vicio menor, "los muchachos los querían" y en serio. Perón confiaba en ellos.

No tenían matones a sueldo, en cambio amigos en serio los acompañaban. Si uno quería hablar can Vandor podía invitarlo a la esquina de Rioja y Caseros o caerse al mediodía en un boliche a cuadra y media del sindicato, agregarse a la mesa o apartarlo a una cercana. Las puer­tas de los sindicatos estaban abiertas, siempre. A lo su­mo una mesa de entradas con un par de muchachos con algún fierro, pero sin mucha bulla, más para cuidar las fierros que adentro se guardaban que para cuidar a nadie. ¿Quién iba a matar a Vandor en 1962?

Pero de pronto las puertas se cerraron, o fueron reem­plazadas por sólidos portones con sistemas electrónicos. Ya no andaban con amigos, sino "con la pesada". Su vida rodeada del secreto impenetrable. Las elecciones en los sindicatos iban precedidas por una intrincada red de fraudes, tiros, impugnaciones, expulsiones. Denuncias de las listas opositoras y todo un sucio manejo que dejaba como saldo una gran bronca: delegados echados, afilia­das expulsados, acusaciones de troskos o "bichos colo­rados" que justificaban el arreglo con el jefe de personal para arreglar el despido.

También las versiones: se negociaba con el enemigo, se apretaba a Perón, se guardaban sus órdenes o no se cumplían. Perón tiraba la bronca: "hay que cortarles las patas'' o "los traidores generan anticuerpos". Y la bron­ca se extendía. Rosando García cayó en una bronca entre pesados. Alonso en una limpia operación comando. Los métodos se tecnificaron al mismo ritmo de la traición. A puertas electrónicas: tiros dirigidos con telescopio. Se decía siempre que era la CIA.

Pero la bronca estaba adentro. Una historia de trai­ciones, negocios con el enemigo, levantamiento de paros, elecciones fraudulentas, apretadas a Perón. Uno tras otro los cargos se acumulaban. A más, los matones ha­cían las suyas: sacudían a los periodistas, reventaban militantes, impunes recorrían la ciudad armados, si caían presos salían enseguida. La policía empezó a protegerlos. La división se agravó, se agrava cada vez más.

Rucci era un buen muchacho. Lo cargaban en la UOM cuando andaba (mucho antes de ser siquiera interventor en San Nicolás) con saco y corbata. Hasta trabita usaba, y el Lobo lo cargaba. Pero no era mal tipo. Tenía su his­toria de resistencia, de cárcel. Las había pasado duras, como cualquiera de nosotros. De pronto aparece en al campo de Anchorena prendido en una cacería del zorro. Apoyando a Anchorena para gobernador de la provincia da Buenos Aires. ¿Quien entiende esto?

Algo debe tener de transformador eso de ser secreta­rio general. Algo muy grande para cambiar así a la gen­te. Para que surjan como leales y los maten por traidores.

Por eso no hay que disfrazar la realidad. El asunto está adentro del movimiento. La unidad sí, pero con ba­ses verdaderas, no recurriendo al subterfugio de las pur­gas o a las cruzadas contra los troskos. No hay forma da infiltrarse en el movimiento. En el peronismo se vive co­ma peronista o se es rechazado. No se puede pretender que la mitad de la gente que desfiló -por ejemplo- el 31 de agosto frente a la CGT eran infiltrados o que son lo­cos cuando denuncian y piden la cabeza de la burocracia sindical. Por un momento, pensar si no tienen razón. Pensarlo antes de empuñar el fierro y amasijar -por ejemplo-a Grynberg. Porque así la cosa no para.

La unidad así es un mito. Hay que revisar los proce­dimientos antes de llamar a la unidad, porque por ahí quedamos más divididos que ahora. Si se usó el fraude para elegir autoridades en los sindicatos, apelar a abrir la mano y pedir a los trabajadores que limpiamente eli­jan sus conducciones. Si se alentó a la pesada para hacer brutalidades en nombre de la doctrina justicialista, lla­marla y ubicarla en donde corresponda que esté. A laburar en serio, o a hacer pinta con el fierro y pegar un ca­chiporrazo de vez en cuando.

Sin estas condiciones mínimas no hay unidad que valga. Si todos los peronistas no tenemos derecho a ele­gir a quien nos represente, debajo de Perón, en el Movi­miento Peronista, así no camina la cosa. Se va a seguir muriendo gente.

Es cierto que también nos puede tocar a nosotros. Porque por dos veces los pesados le propusieran a Rucci -fue para la misma época en que se "reventó" Clarín- reventar a "El Descamisado". El Petiso, como le decían ellos, los paró. Ahora es posible que se vengan a tirar los tiros que tendrían que haber tirado cuando debieron, porque para eso estaban. Como no cumplieron en la tarea para la cual estaban quieren compensar dándosela a cualquier gil. Ellos están dispuestos a erigirse con sus fie­rros en los dueños da lo ortodoxia. Se sienten los cruza­dos del justicialismo, los depuradores. Porque a su jui­cio todos los que criticaban a José, son sus asesinos. To­dos son troskos, todos son infiltrados.

Nosotros, desde estas mismas páginas criticamos a José Rucci y lo hicimos duramente. Su muerte no levanta esas críticas, porque no las modifica.

Todos los sectores del Movimiento, incluyendo a la Juventud Peronista y la Juventud Trabajadora Peronista, incluso la Juventud Universitaria Peronista, sectores desde donde provino la más dura oposición a los métodos que usó José Rucci, lamentaron esta violencia que termi­nó con la vida del secretario de la CGT.

Pero acá todos somos culpables, los que estaban con Rucci y los que estábamos contra él; no busquemos fan­tasmas al margen de quienes se juntaron para tirar los tiros en la Avenida Avellaneda, pero ojo, acá las causas son lo que importa. Revisar qué provocó esta violencia y qué es lo que hay que cambiar para que se borre entre nosotros. Para que no se prometa la muerte a los traido­res y para que la impunidad no apañe a los matones, ni el fraude infame erija dirigentes sin base.

Si la cosa es parar la mano para conseguir la unidad, habrá que garantizar los métodos que posibiliten que los dirigentes sean representativos. Habrá que desarmar a los cazatroskos y fortalecer doctrinariamente al peronis­mo como la mejor forma de evitar las infiltraciones.

No es con tiros como van a "depurar" el Movimiento. La única verdad la tiene el pueblo peronista. Dejemos que al pueblo se exprese.