Viejas banderas de lucha

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Viejas banderas de lucha

20 Enero 2017

Por Ernesto Jauretche 

Recibí muchas más adhesiones que críticas por el contenido de mi último breve saludo de año nuevo, que voy a repetir al pie para quienes no lo hayan conocido. Pero, soy un político: mi misión es conquistar nuevas voluntades. Y, entonces, claro, voy a referirme a las opiniones de los que manifestaron su disidencia, en casos muy radical (con perdón de la palabra), sobre todo con aquello de la calificación de cobardes y traidores a quienes no militan cuando la Patria está en peligro. Y valga nuestro presente como ocasión.

Aunque reconozco que a ciertos compañeros sensibles la violencia verbal les provoca algún padecimiento, no retrocedo ni un solo tranco en mi convicción y ratifico aquella declaración en todos sus términos. No obstante, lo que me preocupa más, es que a algunos les parezca inapropiada o desmedida, y hasta agresiva (ya que no la va con eso del “diálogo”, los “consensos”, la “gobernabilidad” y el largo etcétera del “autoritarismo” y la “herencia”). En general, el argumento es “hay que unir”.

Yo pregunto: ¿unir a quiénes y para qué?

Me reafirmo en mis trece entonces, avalado tanto por una experiencia personal como por lo que exhibe la escena histórica pública.

Como muchos han adivinado, la frase en cuestión no me pertenece. Es de un médico, psiquiatra, filósofo y escrito r, un mulato nacido en el Caribe que fue destacado miembro del Frente de Liberación Nacional argelino: el doctor Frantz Fanon. Su vida y sus trabajos, principalmente “Los condenados de la tierra”, se leyeron e inspiraron masivamente a la militancia política a la que yo pertenecía allá por los años 50 y 60 en Argentina. Para nosotros, espectadores de una sangrienta guerra de liberación antiimperialista, era la verdad revelada (hoy exclamaríamos: “TODOS SOMOS ARGELIA”).

Ya veremos qué otras garantías avalaban el acierto de aquella afirmación tan intransigente, pero a ver si convenimos en que Fanon no debió estar equivocado.
La Guerra de Argelia o Guerra de Liberación de Argelia del imperio colonial francés terminó en 1962 y, como la nuestra en la batalla de Suipacha en 1812, con una enorme victoria llena de abnegación y osadía de los revolucionarios, que trascendió como mensaje a toda el África aun colonial y hasta todo el entonces llamado Tercer Mundo. Podríamos comparar a Fanon con el mariscal Antonio José de Sucre, que continuó hasta su epílogo la hazaña sanmartiniana: más allá de las nítidas coincidencias en sus objetivos políticos, en cuanto a métodos y disciplinas, Frantz Fanon y José de San Martín compartían un mismo sentimiento épico.
Y esto no es una boutade (ya que de franceses viene la mano) porque, conceptualmente, el Libertador había dicho algo sugestivamente muy parecido un siglo antes: “Cuando la Patria está en peligro todo está permitido, menos no hacer nada”. Esto es ideología y no mística. Es mandato, no discurso. Desoírlo es cobardía o traición (¿o no?). San Martín le puso alma y cuerpo –enfermo y todo- a su militancia.

Veamos.

Con ellos como faro iluminador de la existencia, mi generación (la del ´60, que convergió –o tal vez la parió- con la del ´70) pretendió ser continuadora de la primera emancipación: fue criada y forjó su conducta a la luz de un criterio ético sanmartiniano inmanente que en su momento sintetizó Perón: la concepción heroica de la vida.

“Estos movimientos triunfan por el sentido heroico de la vida, que es lo único que salva a los pueblos; y ese heroísmo se necesita no solamente para jugar la vida todos los días o en una ocasión por nuestro Movimiento, sino para luchar contra lo que cada uno lleva dentro, para vencerlo y hacer triunfar al hombre de bien, porque al partido lo harán triunfar solamente los hombres de bien”.

Más explícito estuvo aun cuando sentenció: “Cuándo está en riesgo el destino de la Patria, es un crimen de lesa Patria no estar en ningún bando”.

Nunca Evita se quedó atrás y su larga consigna (una de muchas), que la militancia de la resistencia pintaba en las paredes -tantas veces interrumpidos por la policía- como murales noticiosos de la época: “La Patria dejará de ser colonia o la bandera flameará sobre sus ruinas”, no es precisamente un modelo de conciliación política con el adversario ni de entendimiento con el enemigo.

¿Porqué? Simple, explícitamente: la verdadera batalla no es entre dos modelos de Nación sino entre un proyecto de Nación justa, libre y soberana y un proyecto de colonia, de antinación, de antipueblo, de entrega a intereses extranjeros, de robo a la población y saqueo al terruño (con Rivadavia llegó a gobernar la Baring Brothers, durante Mitre y Sarmiento reinó el señor Remington, en la “década infame” gobernó la Cámara de Negocios inglesa –que hasta nombró un Presidente-, con Aramburu el FMI, cuando Frondizi la Estándar Oil y para qué seguir: hoy gobierna la Escuela de Negocios de Harvard).

En aquella añorada época no se andaba con remilgos y nadie tenía pelos en la lengua. No había tiempo de asustarse del lenguaje; como ahora, asustaba la realidad, pero todos nos hacíamos cargo de lo que pensábamos en vez de andar discutiendo sobre si las formas de decirlo eran más o menos amables o respetuosas (uno de los títulos referidos a los gobernantes que causó la clausura del diario Democracia fue: “Gente mala, que anda apestando la tierra”; mi tío Arturo hizo los suyo: “Napoleón era sarnoso”).

En esta misma línea de palabra, pensamiento y acción, en su momento, a nosotros, los de mi generación, cultores a rajacincha de esos paradigmas éticos y morales que hicieron la Nación, tampoco nos fue tan mal. Conducidos por Perón, en una política de Estado integral, inquebrantable entrega revolucionaria y también algunos fierros (porque a veces fue necesario responder a la violencia con violencia), recuperamos el cadáver de Evita y trajimos a Perón, ganamos las elecciones del 73 y reconquistamos el gobierno después de 18 años de proscripción, liberamos hasta el último preso político e hicimos una justicia para los postergados, pusimos los hospitales, la escuela, la universidad y la ciencia al servicio del pueblo, instalamos políticas de estado modernas, nacionales y populares, en dos años bajamos la deuda externa a cero y recuperamos hasta el 51 % de la participación del trabajo en la distribución del PBI, abrimos el comercio a la URSS y a Cuba y sentamos las bases de acuerdos continentales para la Patria Grande. Todo en un inédito marco de libertades públicas y movilización social, donde florecieron todas las expresiones de las bellas artes y la cultura.

Salvo aquellos descerebrados que todavía insisten en que el golpe del 76 fue necesidad de orden o culpa de los montoneros y no determinación de la junta cipaya que en casa de Martínez de Hoz en el edificio Cavanagh (García Lupo dixit) conspiraba contra la democracia con empresarios, militares, sacerdotes y diplomáticos, la inoperancia de Isabelita, la insensatez del ministro Rodrigo y la ofensiva desestabilizadora de la Triple A de López Rega, la traición de algunos sindicalistas y los negocios con la embajada norteamericana, nadie puede negar que esos fueron tiempos de festejos y de alegría de los de abajo (eso que tanto ofende a las clases altas).

No fuimos genios. No fue magia. Fue un pueblo movilizado, un movimiento organizado, un frente político al servicio de un proyecto social hegemonizado por los trabajadores y un programa revolucionario, síntesis de las demandas económicas, sociales y políticas de una sociedad despierta y dinámica de cara al futuro. Y una militancia política, sindical, territorial, social, estudiantil (que llamábamos “los frentes”); allí donde se juntaban más de tres había una célula revolucionaria que ejercía un apostolado sobre la base de que hasta la vida se entrega por la lealtad a los compañeros y el ideal de un patria grande con un pueblo feliz. Militancia. Combate al injusto orden establecido. Construcción de un nuevo orden popular. Apuesta al futuro. Sin cobardes ni traidores.

Desde entonces, sólo les ha ido bien a Néstor y Cristina, que no son justamente ejemplos de lenguaje moderado, de buenos modales, ni de resignación ni tolerancia con la injusticia (sin concesiones, Néstor llamó “asesinos” a los generales del Proceso; Cristina le acomodó un “golpistas” a los banqueros). Levantaron las antiguas y poderosas banderas de la ética de la igualdad y el principio de que los derechos no son discurso ni relato: sólo son verdaderamente derechos aquellos que se conquistan con la lucha. Y hoy están en entredicho.

Militar es eso: no transar. No callar. No conceder. No resignarse. No abandonar al otro; cargar su mochila si lo necesita.
Militar es no rendirse nunca.
Militar es jamás perder la esperanza.

Lo dijo el poeta: “Somos un pequeño regimiento de un ejército invencible: el de la clase trabajadora del mundo entero”.

Lógica neoliberal es si yo gano, todos ganamos. La nuestra es: si todos ganamos yo gano. Aquel que no se atreve a combatir la injustica social es un cobarde. El que puede y se calla o se aprovecha del débil es un traidor.

Yo se que ahora vendrán caras extrañas. Alguno va a decir: “Este Jauretche se quedó en los 70”. Otros, para devaluar los argumentos, hasta me van a compadecer: “son cosas de viejo”.

Sin embargo, yo creo firmemente que es llegada la hora de refundar el histórico movimiento nacional y popular, que no se cómo se va a llamar (y no importa).
Se hará sobre las enseñanzas que nos dejaron San Martín, Bolívar y Artigas y los americanos de la emancipación, la bravura de los caudillos federales, la templanza de Dorrego, el talento argentino de Juan Manuel de Rosas, las certezas republicanas de Yrigoyen, la bizarría intelectual de los forjistas y el peronismo de Perón y Evita, la conciencia de clase de los hombres que redactaron los programas de La Falda, Huerta Grande y el 1° de Mayo del 68, y el coraje civil de Cámpora, el desafío del kirchnerismo y la entrega de los 30 mil, ¡porque no nos han vencido!

Se trata de convocar a una gran empresa común, aún con sectores que por errónea inteligencia de su verdadera ubicación social suscriben todavía un papel cultural que aparece como enfrentado a los intereses nacionales y populares. Pero, LA VIDA TE DA SORPESAS.

Ambiciosos de poder, individuos que se desviven por participar en actividades sociales habitualmente inalcanzables al hombre de a pie para estar en las pantallas, políticos profesionales ricos, sin principios políticos y sin ética revolucionaria, pueden ser útiles para trepar algunos escalones en la larga escalera hacia el poder. Son imprescindibles, eso sí, para seguir desprestigiando la política como la más noble de las actividades humanas y obturar el camino a los nuevos, a los más aptos, a los más sanos representantes del pueblo. Pero sin mística ni compromiso lo más probable es que puedan llevar al triunfo a una sigla popular con historia, para que al día siguiente los elegidos traicionen desde sus bancas y lugares conquistados el mandato recibido.

Esa película ya la vimos. Pasó. Por suerte. ¿Volverá?

Mientras no recuperemos el idioma en que se pronuncia REVOLUCION sin espantarnos, si no resucitamos los conceptos y principios básicos de la militancia, no habrá reconquista del poder. Hay que romper el sentido común dominante, manufacturado por las agencias de relaciones públicas y el aparato de inteligencia del imperio, que impone pensar la política como Partido en su expresión corporativa, y reinstaurar la idea del Movimiento en tanto continente de las demandas reales que nutren el debate político y generan las necesarias y renovadoras representaciones políticas desde las bases.

Apenas, quizás, en los próximos turnos electorales se lograrán interesantes y bienvenidos avances electorales sobre algunos espacios no decisivos de la hegemonía colonialista. No los temamos: sobre ellos, dentro de ellos, dramáticamente, en el inevitable conflicto gramschiano (cuando lo viejo no termina de morir y lo nuevo no acaba de nacer) florecerá LO NUEVO.

Porque no hay criaderos de ideología ni la militancia se engendra en un invernadero.

La madre de todas las victorias es la batalla; en la pelea, en la experiencia, en la praxis, en el acierto y en el error los pueblos construyen la historia de la Patria. El militante es el panadero: le pone leudante a la masa; la harina es la multitud.

Perón termina de aclararlo: “Ante esto, no creo que las expresiones revolucionarias verbales basten. Es necesario entrar a la acción revolucionaria, con base organizativa, con un programa estratégico y tácticas que hagan viable la concreción de la revolución. Y esta tarea, la deben llevar adelante quienes se sientan capaces. La lucha será dura, pero el triunfo definitivo será de los pueblos. Ellos tendrán la fuerza material circunstancialmente superior a las nuestras, pero nosotros contamos con la extraordinaria fuerza moral que nos da la convicción en la justicia de la causa que abrazamos y la razón histórica que nos asiste”.
La tarea militante de hoy, es crear la nueva historia del MOVIMIENTO NACIONAL, popular y revolucionario.

Escribamos nuestra historia, la que queremos registren y homenajeen en el futuro las generaciones que nos precederán. Es nuestra labor actual; si no la cumplimos por responsabilidad ante los mayores, al menos hagámoslo por vergüenza frente a los que vendrán.

Rara avis de estos tiempos es aquel que dice lo que piensa y hace lo que dice.

Por eso, Rodolfo Walsh tuvo que dar su vida por un mandamiento que hoy, inexcusable, recobra toda su eficacia: “Agraviados en nuestra dignidad, heridos en nuestros derechos, despojados de nuestras conquistas, venimos a alzar en el punto donde otros las dejaron, viejas banderas de lucha”.

PD:
ESTE 2017 SERÁ HISTÓRICO
PERO NO PARA ALQUILAR BALCONES
Cuando la Patria está en peligro,
todo aquel que no milita es un cobarde o un traidor.
Ellos vienen por todo.
Nosotros vamos por más.
VIVA LA PATRIA
VIVA PERON

RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs).