Una diatriba para la humanización política

Una diatriba para la humanización política

29 Febrero 2016

Por Adrian Dubinsky

“Incumbe a la política ganar derechos, ganar justicia y elevar los niveles de la existencia, pero es menester de otras fuerzas. Es preciso que los valores morales creen un clima de virtud humana apto para compensar en todo momento, junto a lo conquistado, lo debido.”
Juan Domingo Perón

En tiempos revoltados por necesidades materiales y teóricas, en tiempos de Cambiemos, en los cuales el cambio es ominoso, perverso, como una broma macabra realizada por una especie de máquina encarnada en el hombre, es necesario revisar fuentes teóricas que sustenten nuestro camino, que solidifiquen nuestras convicciones, que las despejen de malezas que hagan confundir novedad o aggiornamiento con malversación ideológica, con fraude de fe doctrinaria.

El advenimiento del orden digital del mundo, trajo aparejado el control y la lucha por una supremacía difícil de conseguir dado lo expositivo y diáfano que se tornó la episteme que nos rige, lo lábil que se ha vuelto el poder hegemónico, ya que desde la misma noción de su existencia este comienza a diluirse. La licuación de ese poder plantea un horizonte de disputa, de lucha por el sentido de las cosas, de posición ética ante los vericuetos de la legalidad imperial; una legalidad despojada, cada vez más, de humanismo. Los tratados de libre comercio que impulsa EE. UU. y que tan bien le caen al actual presidente, son un claro ejemplo de ejercicio del poder mediante algoritmos que procuran optimizar las ganancias.

En este contexto mundial, en el que el Papa y su representante en la tierra…digo… su representante en la Argentina, Guillermo Moreno , hablan de una tercera guerra mundial; y otros hablan de una Guerra civil de baja intensidad , en la Argentina se aplica una de las estafas al pueblo -e incluso a los votantes que eligieron la opción oligárquica- que solo tiene un correlato histórico con la década infame, la dictadura militar y el régimen del menemato.

La agresión simbólica y el intento de deskirchnerización de la sociedad nos remite al vano intento de desperonización de la misma iniciado en el 55; la oligarquía, llevando como inmensa muleta a una altísima porción de nuestra clase media, media-alta, se obstina en borrar el segundo hecho maldito que los salpica, que les ofende su fino olfato con el hedor de las clases populares del que habla Kusch. Sienten repulsión por la grasa en el Estado, tienen miedo de que venga un santiagueño a dirigir los destinos de la patria, destinos que, por mandato divino, deberían estar en manos de gente como ellos, gente de pro [1]. Con esos dos recelos concretos expresó su sentimiento de clase el actual jefe de las finanzas argentinas, el mismísimo Prat Gay que administró los bienes de Amalita Lacroze de Fortabat, el mismo que fugó capitales de nuestro país.

Uno de los puntos álgidos de la deshumanización en la que intentan sumirnos es la estigmatización de los trabajadores del Estado –los cuales pusieron mucho de sí para calificar el rol del trabajador estatal; ya no hay lugar para la ridiculización que hacía Gasalla del empleado público en los noventa- subsumiendo a todos ellos bajo el rótulo de “ñoqui”, no hace más que calentar el agua para que esos ñoquis se hiervan en breve. Los métodos arbitrarios con los que se manejan no son casuales, sino que se nutren de una estrategia maquiavélica que quiere forzar un quiebre, que quiere violentar las voluntades populares a fin de que estas reacciones en un mismo sentido. Si cayéramos en la trampa, permitiría contar con la adhesión de una gran parte de sus votantes para dar inicio a la temporada de caza. No deberíamos acudir al llamado violento que nos propone el ejecutivo nacional. Tampoco podemos quedarnos de brazos cruzados; ¿Cuál es la respuesta, pues? La respuesta es humana y espiritual, es ponerlos en su verdadero sitio, el de tiranos abominables. Y para ello debemos fortalecer nuestra forma de pensar, tenemos que solidificar los conceptos teóricos que nos brinde el optimismo de que el verdadero cambio es posible, tenemos que saber que es viable reapoderarnos de las palabras y de sus sentidos, que, incluso, hasta podemos recuperar el color amarillo.

Para hallar esas ideas fuerza que nos permitan una reconexión de los nodos que hasta ahora conformaban el Frente para la Victoria -basamento político movimientista que a mi entender debe sostenerse incluyendo al kirchnerismo, al movimiento obrero y al PJ-, y entendiendo el nacional-popularismo –incluso podríamos ya hablar de un continental-popularismo- como nuestra esencia política, esas ideas fuerzas existen en un texto, a mi humilde entender, imprescindible en estos tiempos, y es el discurso que dio Perón el 9 de abril de 1949, en la clausura del primer Congreso de Filosofía de Argentina, en Mendoza.

En aquel discurso, Perón, luego de ofrecer la protocolar bienvenida, hará una aseveración tanto de presidente como de hombre que proviene de la profesión militar y les dice a los oyentes que “Alejandro, el más grande general, tuvo por maestro a Aristóteles. Siempre he pensado entonces que mi oficio tenía algo que ver con la filosofía”. Y allí es donde Perón desarma la imagen de un hombre de pura acción, un hombre de armas tomar sin ningún tipo de tribulación, de hombre fuerte insospechado de dudas existenciales o, según sus adversarios, siquiera humanas. Y es esa imagen en negativo la que ha trascendido luego del golpe del 55, la del dictador militar que va hacia adelante sin contemplar la voluntad ajena. Nada más lejos de la realidad, y nada más lejos aún de su convicción filosófica de unidad con principios, no de unidad colada de vacuidad. Nada más lejano que su voluntad de ser motor de una transformación a escala planetaria que hable de una tercera posición que prescinda tanto de licuefacciones humanas en el gran capital como de desintegraciones en una maquinaria burocrática y despersonalizada.

El advenimiento de Perón a la arena política obedece a un sino –como el mismo dice en la misma conferencia [2]- y sin duda a una necesidad trascendental, de carácter unívoco y que remite a procurar la felicidad popular a través de tres pilares que ahora parecen redundantes, pero que cabe mentarlos para así reafirmarlos: Justicia Social, Independencia Económica y Soberanía Política. Tal compromiso con la política, también se funda en comprender que lo único que procurará esa felicidad, esa cima filosófica eudemonista, es el bienestar concreto y material del pueblo. Para ello, y desde su responsabilidad de conductor de los destinos de la patria y de los hombres y mujeres que la habitan, deduce que “Desde una esfera rectora, al considerar la posibilidad de proveer a los pueblos de buenas condiciones materiales de vida, el problema deja de ser abstracto para convertirse en una necesidad apremiante. El hombre que ha de ser dignificado y puesto en camino de obtener su bienestar, debe ser ante todo calificado y reconocido en sus esencias”. Si no es este el momento del reconocimiento de nuestras esencias, ¿cuándo será, entonces?

Aquella disertación, al igual que este artículo, nace de la íntima convicción que tienen todos los humanos en su tiempo y espacio, aquella que alimenta la idea de que es un momento clave, de vuelta de página. Y tanto en aquel tiempo como en este, ya que en ambos se sostiene que es un momento de crisis de valores, las afirmaciones tendientes a subsanar esos entuertos éticos serán igual de válidas. Al respecto, el mismo Perón dice: “Quizá, para cada generación sean siempre los mismos tal problema y tal verdad”. ¿Será que siempre habrá un problema?

Para despojar de automatismo a estos tiempos, para llegar a desplazar a ese alien mecánico que se apoderó del poder ejecutivo, ese Leviatán atrás del presidente que solo identifica piezas mecánicas y no hombres y mujeres, hay que inducir a un quehacer filosófico y espiritual a aquellos que han sido reificados y numerados, tenemos que interpelar en su condición de sujetos colectivos a cada uno de los individuos en que nos han transformado.

Los tiempos han transcurrido con tal velocidad, que no nos hemos preparado para afrontar humanamente tal vértigo. En ese sentido, y aquí vemos lo pertinente de sus aseveraciones y su vigencia, Perón afirma: “Debemos preguntarnos si, al sobrevenir las radicales modificaciones de la vida moderna, se produjeron las oportunas orientaciones llamadas a equilibrar al hombre conmovido por la violenta transición al espíritu colectivo”. Y luego, para reafirmar lo que yo mismo dije en el párrafo anterior, y para que muchos clarividentes de la política nacional vean que no han inventado nada –ni yo tampoco-, concluye que “En tal coyuntura la filosofía recupera el claro sentido de sus orígenes” y el ejercicio de esa filosofía, ese filosofar debe conducir “al campo visible formas y objetos antes inadvertidos; y, sobre todo, relaciones. Relaciones directas del hombre con su principio, con sus fines, con sus semejantes y con sus realidades mediatas”. Es decir, que no hay filosofía que no tenga al hombre y su relación social como sujeto absoluto a quien proporcionarle bienestar y dicha. Por supuesto, que en estos tiempos la unidad hombre-naturaleza es inescindible, con lo cual es razón propia de subsistencia del humano el cuidado del ambiente que lo contiene, que también late junto a él.

Sin dudas, la disertación de Perón merece un ensayo aparte, pero sí cabe destacar que la posición desde la que se ubica para analizar la realidad que lo rodeaba en aquellos tiempos es una posición humanista y espiritual; y aquí y ahora, cuando intentan llevarnos por medio de todo tipo de provocaciones simbólicas y concretas –desde guardar el busto de Néstor Kirchner en un baño, en el suelo, hasta la programada visita de Obama el 24 de marzo que viene-, es cuando más tenemos que pensar en la posibilidad de la solución interpelando a los principios espirituales éticos de cuna de cada argentina y argentino, para poder llegar, así, a un pensamiento lo más despojado posible de egoísmo y mirada corta hacia el horizonte, de puro presente, de un abroquelamiento individualista que solo conduce a la desaparición de una humanidad con empatía espiritual con sus pares.

1 - No seamos ingenuos, cuando el pro bautizó así a su partido, intentaba seducir al progresismo -cosa que hizo- pero a la vez efectuaba una declaración de pertenencia.

2 - “El destino me ha convertido en hombre público. En este nuevo oficio, agradezco cuanto nos ha sido posible incursionar en el campo de la filosofía.”. 

RELAMPAGOS. Ensayos crónicos para un instante de peligro. Selección y producción de textos Negra Mala Testa y La bola sin Manija. Para la APU. Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs)