Tradición de Marchar con Orgullo, en Diversidad, y Anárquico Disenso

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Tradición de Marchar con Orgullo, en Diversidad, y Anárquico Disenso

26 Noviembre 2016

Hoy, una vez más seguiremos por vigesimoquinta vez una tradición que jamás abandonamos. He participado de la creación y diseño desde el primer evento, y no puedo dejar de hacerme siempre la misma pregunta; cómo ha cambiado, en que se diferencia, como ha crecido, que se conserva y que se ha perdido de las primeras marchas del orgullo.

No cabe la menor duda que luego de 25 años ininterrumpidos de celebración de estas marchas es posible afirmar que se han convertido en una tradición local ampliamente difundida, aceptada y exitosa.

Desde la celebración festiva y la rebelde protesta política estos eventos muestran aspectos muy diversos y no siempre acorde con el sentir de muchos o muchas activistas y participantes. Y otra vez la comparación temporal; ¿esto siempre fue así?

Quienes empezamos a soñar la primera marcha no podíamos imaginar, como sería el evento después de 25 años, pero si estábamos seguros de lo que queríamos hacer, y teníamos consignas muy claras.

Sabíamos que la marcha debía ser un evento de visibilidad masiva para una comunidad que estaba condenada a ser invisible por la articulación de un sinfín de instrumentos extorsivos. Por eso en la primera marcha confeccionamos y repartimos máscaras, porque sabíamos que, en esas circunstancias, el número era más importante que la identificación personal, y también sabíamos que de esa forma hacíamos visible también aquella ancestral condena a ocultarse. También esperábamos que las máscaras ayudaran a otros y otras a sumarse.

En este mismo sentido sabíamos que la marcha debía ser un evento mediático. Varias habían sido las manifestaciones públicas que; desde la época del Frente de Liberación Homosexual; habían antecedido esta primera Marcha del Orgullo. Sin embargo; o su visibilidad estaba limitada a sus contados participantes y ocasionales transeúntes; o había llegado a los medios como un evento aleatorio, una rareza circunstancial. Esta vez debía ser distinto. Por eso desde antes de su inicio se convocó a una conferencia de prensa y se aprovechó cada programa de televisión y radio para invitar reiteradamente a la participación.

Sabíamos que la marcha debía ser un evento periódico y repetirse cada año. Pues solo de esa forma, por medio de la seguridad firme de la tradición podría desarrollar el máximo de su potencial.

Una decisión fundamental fue la del recorrido. Varias eran las propuestas. La Av. Sta Fe, que en ese momento era el lugar de circulación, encuentro y cuasi gueto de la comunidad gay fue sugerido varias veces. Sin embargo, sabíamos que el carácter simbólico de la marcha era sumamente importante, incluso en el tema de su recorrido. No se podía elegir un lugar que representara a una identidad más que a otras, el recorrido debía significar algo para todas y todos. Luego de mucho debate acordamos que la marcha debía ir desde la catedral hasta el Congreso. Como lo expresara luego Carlos Jáuregui, partiendo del lugar que representaba a las autoridades de la iglesia católica que con su discurso daban fundamento ideológico a nuestra represión hasta el lugar donde algún día se votarían las leyes que nos protegerían.

Y en ese mismo punto defendíamos una consigna básica de la marcha. La diversidad. Esto era algo que teníamos muy claro y que nos vimos obligados a defender contra nuestra propia comunidad y alianzas.

La marcha era también el elemento fundacional de otra forma de activismo que buscaba separarse del concepto de organización que hasta ahora habíamos tenido; una organización paraguas que pretendía defender a todas nuestras diversidades. Nosotros queríamos un movimiento, donde cada identidad se defendiera a sí misma, donde todas las identidades pudieran trabajar en primera persona por sus propias demandas, tomar decisiones autónomas, y en algunos momentos trabajar articuladas en proyectos comunes, como lo era la propia marcha.

Se nos acusó de dividirnos, de multiplicarnos y de debilitarnos. Claro que una organización única que velara por todos y todas era mucho más tranquilizadora, pero también mucho menos eficiente. Acusar a una organización centralizada y focalizada de ineficiencia también nos libera de la responsabilidad de ocuparnos de nuestro propio destino. No queríamos eso. En cambio pusimos todo nuestro esfuerzo en mostrar desde el primer momento la diversidad y horizontalidad de nuestras identidades. En las conferencias de prensa y programas de televisión que invitaban a la primera marcha siempre había una lesbiana, un gay y una transexual. Esa era toda la diversidad que podíamos manifestar en ese momento, donde se construía con lo que había a mano.

Este ideal de diversidad nos generó muchísimos problemas; pero jamás renunciamos a él. La comunidad gay que a cada rato nos dejaba en claro que no participaban de la marcha porque estaba llena de travestis, excusando en ese razonamiento la propia cobardía. Las lesbianas no la tenían mucho mejor, tras verse obligadas a defender su decisión de trabajar con gais ante las lesbianas separatistas que denostaba todo contacto con hombres como una complicidad inaceptable con el patriarcado, tuvieron que defender su trabajo conjunto con las travestis, esos “hombres que se disfrazan solo para dar una imagen estereotipada de lo femenino ridiculizando a la mujer”, tal como las definían el feminismo del momento. Nadie bajó la guardia, todos y todas teníamos muy en claro que la diversidad era prioritaria, indispensable. Así y todo, aunque las personas trans participaron desde la primera marcha, la inclusión de su identidad en el título de la marcha se demoró algunos años, era difícil lograr un acuerdo ante tantas presiones. Este acuerdo solo pudo llevarse a cabo cuando las travestis de ATTTA ingresaron a la marcha masivamente. Esto cambió no solo el nombre de la marcha, sino que también incrementó de una manera irreversible la participación, y no solo de las personas trans, sino también de gays y lesbianas, que ante la afluencia de las travestis sin consecuencias represivas comenzaron a percibir las marchas como un lugar seguro.

Y esta diversidad nos llevó a un segundo tema fundamental para la marcha. Esta debía ser un lugar propicio a la autoexpresión. En una comunidad donde los gays y las lesbianas debían ocultar su identidad bajo mil capas de mentiras, donde las travestis debían permanecer invisibles al amparo de la noche, la marcha debía ser el lugar donde cada quien, al menos una vez al año, se pudiera expresar libremente y a la luz del día, en todos y cada uno de los aspectos de su identidad, y no solo la identidad sexual o de género, también su expresión corporal, su sentir religioso; político, etc. Este era uno de los fundamentos clave de la marcha. Esto era lo que hacía que la marcha no solo fuera importante para nuestra comunidad sino también para la sociedad en general. Este era el ideal que convertiría la marcha en una lección de convivencia en la diversidad para toda la sociedad. Una sociedad que no fuera capaz de asimilar esta lección jamás tendría un lugar para nosotros.

Y una vez más esta decisión estratégica fundamental generó nuevos desacuerdos. ¿Por qué una marcha de gays y lesbianas debe ser inaugurada con la bendición de un pastor religioso? ¿Por qué las travestis tienen que estar mostrando sus tetas? ¿Por qué tienen que hacerlo también las lesbianas? ¿Por qué tienen que participar los partidos políticos?; y así muchos otros cuestionamientos. Pero seguros de la importancia estratégica de nuestros principios no cedimos un milímetro. Carlos Jáuregui personalmente sostenía el megáfono para que el pastor Roberto Gonzales pudiera dar su bendición. Todos y todas defendíamos la libre expresión de cada persona que participaba en la marcha.

Y fue así que también la discusión y la disidencia participó de la diversidad de la marcha. Mientras hubo quienes veían la marcha como un festejo donde debían reinar el colorido, la música, la fiesta y la alegría también hubo quienes sostenían justamente que ese era el espacio fundamental para proclamarnos en contra de la violencia cotidiana a la que nos somete la discriminación: las agresiones al caminar por la vía pública, las persecuciones policiales, la imposición del silencio, la obligación de invisibilizarnos en el trabajo, si todavía tenemos, y en la vida familiar por miedo a las represalias.

Sin embargo hubo activistas que se negaron a permanecer indiferentes a los contextos amenazantes inmersos e inmersas en los efluvios de una frívola fiesta, muy por el contrario hay quienes no dudaron en manifestar su espíritu de rebeldía. La marcha dio lugar; una vez más; a liderazgos innovadores, como el de Lohana Berkins, que dejó muy en claro que jamás renunciaría a su lugar en el evento; y que la marcha podía, y debía contener varias marchas; o “Contramarchas”.

Es en este punto donde el carácter de la marcha se torna más innovador y más político al asumir y potenciar la identidad y la individualidad en instancias donde lo diverso se vuelve protagonista encarnando un modelo de los valores sociales por los que luchamos y trabajamos.

Y es justamente en ese punto donde encuentro las repuestas a mis preguntas. ¿Qué se conserva de los ideales de las primeras marchas? Creo que permanecen casi intactos. Una vez al año el gran ámbito de la marcha encarna la pluralidad, la diversidad y la aceptación de lo diferente que no solo debe limitarse a las identidades de género y orientaciones sexuales, sino que también debe abarcar los matices ideológicos, políticos, religiosos, etc.; un modelo de diversidad democrática que garantice la expresión individual, el disenso anárquico, la discusión, el debate; y que esperamos que las sociedades en las que vivimos algún día sean capaces de reproducir plenamente.

RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs)