Política (estetizada) del Hambre

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Política (estetizada) del Hambre

26 Agosto 2016

El hambre no será televisada. Y no solo por su necesidad de ocultarla, sino por la imposibilidad de nombrar lo atroz: qué imagen puede expresar el hambre, qué discurso. Pero la ignominia acosa, aprieta, se abre paso. El hambre en la calle, los rostros, las pantallas, los espíritus. El hambre en la lágrimas, en el ya no ser quien se quiso, soñó, palpó ser. Llorar de hambre, llorar por la honra deshecha, vuelta papel de cambio, y cotizando en baja. La estética del hambre fue una proclama afirmativa. El hambre como signo íntimo latinoamericano de una revolución irrefrenable. Revolución (tampoco televisada) que luego fue la de una -hasta ayer posible- gran patria estatalista. Aquí, hoy, el hambre vuelve a ser/verse sistémico, política; condición de subalternidad límite; frontera desdichada entre la sumisión y la rebelión.

Las pantallas escupen la imagen última, la primera de las últimas imágenes. Un abuelo llora ante una cámara. Se acercó a Plaza de Mayo por un reparto de comida: un acto simbólico, de protesta, que devino materialidad trágica. Y llora, en cámara, al nombrar a su hijo, y no poder seguir hablando. Hasta el periodista quiebra su habitualidad de preguntas prefabricadas y enuncia lo terrible, la tragedia que se expresa ante él de modo no retórico: no, esto es terrible. Dando a entender que de las espectacularidades terribles que enuncia cotidianamente, ésta sí merece tal denominación.

Y sí hubo un signo, un número (otro). Cero. Enunciado por el actual gobierno, en enunciación de campaña. Pero sigue, pervive en su verba calculada (la lógica de promesa política publicitaria también continúa). Cero. Podrán decir que también es un número simbólico, una bandera. Pero aquí el símbolo es mercantil, de falacia engañadora, estrategia vil, burda, obscena. Pobreza cero. Y el enunciado se vuelve más que un insulto: una provocación cínica. Casi inentendible para una racionalidad política, que evidentemente se ha refundado. La razón espectáculo, de transparentización celebrada, la domina por completo. Todo puede decirse. Aumentaremos las tarifas y los despidos para disminuir la pobreza y mejorar el empleo. Y la cuenta no solo no cierra, sino que es otra.

La pobreza se cuantifica, pero cómo imaginarla, nombrarla. ¿Y al hambre? Cuánto es mucho hambre, cómo sentirlo, cómo vivenciarlo. Milagro Sala decide hacer huelga de hambre. Pero cuáles deben ser las tácticas de resistencias para este grado de indolencia. Se queman los papeles. Los incendios se expanden. Afuera, adentro.

La pobreza se cuantifica. A través de un número, ni siquiera vuelto calculo, sino escupitajo abúlico. Pobreza 0. Y quien sabe qué. Pero de cautelas, silencios justos, respeto empático se configura la dignidad. Y de brutalidad empresarial, obscenidad sígnica, la humillación, la sumisión introyectada (todavía no vienen por mí)

Llorar en cámara. Y la imagen persiste: Cavallo junto a Norma Pla. La indefensión del jubilado (otra vez el jubilado como punta de lanza, machacada, punzante) dejando al desnudo incluso al frío padre intelectual de los actuales gestionadores. Pero estos, aprendices sagaces, formados en la high tech zen, el marketing filosófico, no lloran, dicen: "Nos da dolor aplicar estas medidas". Ni el súper ministro de peronistas bunge y born, y radicales mega canje, podría haber llegado al cinismo de esta Ceo-Neoliberalidad, de salvajismo new age, de mano abusadora no tan invisible. Horacio Gonzalez lo señala: la cuestión del dolor expresada por los macristas debe atenderse. Los grados de sobrepasamiento de la verba ceo-neoiberal es de nuevo tipo. Pero ya la conocíamos. La debimos intuir. La verba kirchnerista era (sí) anómala. Pero no escapaba a una discursividad masiva que seguía siendo tecnológico consumista. Cuentas, números. 3g, 4g. Incansable, formativa y formateadora erosión científico publicitaria.

Se acerca a la mesa con varios pares de medias en sus manos y lo primero que dice es "no me ignores", y luego " sí, ya sé que no necesitás, pido una ayuda". Mi nombre es lo único que tengo era el título de un film de Ken Loach, sobre las consecuencias del llamado neoliberalismo salvaje. La salvajada celebrada llevó a extirparlo todo, salvo la capacidad de nombrarse, de nombrar. Pero siempre se puede dar un pasito más. El jubilado pide disculpas. En el piso no terminan de entender lo que pasó. No pueden verlo. Lo atroz no puede ser filmado de frente, con flash y haciendo foco. Hay que mirar mejor. Volver a mirar.

RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs)