Laboratorio Jujuy: Impresiones (primeras, segunditas) de una provincia-síntoma

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Laboratorio Jujuy: Impresiones (primeras, segunditas) de una provincia-síntoma

06 Agosto 2016

Jujuy. Salta. Provincias síntoma. Todo en ellas deviene índice, aviso de incendio, potencia. De las luchas piqueteras previas al 2001 a la Tupac Amaru. Del Ingenio Ledesma, dueños de la tierra (ayer, hoy, siempre) al arresto ilegítimo de Milagro Sala y la persecución a los miembros y desgrane de su ya mítica organización barrial.

Aterrizo en Salta, ciudad de Güemes y Los Nocheros. Sus imágenes reciben al visitante, junto a jets privados y changarines, y comienzo estos apuntes. El héroe patrio, a través del lobby del atildado gobernador, devino festividad. Una de esas que antaño (ayer nomás) eran expresión de desmesura, licenciosidad, cuna de vagancia, repentinamente se vuelven posibilidad de festejo militaroso.

Camino por San Salvador de Jujuy. Entro a un comedor por unas albóndigas con arroz, que con sopa y jugo cuestan 50 pesos. En la tv una serie del Disney Chanel me quita la sonrisa con la que me había sentado. En la calle, símbolos de la Tupac con la V, junto a un CFK también en V. En las pintadas (como las de toda ciudad) pueden verse las disputas, resistencias, anhelos, presentes, pasados. Tomo un remise a Tilcara de a cuatro pasajeros. El chofer y el que va como acompañante cocalean y conversan todo el viaje, el resto no hablamos. Durante el viaje, en la ciudad, en la ruta, leo en paredes y paradas de colectivos: “Scioli presidente”, “Justicia para Nisman”, “Se vende abono de cabra”, “Milagros Sala al Parlasur”, “Macri y Morales perros de Blaquier”.

En el mercado de Tilcara me encuentro con una enorme pintada q dice Macri igual Desocupación. Dos señoras conversan delante de él. Les hago señas como si fuera a sacarles una foto. Dicen que “no” corriéndose raudas. Les digo que me interesaba la pintada. Al irme una se me acerca. Y pícara me dice que una amiga suya, que adelgazó mucho de golpe por una enfermedad, le dijo que estaba haciendo la dieta del macrismo. Conversamos. Me dice que tienen miedo por la factura de gas que todavía no recibieron. Pero que ella igual está contenta porque sus hijos están en Tierra del Fuego trabajando, gracias a que estudiaron en la tecnicatura de Maimará, un pueblito cerca de Tilcara, y que ella fue ya varias veces, todo invitado por ellos. Ahora me ves en el Mercado, pero después estoy tomando un avión (colectivo a Salta, avión a Bs As, y de ahí avión a Ushuaia: nada directo, claro, el unitaricentrismo abigarrado hace absurdo siquiera preguntar al respecto) Y que no entiende como Milagro Sala está presa, y Cristina y De Vido no, como el “López ese”. Le pregunto si no cree que algo bueno hizo Sala y me dice que sí, que un montón de cosas, que su hijo de hecho trabajaba en la Tupac, con la flaquita (así la llaman acá, dice), pero que robó, como Cristina y los otros, insiste. Le digo de mi desconfianza en los medios de comunicación. Y me dice que sí, que son todos unos mentirosos.

En medio de un desangelado festejo nocturno del museo de pintura de Tilcara, en el que corre vino caliente y empanaditas de carne, irrumpe Tukuta Gordillo, mítico músico tilcareño. Cambia el clima, el tono, toma el micrófono reivindicando las raíces, la necesidad de resistir, y quejándose porque el pueblo no está todo allí reunido, son momentos para estar unidos, proclama al viento. Sus palabras y su canto conmueven, pero suenan extraños, anacrónicos para un presente jujeño que transita silencioso, temeroso, expectante. Donde nombrar a la Tupac Amaru, cargar con su símbolo, parece devenir un acto político en sí mismo, como estar aludiendo a algo prohibido, algo de lo que se prefiere mejor no hablar, una palabra/hecho maldito.

Entro a una librería, y consulto por libros sobre la Tupac. Me dan el de Sandra Russo, Jallalla, que estaba exhibido en la vidriera. Le pregunto a quien me vende si conoce a alguien de la Organización en Tilcara. Me dice que no, pero que conoce a Milagro Sala. Pero no personalmente, aclara. Vivía cerca de su casa en San Salvador. Y que no le gusta, porque vio cómo “creció su casa”. Me dice que los de la Tupac cuando cobraban el plan se juntaban ahí cerca y se emborrachaban. Le digo en un primer intento conciliador que festejar bebiendo no tiene nada de malo. No me entendés, dice, no era gente como la de acá (señalando a los de la librería bar: turistas, extranjeros y nacionales clasemedieros), sino villeros. Me le quedo mirando e insiste, los de afuera no entienden. Además, agrega, ella solo ayudaba a los que le eran leales. Y que Cristina le gustaba hasta que se asocio a la Milagro. Y que bien presa está, ya que al chico radical que estudiaba en la Tupac, ella lo mando a matar. Pasmado ante lo sentencioso, falso y brutal de sus dichos (se comprobó que esa muerte, acaecida durante la campaña, y azuzada por Gerardo Morales, nada tenía que ver con MS ni con la Tupac), comienzo a irme diciéndole si no le parece que no debería estar presa, sin tener procesamiento alguno, algo que evidencia las claras intenciones políticas de su detención. Negando con la cabeza vuelve a repetir: los de afuera no entienden.

Y evidentemente no. Y aunque el estado de extranjería es fundamento de toda crónica: se narra porque no se sabe, se narra para saber; y de hecho nunca terminamos por saber: pero quien sabe qué (para precisiones, otras, de otro género al de la crónica, leer la entrevista que pude realizarle a Juan Manuel Esquivel, diputado provincial por Unidos y Organizados y tupaquero); por lo pronto la líder de la organización social más grande del país cumple 200 días presa sin procesamiento legal. He ahí un entendimiento, cuanto menos, formal. Pero no, algo (siempre) se escapa, y varios prejuicios fueron machucándose en estos primeros (meses, y) encuentros callejeros. El de creer que en años de trabajo sobre una mirada crítica de los medios de comunicación no había con qué darle (incluso) a la experiencia fáctica a contrapelo de la mediatizada; el de suponer que en ámbitos “progresistas” (como ésta librería coqueta con editoriales cancheras) atendidos por gente del lugar de apariencia no menos progre (de estricto uniforme indigenista ella) me iba a encontrar con firmes oposiciones a políticas de la derecha. Pero no, algo no entendemos, algo no entendimos.

Segundita

Es costumbre aquí, como en otros lados, nombrar cada pueblo con piedras blancas en las montañas de roca y polvo, a modo de bienvenida al visitante. Pero de repente, en viaje, entre pueblo y pueblo, la palabra Tupac formada del mismo modo. Insertándose en la tierra, sin pueblo específico al cual señalar, su incidencia se expande. Estamos, así, en tierra Tupac. Como las hordas gauchas que bullen bajo el asfalto de la cabeza de Goliat porteña, aquí la Tupac parece abarcarlo todo, por lo bajo, soterrado, perviviendo, en el polvo, el viento.

Nunca había estado en Jujuy, la fiebre norteña neohippie de compañerxs universitarixs de cursada me mantuvo receloso por demasiado tiempo. Y ahora, aquí, me encuentro con lo obvio, lo sabido, pero no por ello, volviéndose(me) elocuencia experiencial, no decirlo, insistir en ello: ésta región expresa (grita) un síntoma fundamental. Y no solo el de este presente, sino el de la supervivencia del ethos latinoamericano, basado en la desigualdad, la discriminación, la trágica asunción blanca de sus dominantes aristocracias. Las mismas que hoy cínicamente quieren blanquear, transparentizar sus prácticas, el pasado heredado. Y que en Jujuy se expresa de modo absurdo y brutal el proceso machacoso por enblanquecer sus estirpes y sus modos de dominio, en tierras que exudan negritud, indiada, mestizaje. Tierras que convocan a adorar y respetar a la misma tierra madre, y no a abstractizaciones celestiales que amparan a los que la destruyen.

En Purmamarca (pueblo colla chic) el ritual a la Pachamama se hace en la plaza, con hits de música andina en bases electrónicas. El progreso, dice uno. Cruce de culturas, otro. Una aberración, otro. El discurso purista puede devenir totalitario, intolerante, es cierto, pero los intercambios, para no sucumbir a la lógica dominante (la del cliché, la del consumo globalizado) deben configurar un nuevo sentido, una semántica que no esté en ninguno de los discursos mixturados, que asuma un riesgo, que contenga un secreto. En esta plaza purmamarqueña, el cedazo igualador, aplanador de matices domina. Como un bossa and Beatles, o “and Stones” o “and carnavalito”. Bossear una cultura, es volverla amena, digerible, distractiva. Sometiendo incluso a la rica bossa nova, y sus vínculos más experimentales con el jazz, a tal función en lobby de hotel de cadena.

Vuelvo a San Salvador. Voy a la sede central de la Tupac Amaru. Entro cámara en mano, pregunto si puedo pasar, y me dicen que claro. Recién ahí caigo a cuenta del fluir de gente que entra y sale volviendo casi anecdótico el rol de quien está en la entrada, una chica de unos veinte años que mira su telefonito sin cesar. Extraño así todo tales libertades ante el acoso policial, político que viven (han puesto una cámara afuera, me dirá, ahora mismo estamos siendo filmados). Entro por un pasillo lleno de fotos de Milagro Sala junto a Néstor Kirchner, Evo, el Papa Francisco, Cristina y de las masivas marchas de la Tupac. Por el pasillo se llega a un enorme salón con más imágenes: del Che, Germán Abdala (histórico líder de ATE, el gremio que inicia a la Tupac a fines de los 90), Evita, Tupac Amaru. Una iconografía que mixtura luchas, épocas, extracciones sociales, en el sincretismo de la rebeldía y la gesta popular. Mas atrás un enorme gimnasio, y más acá una pileta climatizada. En donde se ven carteles del Comité por la libertad de MS, allí apilados, justo allí, en unas de las muchas piletas que hizo la Tupac. Me dice la chica de la entrada que antes había sólo una pileta pública en Jujuy, a la que había que entrar con un carnet que no le daban a cualquiera. Y que la Tupac hizo varias y de entrada libre. Está presa por lo mucho que hizo, me dice. Y porque es la que lideraba todas las protestas acá en Jujuy, y no solo las de la Tupac. También por eso nos tienen bronca. Porque cortamos las calles muchas veces. Nosotros, los negros, como nos llaman acá. Los negros, repite.

Conversamos un rato, me da el último librito que tiene de la Tupac, titulado “Vamos por más”, y con un cartelito: “Rendimos cuenta”, donde se ve y lee toda la inmensa obra de la Tupac en todo Jujuy. Me habla orgullosa del barrio Alto Comedero, en el que vive con su hijita. De los emprendimientos productivos y de un cine que tiene tres funciones por día para gente que en su mayoría nunca había ido al cine. Me dice que la situación de Milagro es muy complicada, que no dejan de inventarle causas, a ella y a los hasta ahora 11 tupaqueros presos. Y que eso la pone muy triste. De hecho, entre los apresados por el gobierno de Morales, se encuentran las dos encargadas de donde ella trabaja, la sede central, presas desde hace 2 semanas. A quienes visita, y que una vez pudo ver a Milagro, con los ojos hinchados de llanto y tristeza, según le dijeron sus ex compañeras/encargadas. Ninguno de los presos de la Tupac tiene sentencia firme, y hubo una oferta de resolver la situación de Milagro, me dice, si ésta no volvía a la organización, pero ninguno de los referentes ni nadie en la Tupac aceptaron. Intento de negociación que evidenció su estatuto de presa política, me enfatizará el diputado Esquivel.

“Hoy es ella, mañana podés ser vos” se lee en los carteles del Comité. Y mientras escribo estas líneas, se dicta la detención sobre Hebe de Bonafini, “por rebeldía” (con la elocuencia y certeza que a veces exuda el lenguaje jurídico). Mujeres iconos, en rebeldía. Descreyendo de una justicia que apenas esconde ya su matriz política, conservadora.

Por la vuelta

En los 90 Jujuy, Salta, fueron el puntal resistente a las políticas neoliberales, y el macrismo por ello convierte a éstas provincias en su laboratorio de aplicación no solo de medidas económicas, sino político judiciales, mediático espectaculares, con el grado de brutalidad suficiente para desactivar de cuajo posibles –futuros- focos resistentes. Morales dijo, con la sinceridad y transparencia alardeada por la coalición que integra (que en su caso llegó a reunir al radicalismo, con Macri y Massa: algún temor había se ve), que si no metía presa a Milagro Sala, no podía gobernar. Y así fue, y como primera medida de gobierno. Medida judicial de excepción, para la que se consideraba líder de un Estado paralelo. Y las ciencias políticas, aquí, o queman sus papeles o los reescriben en estado descarnado, con la soga al cuello. Aunque, intempestivamente, un empujón del diablo puede transfigurarlo todo. La expectante espera sufriente del colla y su reacción imparable, allí, como mito refundacional, aguarda endiablada.

RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs)