La residencia feminista

La residencia feminista

01 Abril 2016

“Hay que dejar de lado las luchas menores, no es que no sean importantes, hay que ir de lleno a disputar el poder al capital”, me dijo hace pocos días un amigo gremialista. Muda, porque era a mí a quién le pedía que deje soslayado el feminismo, imaginé a mis amigas descolgando sus pañuelos verdes, las vi correr por las autopistas con los puños esquizofrénicos hasta alistarse en una unidad básica. Y me reí. Imaginé a mi amigo, que no tomaba cerveza, decir a continuación que cuando tomáramos el poder, cuando la lucha de clases terminara, las mujéres seríamos libres.

No sabía entonces que estaría ahora escribiendo esto, colocando una tilde al plural de mujer y pensando una respuesta tardía: amigo, venite vos para el feminismo. Amigo: las feministas y los feministas vemos poder en todos lados. A tu enemigo de clase lo despreciamos, la opresión económica distribuye exponencialmente nuestras debilidades, cierto, pero nosotras sabemos que residimos en el campo de batalla. Sabemos, también, que el capitalismo necesita y sostiene al patriarcado. El feminismo no es un lugar de donde se pueda salir, crece y se desliza como una casa rodante. Vengan todos a residir en él, sientan en la casa, en la calle, cómo se estiran el amparo y el desamparo, piensen en la otra y el otro como se piensan a sí mismas: raras, paradójicas, en eterna transformación.

Vean que hay tragedia, que cuando nos vencieron, nos vencieron y nos vencimos, porque lo que se reconstruye después no es lo mismo ni la misma, que la forma de salir del estado de víctima no es olvidar ni es atacar o negar la pérdida, es construir entre amigas la calma de una casa, es inventar antes que solicitar las formas de reconvertir la residencia. Una mujer a la que su novio golpeó asume su tragedia, para eso otras mujeres debieron haberle señalado que la culpa no es de ella, él trajo la violencia, pero para poder salir del lugar de víctima tiene que asumir que fue lastimada y que ella no querrá nunca más pagar con amor la violencia. Entonces, cuando puede decir que fue vencida y que en ese vencimiento reside, ya no buscará poder de vencer, ni en ella ni en los demás.

Como dice Carla Lonzi en Escupamos sobre Hegel: “en el plano mujer-hombre no existe una solución que elimine al otro, de ahí que la meta de la toma del poder sea totalmente vana”. Por eso, amigo, no pensemos en tomar el poder; las mujeres feministas, las travas feministas aún más, sabemos que la única forma de estar es convivir en movimiento, corriéndose cada vez que se puede del lugar que nos asignan, porque nunca estás lo suficientemente entera como para estar parada. Extraña diferencia: residir es estar sentada en casa, resistir es estar parada en un lugar. Quizás haya que dejar la política macha y volver a casa, y más que resistir con aguante, residir, abrir, sentarse, conversar.

En los modos del autocuidado aparecerán nuestras carencias: pedirle un plan al estado para que la mujer que el patriarcado golpea no tenga que pedirle nada a nadie, que ya que hay estado sirva para algo, escuchar a las hijas, a las amigas, para que cuando haya que pedirle al estado que una resolución para hacerse abortos en los hospitales sea ministerial nadie niegue, porque hubo escucha, estar en casa sentadas y no en cualquier lado gritando, para organizarnos mejor cuando pedimos que los victimarios sean privados de usar armas, cuando exigimos que ya que hay estado las mujeres victimizadas tengan patrocinio jurídico gratuito, cuando le pedimos al gobierno que no crea que dar trabajo es perder plata.

Venir hacia el feminismo para aprender acá que el único poder que tiene sentido y seguidores, es el poder de cuidarnos entre todas del poder que acecha en todos lados. Venir hacia el feminismo para asumir que estamos arruinadas (somos las ruinas de las mujeres que no queremos ser) y que “la rueda de la memoria nos arroja siempre hacia el presente, es decir, el despojo” (Germán García). Construir un no-poder femenino, que arme comunidades antes que escaramuzas fálicas, que trabaje en diluir el fascismo, como se intenta en los Encuentros de Mujeres, que busque nuevos espacios desde donde hablarle al Presidente Impresentable, como es ese hashtag emocional y político que ya perdió el numeral: Ni Una Menos, consigna diagonal, sin jefes y jefas, ni programática estandarizada. Ni Una Menos, una residencia inmaterial. Una casa extensa que podría instalarse en cualquier lado y que consigo lleva nuestras formas de cuidado. Amigo, es al revés, es hora de dejar el poder y venir al feminismo: todos los militantes invitados a la residencia feminista.

* Ni una menos

RELAMPAGOS. Ensayos crónicos para un instante de peligro. Selección y producción de textos Negra Mala Testa y La bola sin Manija. Para la APU. Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs)