De elecciones fallidas y premios contradictorios

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De elecciones fallidas y premios contradictorios

15 Octubre 2016

El resultado del plebiscito para ratificar o descartar el pacto de paz entre las FARC y el gobierno oficial de Colombia ante la comunidad internacional, sumado al posterior otorgamiento del premio Nobel al presidente Santos, nos obliga a una reflexión en, al menos, dos sentidos. El primero, tratar de entender que la democracia en término liberales en tiempos de hiper descomunicación es una falacia que nos brinda una falsa apariencia de elección, en la que en realidad, una masa de electores son presa de la manipulación de sus voluntades, lo cual nos lleva a problematizar el tema de la voluntad a lo largo de los siglos, como si ella estuviese desprovista de un episteme (podemos llamarlo matriz de pensamiento, paradigma, idea-fuerza, normalidad, pensamiento hegemónico, sentido común o, rebauticémoslo, modelador de opinión funcional) que lo rigiese –y elijo llamarlo episteme por ser una categoría foucaultiana que toma en cuenta el poder (corrupto) como gran rector de las clases dominantes-.

El segundo, la puesta en discusión de un premio que hace mucho tiempo que es polémico, y me refiero al Nobel de la Paz como polémico, porque los destinatarios, en general, no han sido más que estadistas que adecuaban el mundo en un sentido colonialista que observaba los derechos Humanos liberales en primer lugar, en vez de los Derechos identitarios como sujetos de sociedades específicas que no necesariamente deberían adoptar los valores eurocéntricos, cartesianos y modernos que -trastocados en occidentales en lo geográfico-cultural, suprapositivista-darwinianos en lo filosófico y posmodernos en la propuesta por el sentido de la historia- pujan por establecerse como universales.

Pero vayamos por parte, para no dejarnos embarullar con el pastiche que pide la celeridad imperante que no nos permite problematizar a gusto y con espacio y tiempo, como si el pensar en sí mismo –mal o bien- no fuese un ejercicio de existencia real, de superación de las existencias efímeras que nos propone el mundo en el que solo miramos nuestras propias vidas a partir de un vouyerismo tercerizado de la vida de los otros, como un reflejo opiáceo de las posibilidades de nuestra propia existencia. La primera parte, entonces, es analizar el referéndum sobre la paz en Colombia.

El resultado del referéndum se enmarca en la serie de elecciones posteriores al mundo que tiene su parteaguas entre 2001 –torres gemelas- y 2008 –crisis estructural, no sistémica, desatada por luego del caso Enron-. Ese período develó una nueva forma de comunicación masiva y multibloque que acompañó con una tecnología de implementación práctica superior a la posibilidad de incorporación de las grandes masas consumidoras de esa tecnología, masas conformadas por millones de humanos que se segmentan en cuanto a las formas y maneras de consumir información –manera corrupta de informarse-, y que llegan como bombas de fragmentación comunicacional a través de la radio, al televisión, los diarios e internet, todos vehículos manipulados de manera categórica y perversa.

En ese sentido, la sobrestimación que hizo Santos, las FARC y aquellos que pulseaban por imponer el Sí al acuerdo de paz por sobre el poder comunicacional y la manipulación mediática tróllica (cuánta sonoridad con la prostitución), derivó luego de la elección en un cachetazo a Santos. ¿Qué le hizo creer a los propulsores de un referéndum –y a mí-, en la búsqueda de una legitimación contundente, que luego de sesenta años de contar que las FARC comían niños crudos y tenían cola con punta de flecha ahora podían fungir como funcionarios elegidos mediante el voto popular? Claro que no se trata de situarse en una posición de contar las costillas con los diarios del lunes, sino de mirar críticamente los discursos que se jugaban en medio de esa elección y que se juegan, en definitiva, en todas las elecciones mediatizadas.

No nos debería extrañar que si una porción del mundo, cerca del 1% de la población total, concentra el 90 % de la riqueza existente en todo el orbe, maneja el poder de comunicación masivo, atómico y es más siniestro que el ángel de la modernidad que percibe Benjamin observando el cuadro de Klee, rija las formas de pensar de las clases dominadas –y en ese sentido no estoy más que vociferando una máxima marxista-. ¿Cuándo creímos que podíamos elegir libremente? El gran logro de la posmodernidad y el neoliberalismo es hacernos creer que elegimos en absoluta libertad nuestro destino, cuando en realidad solo podemos tener acciones reflejas de rebeldía en medio de los incansables intentos –mecánicos y atómicos en cuanto a persistencia, como una metáfora del agua sobre la roca, pero en la que el agua se transformó en una hidrolavadora-, bastantes efectivos por prepotencia de imagen y discurso, por moldear nuestras posibilidades de evaluación crítica. Así es, che, el 1% dice lo que está bien y lo que está mal. De todas formas, lo más esperanzador es que es un discurso tan esquizofrénico y sociópata que tarde o temprano dará de bruces con la realidad del eros, del impulso voraz de existir y de ser como especie, además de como individuo.

Ese 1%, por supuesto, no está solo, sino que se halla acompañado por un porcentaje muy pequeño en cuanto a lo numerario, pero extenso en cuanto al poder societario y de formador de opinión, que cree –pobres ingenuos- que en algún momento estarán en el lugar de esos lejanos –en cuanto a los millones virtuales ahorrados- ricos que histeriquean ante las clases medias altas con la posibilidad de morder la zanahoria de la semidivinidad.

El poder comunicacional se ha transformado en una institución que presume de no ser contingente, cuando por el contrario, no pasa de ser un vehículo fetichizado, entendiendo fetichización en su sentido más original, que tiene que ver con lo hecho por el hombre, con lo que el hombre ha moldeado con sus manos para luego adorarlo, “es un hacer `dioses´ como producto de la imaginación dominadora del ser humano; dioses `hechos´, que luego se lo adora como lo divino, lo absoluto, lo que origina el resto” [1].

Al respecto me vienen las reflexiones de dos pensadores de estos tiempos que se erigen como una suerte de antípodas de pensamiento: uno es el surcoreano Byung Chul Han, quien nos enfrenta a una nueva forma de entender la dominación, y el otro es el israelí Harari, quien sin ofrecer una alternativa o crítica a su interpretación del mundo –ominosa pero certera-, nos conmina a comprender la situación mansamente, sin chistar, y conformándonos a partir de un argumento inapelable que tiene claras reverberaciones que creíamos fenecidas, como la legitimidad divina, real en tanto la divinidad se transfiere a un sujeto humano que encarna el poder por la gracia de dios, y por los tanto, semidivino.

En el primer caso descrito se da una paradoja digna de ser mencionada: mientras que para el anarquista de principios del siglo XX el opresor era el Estado, y para el comunista el tirano era el poseedor de los medios de producción -empresario, burgués, terrateniente, según el caso- en los tiempos de la transmodernidad el principal opresor del individuo es el propio individuo, así, el proyecto individual, el sueño americano a alcanzar en situaciones socioeconómicas que distan mucho de parecerse a las posibilidades que se abrían en los años en que se difundió como matriz de felicidad el sueño americano, es un Dorado imposible de conseguir en el que la “libertad del poder hacer genera incluso más coacciones que el disciplinario deber” [2]. En la crítica, quizás, está el principal techo caído que permite la huida del laberinto.

Harari, en cambio, dictamina en sus charlas TED, que ese 1% tan rico, se constituirá en una nueva especie -¡ni siquiera clase social!- que será considerada como semidivina en función de las diferencias de calidad de vida –y duración de la misma- con respecto al resto de los mortales –y hablar de mortales, en este caso, no parece ser una figura literaria- [3]. Puntualmente lo que dice el hiper formado, sobre educado Harari, es que en los 200 años que vienen, los 'Homo sapiens' “se actualizarán” –no dice mutarán, evitando una calificación neo-neo-darquiniana perimida- “hasta convertirse en algo similar a un ser divino, ya sea a través de la manipulación biológica, la ingeniería genética o la creación de cíborgs con una parte orgánica y otra no orgánica" (Harari).

Para Harari, el humano es un “animal sin importancia”; así titula al capítulo 1 de su libro [4]. Para él, todo lo que en el humano depositamos como ser con conciencia de sí, con las posibilidades de inventar dioses para preservarse, reglas para cuidarse, y hasta un poder delegado (principio del fin Hobbesiano) es un cúmulo de moléculas abstractas. Pareciera que el homo sapiens, para establecer un estado de Derecho que le permita sumirse confortablemente en su nuevo espacio social que era el hogar seguro, desistiera de la posibilidad de crecer como sujeto gregario. Al encomendar el sujeto el destino de la humanidad que en ese período estaba bajo su responsabilidad, soslayando la libertad en pos de la seguridad, encomendándose al poder del Estado, posibilitó un orden que, paradójicamente, en un corto plazo histórico -350 años- generó un contrato corrompido que derivó en el orden post-capital que intenta justificar como natural el amigo de la universidad de Tel Aviv. El astuto Harari, con su nuevo bagaje comunicacional que incluye charlas TED (en principio deslavadas), remoza la máxima de Fukuyama –slogan inexplicado- que habla del Fin de la Historia. Derrumbado el mundo que sostenía esa reflexión posmoderna, desmentido el fin de la historia, le queda un argumento evolucionista para marcar un rumbo inapelable: hubo tres revoluciones en la historia de la humanidad: la cognitiva (inicio de la historia hace unos 70.000 años), la agrícola (hace unos 12000 años) y la científica, que se “puso en marcha” hace 500 años y que, según Harari, “bien pudiera poner fin a la historia e iniciar algo completamente nuevo”. ¿Qué sería lo nuevo que no puede ser contado como historia? ¿A qué se refiere Harari? ¿Al relato cotidiano sin concatenación con lo inmediatamente anterior? ¿A la construcción discursiva suprareal? Mucho más que eso: habla de una nueva religión que instauré un orden que legitime el expolio de varios siglos.

En medio de esta tormenta de formateo intrusivo, es imposible pensar en cualquier tipo de elección consciente. Ya ninguna elección será consciente e independiente hasta que el homo criticus pueda sustituir al homo divinus que entroniza Harari. Y en ese sentido, la democracia, por la que tanto se luchó en el continente americano luego de las dictaduras del siglo XX, es, al decir de García Linera, una democracia boba, una democracia funcional a unos cuantos senadores brasileños que se llevan puesto 54 millones de votos a menos de un año de una elección.

Con respecto a la adjudicación del premio Nobel de la Paz a Juan Manuel Santos, no queda mucha lectura críptica para hacer ni mucha hermeneútica fantasiosa sobre la condecoración. No es más que otra distinción que tiene en cuenta una coyuntura política de alto tenor actual, pero que en definitiva se ubica en un espacio de corrección política light. No desmerezco el Nobel a Santos y tampoco sorprende la metamorfosis política de Santos que, en medio de antagonistas como Uribe y Timochenko (mucho más conciliador, sin duda, que Uribe), y a pesar de haber bombardeado el campamento en el que estaba Alfonso Reyes en Ecuador -generando una crisis binacional- hoy parezca un hombre de ultracentro, como a él mismo le gusta calificarse.

En algunos lugares leí que Santos había hecho la guerra para alcanzar la paz. Es decir, que el alineamiento con las sugerencias del Departamento de Estado Norteamericano y la virulencia con que trató a la insurgencia colombiana mientras fue ministro de Interior de Uribe, fue una estrategia para debilitar a las FARC sin el costo político que tuvo en ese debilitamiento el sector más duro que terminó encarnando el propio Uribe. No olvidemos que Santos fue el candidato del Uribismo, y la ruptura sobrevino cuando Santos propuso, desde el efímero poder que ostenta desde el gobierno, un acuerdo de paz que vulnera las convicciones genocidas del expresidente anterior, para quien la mejor solución sería boletear a “todos los guerrilleros”.

Es verdad que en muchos casos se lucha por la paz, se combate por la tregua, se mata para alcanzar el acuerdo, pero bajo ningún concepto, un premio con el valor simbólico que el Nobel tiene en los pueblos del mundo, se debería otorgar a jefes de Estado que usaron el poder público en forma violenta. No es lo mismo, a pesar del intento de la academia sueca, Rigoberta Menchú, Pérez Esquivel o las Abuelas de Plaza de Mayo –aunque nunca hayan ganado un Nobel y se lo merezcan- que Obama, Shimon Peres o el propio Santos. De alguna manera, queda desvirtuado el premio y, en última instancia, no hace más que obedecer a la lógica esquiza con la que tuvo su origen: en la fortuna de una hombre superyoico que inventó la dinamita.

[1] Dussel, Enrique: 20 tesis de política. Siglo XXI editores. México. 2006. Pág. 36.
[2] Byung Chul Han: Psicopolítica. Herder Editorial. Barcelona. 2014. Pág. 7.
[3] http://ar.tuhistory.com/noticias/el-plan-de-los-ricos-y-millonarios-del-mundo-para-alcanzar-la-inmortalidad-en-treinta-anos
[4] http://www.elboomeran.com/upload/ficheros/obras/extracto_de_animales_a_dioses.pdf

RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs)