Cuidados

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Cuidados

14 Junio 2016

Buenos Aires, enero de 2015
Entrevistadora: ¿A qué llamaríamos democrático y a qué autoritario?
Entrevistada: Yo te puedo hablar de democracia en términos de mi libertad. Yo soy libre de comprar este producto o este producto en el supermercado, pero ya, yo siento que no hay ni esa libertad.
Entrevistado: Es más, el menú del día de hoy, salvo que ganes más de veinticinco o treinta mil pesos, el menú del día de hoy, es el de los precios cuidados, lo que la presidenta quiere que vos comas, eso no es una democracia.

Una publicidad reciente muestra el despuntar del día de los que llama “meritócratas” colándose entre las últimas brumas dispersas de un cielo en que se vislumbra el nuevo amanecer. En la imagen, sobre ese cielo naciente se sobreimprimen una serie de nombres, que los espectadores debemos entender como la argamasa del mundo meritocrático: trabajo, sacrificio, entrega, estudio, sueños, obstáculos, avanzar, ahora, destacarte, detalle, lucha, demostrar, progreso, búsqueda, poder. A continuación prosigue el (ya clásico) “sinceramiento” donde se reconoce que se trata de un mundo de y para pocos –de minorías, dice-, y todo termina con el auto de alta gama que esos pocos se merecen. Todo transparentemente claro, cierto. Pero ¿qué hay aquí? Un artificio más de la magia creacionista de deseos de consumo, dirán; y uno casi demasiado literalmente doctrinario en su neoliberalismo para nuestro paladar. Más valdría, sin embargo, saber extrañarnos frente a lo que tenemos en frente, y que no es tan seguro que ya hayamos podido descifrar, porque no es poca cosa lo que anuncia y, menos, evidente. Como primer paso del trabajo crítico y político que nos espera, no haríamos mal empezando por aprender el asombro frente a la opaca conjunción de ideas de justicia, deseos y justificaciones de la desigualdad captada y recodificada en este documento de cultura que debe interesarnos menos en tanto artífice que en cuanto intérprete de la situación en que nos encontramos.

El “mérito”, que aquí se agita como razón de minorías, es mucho más que un sueño for sale inventado por la ingeniería del advertisement. La recodificación que éste último produce, no consigue borrar del todo el anhelo de movilidad social que latía en su interior cuando era una punta de lanza contra los estigmas que garantizaban que algunos nunca podrían pertenecer. La reivindicación de las propias capacidades desafiaba esa estigmatización y, con ella, el orden cuya reproducción impertérrita esta última quería garantizar. Asociado a la idea de justicia social “mérito” fue más y otra cosa que la consigna secreta de un mundo donde “tenés que destacarte” sobre el otro –que sistemáticamente se revela como puro obstáculo a ese destaque. Fue uno de los nombres que, en la Argentina, proyectos colectivos populares pudieron invocar y enunciar a viva voz contra –y no a favor- de la constitución de sacrificiales espacios selectos y cerrados. No el signo de reconocimiento de los pocos contra los muchos -que siempre son demasiados-, sino una exigencia de los muchos respecto a que sus capacidades y anhelos individuales y colectivos no fueran desconocidos de antemano por los dueños del club.

Pieza enigmática, “mérito” deviene -en su recodificación actual- instrumento privilegiado de la estigmatización contra la cual supo mostrar su filo. Él es ahora lo que los otros no tienen y, por lo que se justifica que sean castigados, o excluidos, o amparados en los ratos libres por la caridad, que sabe lo que le toca a cada uno en un país normal, sincero y que reconoce con realismo el orden necesario de las cosas desigualitarias. Antigua clave en el reclamo de los muchos, este mérito se vuelve arma contra el otro, descifrado como obstáculo en el camino propio, cuando no explícita amenaza. Dos poderosas fantasías se conjugan y enlazan entonces en esta ideología del mérito, una sueña la omnipotencia, la otra una absoluta desposesión frente a “El Poder”; la primera me hace decir que mis logros individuales igual serían lo que son en el desierto, puesto que no deben nada a esos otros; la segunda, que, a los fines de mi propia conservación, esos otros representan exclusivamente una amenaza, la amenaza representada por la que no entiende Mi mérito, que me apabulla con su afán de intervención, que elige lo que como cada día y para colmo me pide que me identifique con un imaginario plebeyo plagado de pequeños otros a los que de ningún modo me quiero parecer.

El “cuidado” de sus instituciones me denigra o me viola. Lo primero porque me hace aparecer como un “mojado” más, lo segundo porque su poder no tiene límites. De ambas amenazas me puede proteger, en cambio, otro “cuidado”, cuidado amigable y que no plantea exigencias colectivas, el mismo que me recomienda la vida sana, el vegetarianismo y el deporte, el que dice que me va a cuidar a mí, es decir: la cápsula de mi mérito, donde todo va a seguir marchando bien. Dice que me va a cuidar de los otros, chiquitos y grandes. El que dice que en todo estoy yo, en vez de decirme que allí donde estoy yo necesariamente ha habido muchos más, de los que dependo, y a los cuales mi vida está enlazada por múltiples hilos que todo el tiempo pueden deshacerse. Este cuidado no me humilla, sabe darse como caridad del patrón. Me dice: “Cuidados, vos y los precios”.

RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs)