Las tres tareas de un frente opositor al macrismo

  • Imagen

Las tres tareas de un frente opositor al macrismo

22 Marzo 2018

Por Gastón Fabian

El año viene caliente y el gobierno lo sabe. Todos sus “giros”, “maniobras” y “estratagemas” responden a una realidad compleja, a la necesidad de administrar un conflicto social in crescendo, pero también buscan adelantarse a la especial dinámica (vorágine) que rodeará a unas presidenciales que están tan lejos como al caer. Para el oficialismo y la oposición este 2018 será clave, bisagra, un posible parteaguas que nos cante el porvenir. Cambiemos apuesta a dejar su legado (es decir, a acelerar el trabajo que vinieron a hacer), a avanzar en la medida de sus fuerzas con las reformas estructurales que los neoliberales más doctrinarios le reclaman, quienes, quejosos, se lamentan de que la frecuencia con la que nuestra democracia realiza comicios para seleccionar representantes (y con la que los partidos deben regresar a su “tradicional demagogia”) pone trabas a las intervenciones quirúrgicas indispensables para estructurar un verdadero mercado competitivo.

Todo gobernante pragmático comprende a la perfección eso que Maquiavelo escribió en El Príncipe, cuando recomendó que, en caso de usar la violencia, es mejor hacerlo de golpe (toda junta) que de a cuenta gotas. Para un tecnócrata ortodoxo y dogmático, sin embargo, el shock es una tentación irresistible a la que no puede rehuir en ningún momento (de ahí toda la polémica alrededor del famoso “gradualismo”, polémica frente a la cual el Fondo Monetario Internacional no tiene problemas en explicitar su apoyo a la política económica del gobierno). Por otro lado, el heterogéneo y aun fragmentado campo opositor, tendrá que ingeniárselas para construir una voluntad colectiva capaz de vencer al macrismo. Aquí es cuando todo se complica y el panorama dista de ser claro, pues a priori nadie está completamente seguro de cuál es la oposición que no sólo esté en condiciones de ganar en el 2019, sino que, al mismo tiempo, disponga de la potencia para conquistar el mediano y largo plazo. ¿Puede satisfacerse dicha combinación? ¿O hay que optar indefectiblemente entre una opción de centro moderado que probablemente se incorpore al bloque histórico planteado por el neoliberalismo y otra más principista y radical en sus postulados que, según todos los pronósticos, sólo puede asustar al electorado decisivo y desplazarlo hacia la derecha? Creemos que una oposición que sintetice ambas pretensiones es tan viable como fundamental, pero esa oposición no existe, tiene que terminar de constituirse y sólo podrá llevar a buen puerto ese proceso si ordena de forma inteligente su lista de prioridades y, sobre todo, si se pone al hombro tres tareas esenciales:

1- Vocación opositora. La premisa indiscutible de un frente opositor es, valga la redundancia, ser opositor: desde ese punto de confluencia es preciso partir. Obviedad que los tiempos obligan a hurgar. Es en vano cualquier discusión sobre los “grados”, las “intensidades” y el “hasta dónde”. Toda estrategia política que se proponga vencer debe saber distinguir entre una contradicción principal (que es menester priorizar y colocar en el centro de la escena) y el resto de contradicciones secundarias que pueden esperar para ver dirimirse sus tensiones. La fórmula con la que empieza todo se escribe así: el límite es Macri. Eso no significa una comunión total del “nuestro lado de la frontera” (pues hay que definir el significante “Macri” y quién cabe dentro de él), pero sí negar de entrada cualquier sugerencia de convertir a la política en un sin fin de rondas de cooperación y negociación permanente, en una búsqueda exhaustiva de consensos sobre todos los temas y con todos los actores: he ahí la gran ironía antipolítica, que se eleva a la enésima potencia cuando de un gobierno autoritario se trata. Lenin se les reía en la cara a los que le criticaban por organizar un partido de revolucionarios profesionales de actividad prácticamente clandestina en lugar de un partido de masas abierto y democrático para combatir al zarismo. Entrar en la celada macrista del falso diálogo es como morder un anzuelo: acumulación oficialista y desgaste opositor. 

Lo demás no se puede planificar desde el ya. Algunas cuestiones dependerán del “análisis concreto de la situación concreta”, con el sucesivo cálculo de probabilidades y la economía de fuerzas correspondiente, y otras, directamente, irrumpirán de manera imprevista, acontecimental (aunque siempre alimentadas por un campo de fuerzas que se irá configurando capilar y subrepticiamente): ninguna de ellas se montará sobre el mantra massista de “hay que cambiar lo que está mal y dejar lo que está bien”. Aquí debemos ser determinantes: todo lo que hace este gobierno está mal. Eso no quiere decir que haya que demoler una obra finalizada por la administración actual, sino que si no se desactiva y suplanta la lógica con la que llevan adelante las cosas, nuestro papel estará desastrosa y patéticamente hecho.

Por eso, entre el ser opositor y el ser opositor, hay que inclinarse hacia el lado de la auténtica responsabilidad e invertir el discurso pronunciado por los referentes del Frente Renovador. Aprovechemos para recordar dos conceptos weberianos claves: la ética de la convicción o de los fines últimos (devoción y entrega apasionada a la “causa”, disciplina y sacrificio, fervor religioso y centralidad de los profetas, etc.) y la ética de la responsabilidad (pensar de antemano en las consecuencias de la acción y hacerse cargo, prudencia y mesura, sentido de la proporción, etc.). Si bien Weber prefiere a los políticos responsables que a los “soldados militantes”, tiene tan claro como Hegel que “nada grande puede hacerse en el mundo sin una gran pasión”, por lo que es partidario de generar un equilibrio entre ambas lógicas. Sin embargo, la pregunta fundamental ante unas circunstancias determinadas es ¿qué significa ser responsable? Ni bien nos planteemos este problema, notaremos que toda la retórica del peronismo dialoguista para justificar su colaboración con el gobierno estalla en un sin fin de contradicciones. Justamente, una posición responsable frente a los dilemas actuales del país debe empezar por poner un freno al endeudamiento, el saqueo y el ajuste brutal que sufren los que menos tienen. El opoficialismo engendra más la fantasía de un cogobierno frustrado que una voluntad opositora consecuente y acorde a lo que supuestamente quieren para la Argentina.

Sobre el “cómo hacer oposición” versarán las otras dos tareas a tener en cuenta y sin las cuales el simple “estar en contra” es estéril e improductivo. Aquí hay que darle la razón a lo que el massismo plantea de modo abstracto e hipócrita: el “oponerse por oponerse” no sirve. Hay que contar con un programa, con ideas-fuerza, con una agenda positiva sin la cual ningún frente opositor puede asegurar su propia vitalidad política. En Laclau la cadena equivalencial de demandas a partir de la cual se constituye un pueblo se funda en dos requisitos: el trazado de una frontera antagónica (pongámosle para simplificar y habilitar una variedad de opciones: “los de abajo vs los de arriba”, lo que, nota aparte, implica desplazar el eje de la grieta sobre la cual polariza y acumula el gobierno) pero también la elevación de una particularidad, de una demanda privilegiada, de un significante-maestro, hegemónico,vacío dirá Laclau, capaz de articular y representar la totalidad de la cadena, de significarla y darle un sentido, una identidad, una orientación, un horizonte (en última instancia, una imagen, un símbolo, un nombre funcionan como los puntos nodales que interpelan emocionalmente a un grupo y lo mantienen unido: no alcanza con diferenciarse de algo ni con tener un objetivo común, el aspecto afectivo es esencial en la construcción de toda identidad colectiva o régimen estable de significación). 

La palabra libertad no va a significar lo mismo si es hegemonizada la cadena que la incluye como eslabón por ideas comunistas, nacionalistas, fascistas o liberal-capitalistas, por poner un ejemplo. Todavía no está claro qué reivindicación o qué lucha aglutina, tracciona y moviliza a todo el frente anti-macrista (feminismo, sindicalismo, movimientos sociales, jubilados, kirchnerismo, derechos civiles, etc.). Lo que, mientras tanto, se puede sostener a este nivel de la cuestión, es que ante el enemigo colosal que enfrentamos (aparatos estatales, blindaje mediático, poder económico, etc.), es necesario dar una guerra sin cuartel en materia de denuncias y de lo que antaño se solía llamar “agitación”: ante cada cuenta offshore que aparezca, ante cada escuela que cierre, ante cada incremento de tarifas, ante cada bono que se emita, ante cada movilización que se reprima, ante cada trabajador que se despida, hay que alzar la voz y decir la verdad: no dejarles pasar una (no es otra cosa que estar al lado de los que sufren, sin vacilar). En algún momento, una chispa contingente produce el incendio y lo sitúa dentro del orden de la “necesidad histórica”. Pero ese momento llegará únicamente si no lo esperamos.

2- Nombrar perdedores y ganadores. No hay frontera, ni ordenamiento claro de los “bandos”, ni posibilidad de articulación política si carecemos de nombres que clarifiquen una situación dada. El nombre refuta la pura inmanencia del economicismo: está bien, a la mayoría de la gente le va peor, tiene menos plata en el bolsillo, la heladera un poco más vacía o se tuvo que apretar el cinturón por algún lado, pero, QUIÉN TIENE LA CULPA DE ESTO, es ese el quid de la cuestión que ninguna lectura mecánica puede dilucidar.

Cambiemos ha operado profundamente sobre los deseos, aspiraciones, expectativas, miedos y traumas de una parte considerable de la sociedad (ha sintonizado con el inconsciente colectivo y le ha puesto un nombre a la superación del síntoma: “el cambio”), no tanto por una supuesta “revolución comunicacional” o por la tenencia de una episteme (de una ciencia de la política), sino porque logró pararse de manera exitosa sobre unas condiciones favorables que lo exceden (es decir, Cambiemos, retroactivamente hablando, era lo que estaban esperando). El neoliberalismo sería la astucia de la razón para la que Cambiemos haría el trabajo sucio, la hegemonía que despliega toda una serie de dispositivos de captura de las subjetividades contemporáneas, etc. En este sentido, es mucho más instructivo leer a Zizek o a Alemán que a Durán Barba si lo que queremos es comprender el funcionamiento de estos mecanismos ideológicos. Contra ese monstruo de dimensiones globales hay que pelear. Quien piense que el artefacto Cambiemos ha descubierto la pólvora, cuando lo empuja la época, controla la gran maquinaria política argentina (el Estado es el único partido verdaderamente nacional), es protegido por un inmenso imperio mediático y dispone del respaldo de los grupos económicos concentrados, se guía por una visión fetichista que descansa en la renuncia (seguramente involuntaria) del punto de vista de la totalidad.

La oposición se enfrenta a un dilema: necesita resignificar el pasado reciente y no tan reciente pero sabe que ponerse a hablar de eso públicamente es un debate perdido y, al mismo tiempo, además de denunciar y criticar el presente, le es fundamental prometer un futuro que enamore, pero no puede hacerlo sin desarticular el mito de la pesada herencia, que continúa siendo el principal caballito de batalla del macrismo, sobre el que vuelve una y otra vez. ¿Qué hacer? ¿Cómo forzar una retrospección sin insistirle a la gente que con Cristina vivía mejor? Durante la campaña de las legislativas del 2017, Unidad Ciudadana hizo la mitad del trabajo, pero falló en lo esencial: quiso ser la voz de los ajustados, cuando no existe un Sujeto así ni ese proceso de representación era capaz de constituirlo por sí solo. Pues, al fin y al cabo, ¿no hay muchas formas de explicar una Caída?

El error fundamental del economicismo es pensar que se produce un pasaje inmediato entre el deterioro de las condiciones materiales de vida y la conciencia de clase (“cuanto peor, mejor”). Unidad Ciudadana gastó todos los cartuchos en hablar de lo mal que estaba la economía, pero tuvo mucho más peso el discurso del oficialismo que atribuía las angustias presentes a la herencia recibida, lo que en esa situación se traducía como “los que les hicieron esto quieren regresar al poder (porque son adictos al poder que detentaron durante tanto tiempo), démosle una oportunidad al cambio”. Sin brindar una hipótesis alternativa lo suficientemente efectiva para otorgarle un sentido al mal pasar económico de algunos sectores sociales, toda la retórica de Unidad Ciudadana terminaba dirigiéndose a “los propios” y, por ende, golpeándose la cabeza contra el techo, sin perforarlo. Lo que faltó, a sabiendas de que tampoco puede producir efectos inminentes (se trata, en todo caso, de plantear una inteligente y aguerrida “guerra de posiciones”), es ponerle un nombre a los ganadores de la economía macrista, algo que recién ahora se está comenzando a hacer.

Era y es preciso demostrar que todos los sacrificios que piden son en vano, que no nos proporcionarán el acceso a un futuro de abundancia y prosperidad (el macrismo abusa aquí de la demagogia religiosa de un profeta, pero se atreve incluso a prometer “el cielo en la tierra”, con fórmulas tan banales como “pobreza cero”), que no son una inversión a largo plazo, sino la condición sine qua non para que sea posible una sideral transferencia de ingresos desde el pueblo trabajador a las grandes corporaciones. Pero la tarea también se encontraría incompleta si nos limitamos a decir “el enemigo es Edesur o la Sociedad Rural o la UIA o los bancos”, pues el gobierno tiene un lugar en su cobija retórica para los empresarios (por supuesto que aquí las embestidas están mucho más sobreactuadas que cuando se critica a los sindicatos, a los jueces o a los opositores). A eso apunta el encontronazo con la UIA o los reproches lanzados a Edesur o a los “formadores de precios”: quieren hacer de cuenta que no son un gobierno de ricos para ricos y que los malos de la película, que no invierten, que siguen remarcando ganancias vía inflación, que dan pésimos servicios, son los capitalistas locales.

Por más cierto que pueda ser esto último (la eficacia de Cambiemos no reside en contar con la flauta de Hamelin, sino en que su discurso contiene un grado de verdad: hay políticos corruptos e inoperantes, jueces injustos, sindicalistas que viven como empresarios y empresarios que viven del Estado), lo que una estrategia opositora debería hacer es poner en evidencia que el gobierno actúa como Frankestein y Mr. Hyde, que está de los dos lados del mostrador, que emite los bonos a 100 años pero también los compra, que entrega licitaciones poco transparentes a sus mismas constructoras, que dice que hay que invertir pero sus funcionarios tienen todo su dinero en el exterior y en gran parte sin declararlo, que cuestiona las regiones económicas superprotegidas pero sus empresas crecieron gracias al favor del Estado y así… O sea: que ellos son Edesur, la Sociedad Rural, la UIA y los bancos. No hay mediación. El Estado es gestionado con fines privados, es utilizado como un instrumento para transferir riqueza desde la mayoría de la sociedad a una minoría concentrada, una élite reducida, una casta que no cumple con ninguna de las exigencias de la tan mentada meritocracia: son el gobierno de la plata fácil para los ricos y del sudor, la sangre y las lágrimas para los pobres (no hacen más que emular desde el Estado su propia trayectoria empresarial). Sólo cuando se deduce que el ajuste no es necesario y que su único objetivo es hacer a los ricos cada vez más ricos y a los pobres cada vez más pobres, se puede repensar el pasado y entender que con este gobierno no tenemos futuro.

3- Decir qué es lo que haríamos si fuésemos gobierno. Dos son los errores que se han cometido (y que no estamos exentos de cometer de acá al futuro) en relación a lo que podría denominarse el “momento de las propuestas”. El primero es creer que lo único que quiere y ansía la sociedad es el nombre de un candidato, “para saber de qué estamos hablando”. De ahí la rosca eterna de los dirigentes que oscila entre la foto y los portazos: todos le tiran flores a la unidad, pero nadie está dispuesto a ceder un milímetro en lo que respecta a los lugares a ocupar dentro de un hipotético frente opositor. El exceso de ofertismo siempre es muestra de que falta conectar el cable a tierra y de que existe un déficit de interpretación de las demandas de la sociedad. Revela, en cierto modo, una endogamia fatal, que pone el foco más en los años impares que en las oportunidades para construir algo duradero y con potencia transformadora.

La sociedad siempre se mueve y hay veces que parece que la clase política se mantiene encapsulada en su micro-mundo, sin entender lo que está pasando. Comprender esos clivajes, esas fisuras, esas manifestaciones significa evitar la tentación de especular con una lista cuando no corresponde (al fin y al cabo, lo que importa de un nombre es lo que representa, por lo que la cuestión central de quién hegemoniza un frente opositor está más ligada a las reivindicaciones asumidas por ese frente que a otra cosa), pero sobre todo imaginar qué es lo que haríamos si fuésemos gobierno (no alcanza con acompañar las luchas: hay momentos en que la política tiene que dar pasos adelante, pero esos pasos serán los correctos si el punto de partida es el adecuado).

Aquí es cuando aparece el segundo error. Si bien el programa presentado por Unidad Ciudadana en la Provincia de Buenos Aires el año pasado era un programa parlamentario, con fines defensivos, si se lo lee con detenimiento es fácil percibir un cortocircuito entre las propuestas enumeradas y el mandato de “volver mejores”. Volver mejores no significa que, cuando milagrosamente estemos de nuevo en el gobierno, tenemos que ser mejores de lo que fuimos, sino que, “ya desde ahora” (como le gustaba decir al joven Gramsci) es preciso generar las condiciones para que eso sea posible. Es atinada la observación de Juan Carlos Monedero de que, si uno no dice lo que tiene pensado hacer cuando le toque el turno de gobernar, luego posiblemente la sociedad no se encuentre preparada para esa agenda y, por ende, no respalde al gobierno en las batallas que decida emprender. Construir un frente opositor no es realizar una sumatoria de todo lo que hay en el mercado electoral, metiendo a cada uno de los que dicen ser opositores a Macri en la misma bolsa, sino articular una serie de demandas, reivindicaciones y luchas (y esa articulación siempre es producida por una cierta hegemonía) para conformar una voluntad nacional-popular tan particular como capaz de reclamar la universalidad, de identificarse con el todo.

Si el peronismo no comprende sus limitaciones, no podrá tampoco superarse. ¿Son suficientes políticas netamente keynesianas para solucionar los problemas que quedaron irresueltos en diciembre de 2015? ¿Podían resolverse los déficit estructurales del país si se seguía por la misma senda? Esa es la pregunta que hay que responder, antes de decidir quién sí y quién no en caso de una alianza entre los distintos partidos del campo opositor. Supongamos que llegamos inesperadamente al gobierno. Bien, ¿qué vamos a hacer con la deuda externa? ¿cómo vamos a reorganizar el sistema fiscal? ¿de qué modo vamos a enfrentar a los grandes monopolios y oligopolios que son los principales responsables de la inflación que tantos dolores de cabeza nos causó? ¿qué se piensa hacer para integrar el sistema financiero con el sistema productivo? ¿con qué herramientas vamos a impulsar el camino de la industrialización? ¿cómo se van a atender las reivindicaciones del movimiento de mujeres o de la economía popular? ¿qué cambios necesita nuestro federalismo para que pueda funcionar realmente bien? ¿qué estrategias de desarrollo del interior del país tenemos en la cabeza? ¿qué mecanismos servirán para profundizar la unidad latinoamericana? ¿cómo actuar ante la crisis medioambiental? ¿cuál es nuestro modelo sindical? ¿cómo mejorar la educación y la salud pública, o resolver el déficit habitacional? ¿qué plan tenemos para democratizar el Estado y al mismo tiempo volver la administración más eficaz y eficiente? ¿cómo acabar con los privilegios del Poder Judicial? ¿qué decisión tomar frente a la concentración de los medios? ¿cómo reducir progresivamente la inseguridad? ¿cuál va a ser nuestra política de defensa? Muchas preguntas para responder, muchas hipótesis para construir. Antes que cualquier cosa, necesitamos saber qué es lo que queremos.