El pensamiento nacional y la eterna búsqueda de una fe política

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ARTURO JAURETCHE

El pensamiento nacional y la eterna búsqueda de una fe política

14 Noviembre 2022

Cuando se acerca el 13 de noviembre siento que mi sangre fluye con más ritmo. Claro, el 12 cumple años mi hija Ailén y ahicito nomás el cumple de don Arturo. Afortunadamente conmemorado en todo el país como un día de júbilo. No podría ser de otra manera, don Arturo Jauretche, siempre fue una persona positiva, aún en medio de la adversidad. Él nos enseñó que nada grande se puede hacer sin alegría.

Pero, como todo en esta vida tiene sus matices, ayer un amigo y colega, Carlos Verdun, me envió un reportaje a Pablo Gerchunof, el autor del mes. Cuán no fue mi sorpresa al leer la entrevista, el libro en cuestión «Raúl Alfonsín. El planisferio invertido», obsequio de mi colega Mario J. Giménez, está esperando en mi biblioteca su lectura.

El diálogo de marras comienza de este modo: “El planisferio invertido es el símbolo de la voluntad política: el norte puede estar en el sur, el sur en el norte, celeste en el oeste y al revés, y Argentina en el centro del mundo” dice Gerchunoff. Mientras que en el prólogo Susana Lumi, economista y esposa del autor, cuenta que «un planisferio invertido fue un regalo que Alfonsín recibió de su edecán naval Joaquín Stella y que el ex- presidente tuvo por años colgado en su escritorio del octavo piso de la Avenida Santa Fe, el mismo en el que murió el último día de marzo de 2009».

Hasta allí nada que objetar, sin embargo, a continuación el autor muy suelto de cuerpo espeta: «un viejo radical que terminó en el peronismo, Arturo Jauretche, también se sintió atraído magnéticamente por la figura del planisferio invertido”, aclara Gerchunoff. Quien prosigue, pero intuyo que perdido en el planisferio: “En Jauretche -explica- era una aproximación intelectual de una persona que después se iba a su casa y escribía cosas. En Alfonsín es una voluntad política, una voluntad de cambio». Con relación a la afirmación sobre Alfonsín, diría que no tengo nada que agregar, pues en este momento no me interesa, empero, acerca de la opinión vertida sobre el «comunicador político» como le gustaba calificarse a Jauretche, tengo algunos reparos.

En este punto me detendré con el objeto de aportar o de polemizar, procurando no ser irrespetuoso. Tengo entendido que el autor del libro en los sesenta y setenta no simpatizaba con el radicalismo, sino con la izquierda que no define bien. Acaso aquí radique su impertinencia. En efecto, el joven Gerchunoff tenía cierto acercamiento con la izquierda y, se sabe, sta casi siempre en asuntos argentinos ha estado equivocada.

Puede resultar útil, precisar que en nuestro querido país, quien tuvo la brillante idea de invertir el planisferio fue el militante radical yrigoyenista, Manuel Ortiz Pereyra, de quien Jauretche -en la década del treinta- tomó la idea para romper con esa pertinaz autodenigración que nos han inculcado esos sectores progresistas comprometidos siempre con ideas extranjeras, dado que las nuestras les parecían provenir de la «barbarie».

Con seguridad, si Jauretche viviera lo estaría desafiando y quizá en algún canal de televisión, como había ocurrido en cierta ocasión que corrió a su interlocutor con su cuchillito de comer asados. Que don Arturo se iba a su casa y escribía cosas …. esto sí que es ¡»ignorancia aprendida»!.

Si Jauretche ha sido algo, fue un hombre de acción. Como colaborador de la intervención radical en Mendoza, el día del golpe de septiembre de 1930 empuñó un arma y fue detrás de la defensa del gobierno constitucional de don Hipólito.

Luego, participó arma en mano en la revolución radical del Paso de los Libres y en mil entreveros callejeros. Así que «se iba a su casa a escribir cosas». Claro que escribía, con toda la vivencia y compromiso a flor de piel y no solo en un escritorio mediado por literatura.

En fin, por ser jauretcheano deseo culminar este breve escrito apelando a un artículo que el linqueño escribió en el diario Democracia, cuando aún no había sido adquirido por Evita.
He elegido este artículo porque habla de fútbol y política y me parece propicio en estos días que se está tan cerca del mundial. Y como al pasar agregaría también porque Boca es bicampeón.

«El Aventino este, era escarpado como el monte aquel. No áspera roca ni verde colina, sino alta gradería de cemento o de madera; la herradura de Núñez o el círculo cerrado de ‘la bombonera’, el ‘gasómetro’ o cualquier otro. Allí estaba la multitud retirada del foro, de la plaza pública y de la farsa del comicio. Y como no encontraba héroes nuevos, y los viejos la habían defraudado, los buscó entre los veintidós muchachos atléticos que, allá abajo, en el verde de la cancha, cumplían su consigna poniendo toda la pasión en hacer su quehacer, de manera eficaz y completa.
Eran tiempos ‘falaces y descreídos’ en el gobierno y abajo, tiempos de cálculo pequeño, con banderines de cantina y posturas de compromiso. No había en la política en qué creer y la necesidad de fe buscó otros derroteros y fue así que los héroes del deporte fueron los ‘héroes’. En la angustia desesperada de los que buscaban la regeneración del país, se empezó a descreer en el pueblo, y hubo momentos en que las voces clamantes del desierto parecían apagarse, ganadas por un escepticismo angustiado que hacía paralelo al escepticismo gozoso de los que mandaban.
Y, sin embargo, esto tenía que ser así. Así ha sido siempre en la historia. En el espacio de tiempo que media entre una fe que muere, y una fe que nace, la frivolidad pone su imperio. Los viejos altares se van apagando y los nuevos tienen solo una llamita incipiente, que no alumbra aún el camino de las oscuras catacumbas donde fermenta el futuro».

En adelante, la narración buscaría la esperanza, la mística política que don Arturo sabía contagiar como nadie: «aquí también la multitud se puso de pronto en movimiento. Comenzó a mirar hacia otro lado que el verde de las canchas […] Y fue mirando, mirando, y creyendo, creyendo. El 17 de octubre ya tenía una fe y se volcó en la calle, a la carrera. Como si bajara los tablones y los escalones de cemento. Y porque ya tenía una fe, se quedó en la calle de guardia al lado del ‘héroe’, que acababa de encontrar. Y sigue estando en la calle, rumorosa en el mitin, silenciosa en el sufragio, pero siempre al lado de la fe encontrada».

Por suerte esta persona se iba «a su casa a escribir cosas”, por eso estamos orgullosos de conmemorar el Día del Pensamiento Nacional en el natalicio de ¡tan grande argentino!