Y un día las grandes alamedas se abrieron

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Y un día las grandes alamedas se abrieron

10 Enero 2022

Por Pablo Rodríguez Masena

Cuando el 19 de diciembre de 2021 Gabriel Boric venció por 11 puntos de diferencia al candidato de la ultraderecha José Antonio Kast, no sólo celebró la izquierda, el progresismo y el pueblo chileno, sino que un soplo de alivio y esperanza recorrió el continente todo con un viento austral venido de Magallanes.

Aquel día los chilenos se jugaban mucho. Era una disputa entre la esperanza y el miedo macartista, entre la posibilidad de seguir avanzando en los procesos de cambio que se abrieron tras el estallido social del 2019 que puso patas para arriba el “consenso” del Chile neoliberal o retroceder para reconfigurarlo, entre la incertidumbre de la propia construcción de un futuro o la certeza de la vuelta remixada a un pasado pinochetista legitimado explícitamente.

Y el desenlace electoral de esa disputa, quizá más polarizada e incierta en las élites políticas y en las tertulias televisivas que lo que se observaba en las calles mismas, era esperado en el continente y en el mundo todo, con suma expectativa, quizá. Cómo nunca antes una elección presidencial chilena desde la recuperación democrática tenía en vilo al mundo.

Recuperados, luego del alivio y las celebraciones, llega la hora de la reflexión sobre lo que vendrá y sus implicancias regionales para un continente que en el 2022 tiene que afrontar desafíos notables, los cuales después de lo sucedido tras los Andes, pueden tomar otra fuerza y dimensión.

Se abrieron las grandes Alamedas, no sabemos aún si por ahí pasará el hombre nuevo con el que soñaba Salvador Allende, pero seguro alumbra un nuevo Chile, un Chile diferente, diverso, plurinacional y cultural con un sistema político que no es igual al de ayer. ¿Ahora bien, lo viejo terminó de morir?, ¿Lo nuevo habrá terminado de nacer? ¿Boric podrá ser el primero de lo nuevo y su expresión, junto a la nueva Constitución?

Hay pocas certezas, pero una de ellas es que el proceso electoral cerrado en diciembre, significó el fin de una etapa: la de la transición democrática en Chile y los de los cimientos sobre los que se sustentaba: el consenso neoliberal, la hegemonía política de las dos coaliciones de la Concertación y el andamiaje institucional que reflejó la Constitución pinochetista del 80.

Fue la primera vez que en el ballotage no compitió ninguna fuerza referenciada en las tradiciones políticas hegemónicas desde la salida de la dictadura. El oficialismo de la UDI y Renovación Nacional salió tercero en la elección general, y el PS y la DC divididos tampoco lograron ser opciones electoralmente atractivas.

Gabriel Boric llega a la presidencia como referente de las luchas estudiantiles, de la institucionalización de la salida constitucional al estallido social, por fuera de los partidos clásicos de la izquierda, luego de ganar las internas de la izquierda al tradicional Partido Comunista que presentaba un candidato fuerte y con administración de gestión. No era el candidato más “ultra” de la izquierda, pero claramente no era un candidato de origen en la Concertación y sin vínculos orgánicos con ella. Kast por su parte, de los candidatos de la derecha era el más corrido a la ultra, referenciándose en Jair Bolsonaro más que en Piñera y explícitamente pinochetista.

No solamente a nivel partidario ya era una novedad que las organizaciones más tradicionales quedaran afuera del ballotage, sino que, además, ninguno de los dos candidatos que compitieron eran propiamente parte central del establishment político. Esto era una muestra del agotamiento de la etapa de la Concertación y sus actores.

Pensando en la gobernabilidad futura, ¿cómo procesará el establishment económico y político la disolución de aquel consenso de la transición?, ¿aquella República “ejemplar” en sus comportamientos institucionales por parte de la élite tolerará la irrupción plebeya de actores con demandas que aquella élite no reconocía?

Es uno de los grandes dilemas y dependerá de cómo Boric logre armar su coalición de gobierno, los apoyos internacionales y de la movilización popular.

La derecha espera que se modere, se corra al centro, algo que se pudo ver en el tono del discurso del entonces candidato para la segunda vuelta, pero no en el eje del mensaje. Igualmente, se abren incógnitas sobre cómo actuará, especialmente la derecha radical política y económica que en la región está exacerbada. Ya el JP Morgan publicó un informe en donde le pide al gobierno electo que le de al mercado “señales rápidas de moderación real”, el empresario Nicolás Ibáñez quien formó parte del equipo de Kast dijo en una entrevista con el Diario Financiero que “estamos en una guerra desatada, principalmente en el plano cultural” y el presidente de la UDI Javier Macaya dijo al Canal 24 Horas, que “vamos a ser oposición dura cuando se ponga es riesgo lo que los chilenos han alcanzado, seremos implacables, muy firmes en que no le quiten los ahorros a los chilenos, que no quiebren pequeñas empresas, que no se pierdan trabajos (..) ahí hay ejes que son súper fundamentales para nosotros”.

O sea, si desconoce su compromiso electoral y se acerca a las demandas de los derrotados, entonces tendría la gobernabilidad esperada, pero si lo hace ¿qué sucederá con las expectativas de sus electores y de la sociedad chilena que espera cambios?, ¿y si cumple con lo que esperan de él sus votantes y la búsqueda de acuerdos la hace sin horadar el programa?, ¿la derecha permitirá que avance en sus propuestas transformadoras o favorecerá la alteridad considerando que electoralmente hoy globalmente rinden más las figuras ultras que las moderadas que ayudan a la gobernabilidad? Si la derecha se pone dura e intransigente ¿comenzará un proceso desestabilizador como los que transita la región?, ¿qué pasará con la movilización popular?

Boric además expresa la llegada al poder de una generación etaria y política completamente nueva y distinta de la élite política tradicional del país e incluso de la región. Con él se produce lo que aquí llamamos “travasamiento generacional”.

En un país muy conservador y tradicional, la llegada de un presidente de 35 años, claramente identificado con la izquierda, surgido de las luchas estudiantiles, que vive con su “polola” sin estar casado, tatuado, es un choque hasta cultural, es la emergencia de algo que la élite (de centroizquierda y derecha) no estaba dispuesta o no podía ver, pero que estaba allí.

Interesante porque ya había sucedido lo mismo cuando en el 2019 unas estudiantes saltando los molinetes del Metro de Santiago en rechazo al aumento de su valor se convirtieron en el emergente de una feroz crisis de representación política que el estallido social puso sobre la mesa. La élite se sorprendía entonces ante la sublevación de un subsuelo que no reconocía, aunque se llenara la boca diciendo que hablaba por él.

Cuando Piñera da marcha atrás en los aumentos, la protesta no sólo no amaina, sino que cambia de eje, dejaba de ser una medida concreta lo aglutinante, se había descubierto el velo, era el sistema. En ese sentido fue tan malo e ineficiente el gobierno de Piñera que por esa desconexión entre representantes y representados, la derecha minó la legitimidad de sus dogmas en educación y pensiones y hasta la mismísima Constitución pinochetista. ¡Enorme costo para la derecha tantos años de negación!

Boric entendió que al estallido social del 2019 había que darle una cause para que esas demandas largamente insatisfechas pudieran tener alguna respuesta y que para ello había que ir por un nuevo diseño institucional. La Constituyente es hija de ese entendimiento y la Constitución nueva que está en proceso de resolución es el resultado final y eso también estaba en juego en este ballotage. La nueva Constitución debe ser sancionada más tardar en abril y cerca del medio año (no está aún definida la fecha) habrá una elección de carácter obligatorio para su entrada en vigencia. El nuevo gobierno siendo el gobierno de la nueva constitución,  transitará por una elección crucial demasiado pronto.

En ese sentido, Boric le abre la puerta al ingreso al gobierno a toda una generación política y etaria sin experiencia en gestión, pero profundamente comprometida con las nuevas expectativas y demandas surgidas de las calles y del Chile profundo.

¿Tendrá la capacidad política de articular los consensos suficientes para poder llevar adelante las expectativas del cambio y novedad que supone su llegada a La Moneda, con un Congreso de fuerzas empatadas y en donde las fuerzas directamente referenciadas en él están en minoría?, ¿Cómo navegará la cuestión entre expectativas y frustraciones?

Necesita constituir una coalición de fuerzas novedosa, que sustituya a las tradicionales coaliciones históricas, que incluya la nueva base de apoyos de sectores y actores que introdujeron sus demandas al sistema político chileno post estallido, especialmente mujeres y jóvenes que no se sentían convocados a participar en la política, comunidades originarias, sin olvidar las tradicionales bases de apoyo de la izquierda, los sectores populares y trabajadores.

Tiene el desafío de lograr transformar una coalición social, que luego fue electoral a una de gobierno sin que ello signifique renunciar a sus expectativas, proyectos ni defraudar a su base. Enorme reto le espera, que ya se pone en juego rápidamente con la conformación del gabinete, donde debe vencer las críticas de la derecha a la juventud y falta de experiencia de las principales figuras del nuevo gobierno y a la desconfianza del establishment.

Claramente su base política es la coalición agrupada en Apruebo Dignidad, pero con ella solamente no alcanza, ni para conformar el Poder Ejecutivo, ni para conducir al Poder Legislativo. No tiene fuerza política propia para gobernar, por lo que negociar no está en discusión, incluso con la derecha y para ello ampliar su base de respaldo es clave.

Quizá su fortaleza sea su propia debilidad en el sentido de saber que si pretende gobernar con su propia fuerza política exclusivamente su gobierno estará en problemas y que en esta situación y con la tradición institucionalista chilena, si sólo por alteridad le niegan esos acuerdos mínimos indispensables, esos actores pueden ser rechazados. ¿Podrá lograr gobernabilidad con un Congreso dividido si la derecha se ubica en un rol de poner límites y su espacio intransigente?

Su primer desafío es institucionalizar Apruebo Dignidad como coalición para encaminar la relación entre sus socios y poder convertirse en gobierno con capacidad de gobierno.

Otro es qué tipo de relación entablará con los ex socios de la Concertación. En ese sentido, ya extendió la invitación al Partido Socialista a incorporarse institucionalmente al nuevo gobierno y su dirigencia lo evalúa en la medida en que puedan ser parte del proceso de toma decisión política y no solamente sean invitados para contar con la marca PS. La Democracia Cristiana por su parte rechazó el convite de la derecha de formar un bloque opositor con ellos y adelantó que colaborará con el gobierno sin integrarse, pero ni la DC, el Partido Popular Democrático, Nuevo Trato y/o Partido Radical recibieron aún invitación formal a ser parte de la coalición gubernamental. Cómo se articulen los puentes con la centroizquierda será clave para ganar gobernabilidad en el Congreso y para la gestión gubernamental. El objetivo de máximo incluirlos al gobierno, el de mínima que no se conviertan en opositores.

La clave está en la calidad de la agenda que ofrezca el nuevo oficialismo.

Hay una carta que Boric tiene bajo la manga y que dependerá su utilización de como logre articular la agenda con los movimientos sociales y políticos: la movilización popular que puede cumplir un rol clave en cuanto a la ampliación de los márgenes de gobernabilidad.

Boric no era un candidato tradicional y no será un presidente tradicional. Su fortaleza radica en haber podido frenar un corrimiento hacia la ultraderecha de consecuencias feroces para Chile y la región. También es una fortaleza acercar a Chile a un nuevo ciclo político progresista en la región, en donde tiene toda la chance de ocupar un rol destacado.

Este 2022 será un año clave para la región, otro más.

Uruguay en marzo tiene unas elecciones cruciales en dónde se votará el referéndum contra 135 artículos de la Ley de Urgente Consideración impulsada por el gobierno de Lacalle, donde una derrota del oficialismo que pretende su mantenimiento complicaría el tramo final de su mandato. Colombia elegirá en mayo a quien suceda a un desgastado Iván Duke y es una gran oportunidad para que pueda acceder al gobierno la izquierda y el progresismo con Gustavo Petro a la cabeza. En octubre llega el turno de Brasil en dónde Lula puede poner broche de oro al año volviendo a la presidencia compitiendo mano a mano con Jair Bolsonaro.

En este escenario, Alberto Fernández, en medio de la negociación con el FMI, acaba de asumir la titularidad por Argentina de la CELAC, elegido por la totalidad de los integrantes lo que para Clarín significa sólo Venezuela, Cuba y Nicaragua; Boric declina la invitación que le hizo Piñera de participar a fines de enero de la reunión de PROSUR en Colombia señalando que esa agenda no es la propia y a fines de enero asume en Honduras Xiomara Castro.

La región puede consolidar el giro progresista que con sus particularidades imprimieron López Obrador en México, Alberto Fernández en Argentina, Arce en Bolivia, Castillo en Perú, dejando en soledad a Lasso en Ecuador y a Lacalle en Uruguay.

La moneda está en el aire, pero claramente las expectativas para la región no serían las mismas si Boric no hubiera triunfado en diciembre.