La era de la miseria planificada
Todavía no se conocen con precisión las reformas que el gobierno nacional pretenderá introducir en la legislación laboral, pero los trascendidos oficiosos o críticos sustentan la sospecha de que los retrocesos serán de varias décadas.
Se asentarán sobre la base de un esquema ya precario, con amplias franjas etarias sometidas (a veces, también seducidas) por la informalidad y la disposición del clásico ejército laboral de reserva, hijo de la necesidad y la desproporción entre mano de obra y deficiente generación de puestos de trabajo. Como siempre sucede cuando tantos pierden, alguien gana. Una ecuación simple, pero no siempre recordada.
El retiro del Estado, bálsamo preponderante en los años kirchneristas, está terminando de derribar el frágil jenga. Por la época que le tocó en suerte, el kirchnerismo se pareció más al primer radicalismo que al peronismo. Uno incorporó a la formalidad laboral a parte de las clases populares por la ampliación de fuentes estatales, el otro mejoró las condiciones y retribuciones en las industrias de la sustitución de importaciones. Desde la sequía del 51 persiste irresuelto el problema de la restricción externa, que expone a la economía a los impactos globales y aceita el péndulo de capitales que estimula. Su consecuencia es la limitación política de procesos redistributivos, atados siempre a las commodities, un modo más elegante de llamar a los recursos renovables o no renovables de la tierra.
Una regresión laboral y distributiva de la magnitud de la sospechada, con envión electoral de por medio, pondrá a prueba el músculo de la respuesta. Sobre todo, hasta dónde se hizo carne la consigna del Fin de la Historia, más allá de las discusiones en torno a su enunciación teórica. Lo cierto es que se da por hecho que el status quo clausura cualquier módica veta utópica por encima del control de daños. El tacticismo permanente como práctica del campo popular es su manifestación, y acaso asegure su reproducción.
Las dirigencias, sin embargo, no son sino productos de sus sociedades. De sus ideas, omisiones o extravíos, pero emergentes al fin. En la base de la pirámide de representación se encuentra escasa participación, con una democracia cuarentona que ha resuelto agotarla en la expresión en las urnas, o el actual abstencionismo.
Es la huella profunda de la acción dictatorial, con una población activa cuya sindicalización es marginal, los partidos políticos están en evidente retracción, y las formas cooperativas parecen la aventura de soñadores. Si cada lector o lectora revisa su historia más próxima, seguramente hallará ancestros militantes, o servicios de gas y teléfonos tendidos por cooperativas.
El largo plazo parece demostrar hoy que, sin colocar senadores vitalicios ni instalar proscripciones, la dictadura consiguió legar una democracia condicionada, limitada a la espera del catálogo bienal que le acerque el muestreo de opciones para votar o desistir. En el electorado hay espacio para un tercer tercio, casi tan robusto como los otros dos, o para la recuperación de votos renunciados.
Mientras tanto, en las líneas directrices de la economía imperan los preceptos de bicicletas, deuda y tablitas que tampoco fueron removidos en los 42 años que la democracia cumplirá en menos de un mes. Incluso se los promociona para el consumo minorista, un reemplazo al sueño de zafar agarrando la quiniela a la cabeza.
La Historia, en cambio, dista de ser un eslabón de azares. Al cabo de dos décadas de impunidad, sólo interrumpida durante un año en 1986, comenzaron a ser condenados los responsables directos del terrorismo de Estado. El brío se detuvo en los estrados cuando comenzó a alumbrarse la responsabilidad civil, competencia de instigadores y beneficiarios de guante blanco. Los que instalaron la ruleta.
La historia de sus despojos quedará escrita, por la pericia de quienes la investigaron a fondo, pero lejos está de ser parte de la conciencia general. Le puso tempranas cifras Rodolfo Walsh, cuando en 1977 señaló que la violación a los derechos humanos permitía una peor, la distribución regresiva del ingreso y una consecuente miseria planificada.
El gobierno busca aprovechar el actual clima de apatía individualista para la reforma que orquesta. El modelo de trabajo de las plataformas, que se instaló de hecho, le deja un campo propicio. En Uber, las horas trabajadas dependen de la voluntad de los propios choferes. El detalle es que, como canchas de paddle y maxikioscos de otra época, en algún momento verán depender sus demandas del nivel de consumo general. Esto es: de las remuneraciones en formato tradicional. Del mismo modo que nunca hay perdedores sin ganadores, ninguna primavera se extiende más allá de diciembre.
Cuando esta época encuentre sus límites, las bombas de tiempo sembradas desde 2018 exigirán mayores dosis de osadía y creatividad a las dirigencias. Con independencia de lo que decidan ellas, el tiempo dirá qué ocurre primero: si las matemáticas encuentran el extremo soportable de despojo, o las bases retoman los caminos de cooperación, solidaridad, claridad y compromiso que caracterizaron a sus abuelos y bisabuelos, a la hora de defender sus intereses.