La alianza de Cristina y Francisco: frente de lucha contra la hegemonía neoliberal

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La alianza de Cristina y Francisco: frente de lucha contra la hegemonía neoliberal

24 Enero 2017

 Por Santiago Asorey

La hegemonía neoliberal en la región, sintetizada en la Argentina en la presidencia de Mauricio Macri, cuenta con dos enemigos fundamentales y antagónicos a su proyecto. Por primera vez en la historia existen una confluencia y una sintonía ideológica entre dos conducciones históricas y peronistas: una política y otra religiosa.

Por un lado, en el plano local, Cristina Fernández de Kirchner, el ancho de espada capaz de conducir al campo popular en la recuperación del Estado argentino. Y por otro lado, en el plano internacional, el Papa Francisco y su liderazgo religioso y popular y su combate contra el capitalismo neoliberal. Avanzan las dos figuras por andariveles separados, pero acaso su destino tal vez se encuentre unido por la necesidad mutua de alianza que despierta su enemigo en común: la consolidación de la hegemonía neoliberal y conservadora. 

El objetivo de este artículo no es explayarse en la enorme esperanza depositada en la conducción de Cristina Fernández de Kirchner (de quien ya hemos escrito bastante), sino revalorizar el significado de la transformación de Jorge Bergoglio. Lejos está de expresar - como dice el compañero Juan Ciucci - “el puntal de la avanzada conservadora.”

Históricamente existieron dos iglesias. Una que condujo los destinos de la institución y fue parte de la oligarquía local y otra que resistió junto al Pueblo la devastación. En la primera podemos encontrar la Iglesia complemento de la hegemonía liberal primero y neoliberal después. De ese lado de la historia se encuentran los cómplices de las torturas a los compañeros en la dictadura militar: la iglesia liberal y organizaciones como la Prelatura de la Santa Cruz, también conocida como Opus Dei y su patrimonio de casi 2.800 millones de dólares en todo el mundo. O La Orden de Malta en actual conflicto con Francisco. Con referentes como monseñor Héctor Rubén Aguer, arzobispo de La Plata, enemigo íntimo del Papa Francisco desde hace muchos años.

Estos sectores condujeron los hilos de la institución eclesiástica, pero en el barro de nuestro Pueblo resistió otra iglesia, profundamente legítima y popular, con raíces en nuestra historia desde los tiempos coloniales, que expresaba otra mirada. El ascenso de Francisco es el de esa tradición popular. No es un hecho menor ser el primer hombre de la Compañía de Jesús en asumir el mando de Roma. Es imposible soslayar las concepciones jesuíticas del desarrollo social en Hispanoamérica. Las huellas de aquella iglesia social negada se revitaliza con la asunción anómala de un “Papa Negro”, como establece la leyenda popular de Nostradamus.

Por la naturaleza cristiana social del peronismo, también sobrevivió esta iglesia que condenó los bombardeos de la fusiladora del ´55 y la complicidad eclesiástica. Bergoglio viene de esa iglesia. Su cercanía con el peronismo, específicamente con Guardia de Hierro, una organización de importantes cuadros políticos que militó para el regreso de Perón y que no adscribió a la lucha armada, expone la intima relación de la tradición peronista y de la iglesia del pueblo.

Las internas no resueltas del peronismo de los 70 resuenan en las disputas que constantemente Horacio Verbitsky enciende, releídas bajo la rivalidad Montoneros - Guardia de Hierro. Sin intención de reavivarlas, rescato las palabras del guardián Alejandro Francisco Álvarez, “El Gallego”, sobre la revolución de Mayo y lo católico popular: “En los únicos lugares donde sobrevivió la Iglesia española, juntista y popular, fue en el Virreynato del Río de la Plata. En lo que hoy es la Argentina, la Banda Oriental y Bolivia (Alto Perú)”. Álvarez distinguía profundamente el antagonismo de esas dos tradiciones y afirma que “por eso cuando sobreviene el proceso de la Revolución, la Iglesia Católica en estos lugares la apoyó. Apoyó el ´Viva el Rey, muera el mal gobierno´, porque apoyaba la unidad del imperio y el juntismo. No eran liberales, eran católico populares”.

De alguna forma es imposible soslayar la transformación de las instituciones que trajo el liberalismo. “Para 1860 se cambia en la Argentina al cabildo por el modelo liberal: la municipalidad”, afirma Álvarez. Efectivamente como existió una Iglesia cómplice del liberalismo económico, también existió una iglesia popular, que expresaba instituciones y visiones alternativas al (neo) liberalismo.

En otros sectores fundamentales del peronismo también existió una intima relación entre la iglesia del pueblo y el peronismo. El núcleo fundador de Montoneros, la organización político militar clave de los 70, eje fundamental en el regreso de Perón del exilio y responsable del ajusticiamiento de Aramburu, fue conformado por cuadros provenientes de la Juventud Estudiantil Católica. Así lo narra Miguel Bonasso en “Diario de un clandestino”, recordando que el padre Carlos Mugica fue instructor de gran parte de los jóvenes que después fundaron la organización. Toda la acumulación política de "la orga" se deshizo con la trágica ruptura con Perón, y con ella la unidad del movimiento, pero esto no implica el desmerecimiento en su colaboración en el regreso de Perón.

Para encontrar las huellas de peronismo en Francisco no hace falta sino leerlo y escucharlo, cuando dice en una entrevista para El País que “el problema es que Latinoamérica está sufriendo los efectos —que marqué mucho en Laudato si’ — de un sistema económico en cuyo centro está el dios dinero, y entonces se cae en las políticas de exclusión muy grande. Y se sufre mucho. Y, evidentemente, hoy día Latinoamérica está sufriendo un fuerte embate de liberalismo económico fuerte, de ese que yo condeno en Evangelii gaudium cuando digo que ´esta economía mata´.”  ¿Les parece poco? Sigamos.

“Porque los sistemas liberales no dan posibilidades de trabajo y favorecen delincuencias. En Latinoamérica está el problema de los cárteles de la droga, que sí, existen, porque esa droga se consume en EE UU y en Europa. La fabrican para acá, para los ricos, y pierden la vida en eso. Y están los que se prestan a eso. En nuestra Patria tenemos una palabra para calificarlos: los cipayos. Es una palabra clásica, literaria, que está en nuestro poema nacional. El cipayo es aquel que vende la patria a la potencia extranjera que le pueda dar más beneficio. Y en nuestra historia argentina, por ejemplo, siempre hay algún político cipayo. O alguna postura política cipaya.”

Un Papa hablando de cipayos, ¿qué agregar? No reconocer la importancia estratégica de esta tradición y de este posicionamiento de la conducción de Roma... No reconocer la necesidad de definir una línea política que integre orgánicamente una síntesis valiosa de lo que esto implica para la recomposición del kirchnerismo y el campo popular… sería catastrofico.