Gorilas en la niebla

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Gorilas en la niebla

17 Junio 2025

Deben ser los gorilas deben ser

Que andarán por allí

Deben ser los gorilas deben ser

Que andarán por aquí”


En 1953 se estrenó en Estados Unidos la película "Mogambo", que tenía como protagonistas a Clark Gable, Ava Gadner y Grace Kelly. En una de las escenas del film estaban Clark Gable, quien personificaba el papel de un seductor cazador de animales salvajes en África, y Grace Kelly, que se enamoraba de él perdidamente. Allí, de pronto se escuchaba un fuerte rugido cuya consecuencia era que la joven Grace se arrojaba en los brazos del cazador Gable, quien para tranquilizarla le decía: "Calma, deben ser los gorilas". La frase trivial sería el detonante para que la Revista Dislocada en 1955 llevara a cabo un sketch radial en donde cantaban: “Deben ser los gorilas, deben ser”.

No obstante, lo considerado a posteriori, esto es, la identificación del gorila con el golpista/antiperonista aún era una ingenua humorada radial que sería apropiada por la sabiduría popular. A partir de 1955, la Historia oficial no sólo continuará siendo liberal sino que ahora, además, sería gorila.

Cuando nos referimos en numerosas oportunidades que el mal que nos aqueja como nación es de razón ontológica, tiene que ver con esta tergiversación de nuestra historia. ¿Cómo es posible que no exista una reconsideración sobre el horror único en la historia de la humanidad como fue aquel bombardeo realizado sobre la población hace apenas 70 años? Teniendo en cuenta los avances en los diversos estudios de la Historia reciente donde hay avances que se detienen en el impacto del consumo sobre los sectores de los trabajadores hasta estudios de casos tan micro que sonrojaría a cualquier lego por el carácter de intrascendencia que tiene en varios aspectos nuestra historiografía académica, resulta de importante que la Historia mayúscula (aquella que rendía funciones al Estado) retome este acontecimiento trágico y lo ponga a debate sobre la opinión pública.

El (otro) Taita de la Historia oficial

Nuestro cura loco, Leonardo Castellani, en el “Nuevo gobierno de Sancho” de 1942 nos presentaba al Taita de la Historia Oficial que era, nada más ni nada menos, una figura clave en la injerencia de una historia centralizada por el Estado liberal y oligárquico: Ricardo Levene. En el texto satírico le contaban a Sancho sobre la importancia de controlar el relato histórico:

Es un ser utilísimo. Antiguamente la Historia eran puras discusiones. Hemos acabado de un golpe con ese perdedero de tiempo. Antes usté quería saber algo del pasado, se mataba investigando. Ahora todo está fijado por decreto y texto único”

Puede que la Historia se haya renovado metodológicamente pero el relato original no ha sido discutido. De hecho, el nuevo Taita de la Historia Oficial, el desaparecido Don Tulio Halperin Donghi cuenta en su haber la distinción de ser un gorila declarado desde el minuto cero. De hecho, cuando aconteció el golpe cívico militar en septiembre de 1955 participaba entusiasta del número especial publicado por Sur dirigido por Victoria Ocampo donde colaboraron otros gorilas conocidos como Ernesto Sábato y Jorge Luis Borges. Todos decían presente en el numero especial titulado “Por la reconstrucción nacional”. Allí Halperín Donghi publicaba un artículo titulado “La historiografía argentina en la hora de la libertad”. En el mismo ponía sobre el tapete la necesidad de establecer una renovación historiográfica que abandone el viejo relato liberal (que consagró Levene) como así también al revisionismo histórico (ya asociado por él con la prédica nacional-peronista). Esta figura que fue participe de la autodenominada “Revolución Libertadora” como interventor de la Universidad del Litoral se convertiría en una de las plumas más respetadas y replicadas incluso en la actualidad. Sin desmerecer sus aportes destacados (también discutibles desde nuestro posicionamiento) como “Revolución y guerra” (1972), a Halperin cuando incurre en la historia contemporánea siempre se le brotaban los pelos de gorila. Desde verdaderos adefesios ensayísticos como “La larga agonía de la Argentina peronista” (1994) hasta “El revisionismo histórico como visión decadentista” (orig. 1980), Halperin pierde la cabeza cuando se le cruza un descamisado. Tal es así que consideramos como uno de los principales responsables en minimizar el acto más atroz que sufrió nuestro país perpetrado por nuestras propias fuerzas: me refiero a los bombardeos efectuados sobre la población civil el 16 de junio de 1955.

Andar contando los muertos no es agradable, pero resulta útil poner en consideración que la cantidad de víctimas perpetradas por el odio gorila triplica a las ocasionadas en los atentados realizados a la Embajada de Israel y la AMIA ambas durante el Menemato.

¿Qué nos cuenta Halperín, el nuevo Taita de la Historia Oficial, sobre junio de 1955? Citamos su compendio dedicado a la Historia Argentina contemporánea titulada “La democracia de masas” publicada por Paidos (1972), con innumerables reediciones y siendo referencia tanto de becarios, como replicadores de manualística escolar:

El 16 de junio –cinco días después de la desafiante procesión de Corpus- estallaba un alzamiento apoyado sobre todo por la marina de guerra. Luego de horas de combate en torno del edificio del Ministerio de Marina y de un bombardeo y ametrallamiento aéreo del centro de la capital por los revolucionarios, el gobierno pudo sofocar el reducido núcleo insurgente; esa noche, tras una concentración convocada por la CGT cuando aún duraban las acciones aéreas, las iglesias del centro de Buenos Aires fueron incendiadas” (p.83)

La escandalosa omisión de la masacre perpetrada por un grupo de rebeldes resultaría una acción sintomática con la idea de construir un relato que minimice la acción genocida. De hecho, cuando Halperín los califica de “revolucionarios” justifica la acción de los mismos reconociendo como un mal necesario para lograr la victoria sobre el “régimen”. No obstante, el hecho es agravado cuando él condena el acto de las quemas de las iglesias y relativiza el bombardeo donde murieron adultos, jóvenes y niños. Dentro de esa omisión no sólo se trasluce una despareja reinterpretación de la Ley del Talión sino que su texto se establece como precedente de una lectura donde el peronismo termina convirtiéndose en victimario del atentado: si el tirano hubiera defeccionado, o peor, si se hubiera dejado matar, otro gallo cantaría.