Cristina conducción: el hilo de Ariadna

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Cristina conducción: el hilo de Ariadna

29 Junio 2017

Por Daniel Ezcurra* 

Empezamos a volver. Y a desenvolver la maraña de desafíos de un momento histórico en el que los más baquianos se pierden en el laberinto. Volvemos y desenvolvemos de la mano de esa Ariadna criolla que no espera a ningún Teseo, porque no le hace falta, porque no aparece ninguno o porque los que sí lo hacen, en vez de enfrentar al Minotauro, quieren negociar con él la cuota de hombres, mujeres y niños que van a ser alimento de su voracidad sin límites.

La construcción de anomalías

Por primera vez en sus 70 años de historia el peronismo es conducido por una mujer. Y el movimiento político que cambió la Argentina moderna, tiene que seguir cambiando para asimilar un hito que lo pone a construir hoy, una anomalía que será regla mañana.

Y estamos hablando de la identidad política capaz de dar lugar a la aparición, nada más y nada menos, a aquella Otra mujer. Esa Mujer; a Evita.

Cristina despierta pasiones inconmensurables y antagónicas tan propias de la experiencia histórica del primer peronismo, dicho esto sabiendo que nunca podremos bañarnos dos veces en las aguas del mismo río. 

Se la ama y se la odia a Cristina. Se condensan sobre ella la esperanza, la diatriba, el análisis, la subestimación, la sospecha, la operación, las frustraciones, la admiración, el deseo... mientras tiene la misión de liderar la búsqueda de una salida colectiva al laberinto de una Argentina sin sujeto en tiempos de hegemonía financiera.

Cartografía de una negación

“Cristina no conduce”. “Con Cristina perdimos”. “Cristina es sectaria” repiten dirigentes perdidos hace tiempo en el laberinto de un peronismo que no encontró en 30 años ninguna respuesta a los dramas nacionales hasta la llegada de quiénes en el 2003 le devolvieron al movimiento su memoria histórica y su voluntad de construir y reconstruir sus banderas.

¿La conducción del mismo Perón no fue cuestionada por el vandorismo primero y la Tendencia después? ¿Acaso Perón, militar y General de la Nación no fue derrotado en el propio terreno de las armas en 1955? ¿No fue acaso una imposibilidad dramática no poder hacer síntesis de las alas contrarias del movimiento en medio de un país sobre el que ya operaba el neoliberalismo en 1974?. 

¿Esos condicionantes hacen menos grande la obra de Perón?. Entendemos que no. El peronismo se vive y se acepta sin beneficio de inventario: Como lo definiera maravillosamente Scalabrini Ortiz en medio de los estertores de su nacimiento político:  “Hay muchos actos, y no de los menos trascendentales por cierto, de la política interna y externa del general Perón que no serían aprobados por el tribunal de las ideas matrices que animaron a mi generación. 

Pero de allí no tenemos derecho a deducir que la intención fuese menos pura y generosa. En el dinamómetro de la política, esas transigencias miden los grados de coacción de todo orden con que actúan las fuerzas extranjeras en el amparo de sus intereses y de su conveniencia. 

No debemos olvidar en ningún momento –cualesquiera sean las diferencias de apreciación– que las opciones que nos ofrece la vida política argentina son limitadas. No se trata de optar entre el general Perón y el arcángel San Miguel. Se trata de optar entre el general Perón y Federico Pinedo. Todo lo que socava a Perón, fortalece a Pinedo, en cuanto él simboliza un régimen político y económico de oprobio y un modo de pensar ajeno y opuesto al pensamiento del país” (1947). Tan así de limitadas siguen, 70 años después, las opciones que nos ofrece la vida política argentina que hasta algunos apellidos se repiten...

La conducción en femenino

Aun con Cristina presidenta, la conducción del movimiento nacional hasta la dolorosa muerte de Nestor Kirchner fue ejecutada en tándem, en pareja. Fue a partir de allí, en medio del dolor personal, del recrudecimiento de la desestabilización opositora y de una agudización de la crisis económica mundial que Cristina debió encarar, ya sin su compañero, en soledad, la conducción política.

Para algunos con una mirada cortoplacista y/o interesada, perder el gobierno por una elección, luego de 12 años de formidables batallas políticas, alcanza como sinónimo de deficiente conducción. Aunque sabemos que el mismo Perón que estuvo 18 años recluido en el exilio escribió que la conducción es un arte de resultados: “La conducción es un arte de ejecución simple: acierta el que gana y desacierta el que pierde” y como creemos en la política, no buscamos ni nos interesa una Cristina perfecta, Jefa infalible, incapaz de cometer errores. Y entendemos que le hacen un flaco favor los que así la presentan. Es necesario recordar que hay una inescindible conjunción entre quien conduce y quien es conducido:

“Sin esa unidad de concepción y sin esa unidad de acción, 'ni el diablo puede conducir'. Es decir que en la conducción no es suficiente con tener —como algunos creen— un conductor, ¡No!, el conductor no es nada si los elementos de la conducción no están preparados y capacitados para ser conducidos. Y no hay conducción que pueda fracasar cuando la masa que es conducida tiene en sí misma el sentido de la conducción. Por eso, conducir es difícil, porque no se trata solamente de conducir. Se trata, primero, de ORGANIZAR; segundo, de EDUCAR; tercero, de ENSEÑAR; cuarto, de CAPACITAR, y quinto de CONDUCIR. Eso es lo que nosotros debemos comprender”.

Y esto debería llevarnos a analizar el estado doctrinario, de organización y de la solidez ideológica del movimiento luego de más de un cuarto de siglo de hegemonía neoliberal en la sociedad y de la experiencia de traición del menemismo en los 90´ (que convirtió al peronismo en la herramienta de consolidación del proyecto de las clases dominantes) para preguntarnos si era posible, en tan corto tiempo, salir del estado de anarquía e inorganicidad que ostensiblemente se palpaba en el peronismo para el año 2001/2002.

Y luego está el hecho de la aceptación por parte de los estamentos políticos, gremiales y partidarios de lo inédito de tener que asimilar e internalizar la conducción de una mujer que para “colmo de males” al contrario de una Angela Merkel o una Margaret Tatcher no se masculiniza en el ejercicio del poder.

Así es que Ariadna entra sola al laberinto. Y Teseo convertido en colectivo partidario, no sabe bien cuál es su rol en lo que viene.

Del laberinto se sale por arriba (Leopoldo Marechal)

Cristina Fernández de Kirchner se volvió a plantar en el centro de la escena política en un acto de masas, distinto a todos los realizados anteriormente por el peronismo kirchnerista. Nombre, forma y símbolos nuevos para dar cuenta de la primera necesidad de un conductor: responder al desafío de quienes discuten su carácter de tal. Decían que no conducía… y aunque los resultados son parte del futuro inmediato, es innegable que salió de la crisis respondiendo fielmente a la bella frase de Marechal.

Cristina, como muy pocas figuras políticas, despierta amor y odio, que sin temor a equivocarnos podríamos caracterizar como de clase, aun aceptando la irradiación de las ideas dominantes sobre algunos sectores populares. Es cada vez más evidente que su figura representa una esperanza frente a la restauración conservadora expresada en el macrismo.

CFK es la dirigente que más aporta a una necesidad estratégica del campo del pueblo: impedir la estabilización política del modelo económico neoliberal. No resuelve todos los problemas, no podría hacerlo; pero aporta un inestimable “Tiempo político” necesario para seguir construyendo en medio de la disputa, unidad de acción y de concepción, organización, sujeto, cuadros y dirigentes.

El peronismo ha cerrado filas en torno a ella, al punto de prescindir de la utilización de la herramienta electoral partidaria. Una apuesta arriesgada, mayor, pero hondamente estimulante frente a los desafíos del movimiento en su conjunto.

Empoderada, sale del laberinto y conduce, convocando a poner el vino viejo del movimiento nacional en los odres nuevos de la Unión Ciudadana.

Llegados aquí, no creemos estéril recordar a Arturo Jauretche: “En el espacio de tiempo que media entre una fe que muere y una fe que nace, la frivolidad pone su imperio. Los viejos altares se van apagando y los nuevos tienen sólo una llamita incipiente, que no alumbra aún el camino de las oscuras catacumbas donde fermenta el futuro”.

*Militante del Proyecto Nacional