Esfera pública … ¿lo qué? Algunas impresiones sobre la decadente cultura democrática

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    Foto: Daniela Amdan

Esfera pública … ¿lo qué? Algunas impresiones sobre la decadente cultura democrática

26 Mayo 2025

Lo que estamos padeciendo en la actualidad bien cabria ilustrarla con aquella historia de Pedrito y el lobo: tanto se mintió y se burlaron de la importancia del Estado, de la trascendencia de fortalecer una democracia social que ahora el lobo engendrado por ellos nos devora lentamente.

En los setenta, junto a los laboratorios de experimentos neoliberales desarrollados por los Chicago Boys y las primeras expresiones de gobiernos conservadores (Thatcher/ Reagan) y socialdemócratas (González, Mitterand) también se gestaba un nuevo paradigma epistemólogico que reformulaba a todas las ciencias sociales. Cuando a fines de los setenta y principios de los ochenta, en el marco de un proceso pos estructuralista, se comenzaba a deconstruir a la nación definiéndola como una “invención” se abrió una caja de Pandora incontrolable que termina siendo funcional a los nuevos ordenes mundiales.

La reforma involuntaria

Hace unos años Brad Gregory publicaba un libro clave traducido al español como “La reforma involuntaria. Cómo una revolución religiosa secularizó a la sociedad” (FCE, 2021). En dicho trabajo, Gregory establece que la llamada “Reforma protestante” constituyó un cambio incluso de carácter ontológico al cuestionar las bases éticas y morales con las que se regía Occidente. El desacuerdo acerca de qué es verdad y cómo se debe vivir que surgió en el contexto cristiano de principios del siglo XVI no ha cesado y ha promovido la visión de la religión como algo separable al resto de la vida.

En la actualidad, y a partir de la Reforma, la Ciencia se alejó de Dios apelando a la libertad de creencias. En ese sentido, la Teología no tiene mayor injerencia en la vida social siendo guía o no de los individuos, según decisión personal. Por lo tanto, no hay unidad de concepción, todo es válido quedando sujeto a la libertad de conciencia.

Este cambio fue y va deteriorando las relaciones humanas, en tanto con la Nación sucedería lo mismo que le pasó a Dios. La idea de Nación también está inserta dentro de una interpretación historicista, resabios del romanticismo alemán del siglo SVIII y amplificado en los procesos de formaciones de los estados nacionales que proliferaron a mediados del siglo XIX. Desde entonces se entendía a la Nación como una creación ex nihilo, donde se podía ensayar interpretaciones y misiones históricas aunque no se podía sobre el tapete si la Nación podía existir o no. A partir de los ochenta, los cientistas sociales empezaron a desmembrar aquella idea de Nación, abriendo entonces la caja de Pandora: porque si la nación era un elemento indispensable para generar identidad y justificar las relaciones sociales dentro de un habitus donde el Estado debía intervenir para regular dicho desenvolvimiento, al cuestionársele su existencia se desmantela inevitablemente el funcionamiento que había sido naturalizado. Mientras que la economía ya pasaba por otro lado, los dueños del poder ya no representaban naciones; en dichos de Baumann: todo es líquido. Es un torrente de fluidos que en actualidad no hay chances de ponerle un freno.

Los que pertenecemos a la generación analógica (algunos) no nos dejamos de sorprender de la realidad brutal en la que estamos inmersos, donde no hay códigos éticos, ni morales. No hay ni comunidad, ni organización. Donde el presidente reniega de la Constitución y del carácter republicano, transgrediendo todo tipo de límites. ¿Aún es válido leer a Habermas y a aquellos pensadores que cuestionaron a la nación y al Estado interventor?

El filósofo y sociólogo alemán en 1981 planteaba la importancia de la esfera pública para el fortalecimiento de la democracia. Para Habermas, la esfera pública era un espacio donde se formulaban y se deliberaban cuestiones de interés público. La importancia del mismo era que se constituía en una esfera independiente del Estado y del Mercado. Dentro del mismo, los medios de comunicación resultaban indispensables para alimentar el debate y el intercambio. Con dicha fórmula, Habermas sorteaba el predominio del Estado y alentaba la participación de todos los ciudadanos en la cosa pública. No obstante, intuyo, el debilitamiento de los valores identitarios fueron generando un vacío profundo ya que la idea de Nación no fue reemplazada sino banalizada, priorizando las libertades individuales. Ante un Estado ineficiente y con un mercado en dominio de los grupos de poder, la esfera pública no tuvo ni tiene mucha razón de ser. La democracia, al fin y al cabo, no era una consigna todo poderosa que servía para poder comer y educarse sino estaba acompañada por la presencia de una Institución que ordene y corporice los principios fundamentales en los que se desarrolla una comunidad o una nación.

Lo que presenciamos el pasado domingo (la apatía de los argentinos en recurrir al sufragio electoral) es un síntoma más de este desparpajo en la que estamos inmersos. Por eso ya no interesan los intelectuales, ni el Estado, ni la Nación.