Alicia Partnoy: “‘¡Escuchá!’ marca el desexilio de mi obra creativa”
Por Diego Kenis
El primer libro de Alicia Partnoy se publicó cuando su autora apenas había pasado los treinta años. Corría 1986, recién retornaba la democracia en la Argentina y La Escuelita (ver “Había una vez una Escuelita”) se convertía en el primer testimonio sobre un Centro Clandestino de Detención (CCD) de la dictadura. El homónimo a la obra, aquel por el que la autora pasó en los primeros meses de 1977. Cuando fue una de las miles de personas desaparecidas.
La Escuelita fue originalmente The Little School, porque su edición inaugural fue publicada en los Estados Unidos, donde Partnoy residía desde 1979, cuando los verdugos le dieron la opción de exilio. La Memoria todavía tenía su trabajo por hacer en la sociedad argentina, y esa primera edición fue leída en una lengua extraña.
Un particular nexo guarda aquel libro inicial con el más reciente, ¡Escuchá! (de la editorial cooperativa 7 Sellos). Si La Escuelita fue escrito en inglés para recuperar y mantener vivos en la memoria a los compañeros desaparecidos y asesinados, ¡Escuchá! se conformó en sentido inverso. A partir de las cartas que ella escribía a su hija Ruth desde las cárceles de Villa Floresta y Devoto, los alumnos de Alicia en la cátedra de Castellano en la Universidad Loyola Marymount de Los Ángeles ejercitaron su dominio de la lengua que se habla en nuestro país, y aprendieron la textura de las palabras con que su profesora pensó a su hija, a sus padres, a sus compañeros de cautiverio.
En diálogo con AGENCIA PACO URONDO, Partnoy repasó los múltiples sentidos que constituyen al y se desprenden del libro, como obra creativa, relato testimonial, documento histórico, reparación interior, muestra de amor materno, trabajo militante, experiencia académica, soporte de la memoria y constructor de futuro en las aulas de las escuelas primarias argentinas en las que, por estas horas, se lee.
Agencia Paco Urondo: ¿Qué nos muestran estos textos sobre aquella Alicia de veintitrés años, y en esa situación tan particular?
Alicia Partnoy: Éramos muchas las madres jóvenes, presas políticas, que tratábamos de conectarnos con nuestros hijos a través de cuentitos y poemas infantiles que transmitieran, sin revelarle demasiado a la censura, nuestros valores. Hoy releía el libro, que fue presentado en la maravillosa Feria Internacional del Libro de Buenos Aires y lo que veía era la necesidad de conectarme con esa hija de la que me habían separado hacía unos meses, cuando ella tenía año y medio. Esa conexión, esa especie de casa de papel que construíamos en las cartas, como forma de resistir la destrucción de vínculos familiares que era parte de la estrategia de la dictadura para desmoralizarnos y aniquilarnos como seres humanos, se hacía desde la solidaridad. Entonces, lo que yo escribía tenía que servir para que otras madres también se lo mandaran a sus hijos. Yo tenía en aquel momento muy presente la obra de María Elena Walsh, escritora de textos para niños y para grandes que con mucho humor había escrito en anteriores dictaduras militares. Su obra me inspiraba.
APU: La Escuelita salta a la vista como un texto militante, comprometido con llevar la memoria de lo ocurrido a los tiempos futuros. ¿Éste también es un texto militante, además de ser una comunicación íntima entre una madre y su hija?
AP: ¡Escuchá! es un texto militante desde otra perspectiva. Los chicos de las escuelas de Santa Rosa, La Pampa, ya me mandaron dibujitos y cartas contándome su experiencia al leer algunos de los textos en ocasión del Día de la Memoria, establecido el 24 de marzo, aniversario del golpe militar de 1976. También desde esa perspectiva de la memoria, compartí los textos con niños de cinco o seis años y con estudiantes secundarios en Bahía Blanca y la respuesta es conmovedora. Los chicos me decían cosas como: “¿Entonces la gente conocía los versitos que escribías y por eso trabajaban todos para que los militares te dejaran salir de la cárcel?”
Algo muy fuerte que incluye ¡Escuchá! es una carta de mi hija Ruth Irupé Sanabria que ella escribió hace unos años desde la perspectiva de la niña a quien los militares le secuestraron a la mamá. Los chicos de una escuela de La Pampa me escribieron sobre esa carta: “La seño (la maestra) se emocionó al leerla y se puso a llorar y entonces la tuvo que terminar de leer una compañera de clase”.
APU: ¿Recuerda qué sentimientos pasaban por usted al escribir estos textos?
AP: Estaba tan desesperada por esa distancia, la angustia era grande, pero el componer los versitos, cuentos y cartas era una forma de actuar, de no dejarme caer. Me ayudaba a visualizar a esa nenita que no podía tocar y que veía a través de un vidrio cada cuarenta y cinco días.
APU: Suele ser un relato común a quienes han padecido cárcel por razones injustas: la escritura aparece asociada a la libertad. ¿Usted también la vivió así?
AP: El título del libro es el eco de un poema que le escribí a mi hija desde la cárcel, pienso que su lectura responderá mejor tu pregunta:
Escuchá:/Mi garganta se hace amiga del viento/para llegar hasta vos/ corazón tierno, ojos nuevos./ Escuchá:/ Poné tu oído en el hueco de un caracol/ o en el parlante infame/ y escuchá./ La razón es tan simple/ y tan sencilla/ como la gota de agua/o la semilla/ que te cabe en la palma de la mano./ La razón es bien simple:/ No podía/dejar de pelear por la alegría/ de aquellos que son nuestros hermanos.
APU: ¿Cómo se desarrolla el proceso creativo que conduce a un cuento o un poema, en el encierro de una cárcel, sin el contexto habitual, el respaldo de libros o personas de consulta, pero a la vez con toda la fuerza del reencuentro con una hija y el mundo exterior?
AP: En la cárcel teníamos talleres donde las madres y las tías escribíamos para los chicos. Pasábamos 22 horas en la celda con otras tres compañeras, pero en las horas en que nos abrían trabajábamos en la creación y en otros talleres sobre una gran variedad de materias. Las que habíamos estudiado literatura, coordinábamos los talleres de escritura o de comentario de libros y una revista muy precaria que atábamos con hilos de colores de las toallas. Cuando venía la requisa, arrasaban con toda nuestra producción, se llevaban los libros y cuando encontraban artesanías elaboradas por nosotras nos castigaban sin visitas. Para las madres y nuestros hijos era devastador ese castigo.
APU: ¿Cómo se fue reencontrando con estos textos a lo largo de los años, hasta decidir la actual publicación?
AP: Mi madre había guardado todas las cartas que le enviara desde la cárcel. En muchas de ellas había textos para mi hija. En algún viaje de regreso al país, cuando se acabó el exilio, me las traje. Sin embargo, cada vez que releía esas cartas, lloraba mucho. Entonces, como la universidad donde enseño castellano en Los Ángeles, estimula el trabajo de los estudiantes en proyectos creativos o de investigación de sus profesores, decidí que mis alumnos colaboraran en eso. A ellos les pagaban por buscar los poemas y cuentitos en las cartas y transcribirlos. Así aprendían también el idioma. Realmente sin su ayuda creo que jamás hubiera emprendido ese proyecto.
APU: Pasado el tiempo, lo ocurrido durante la dictadura seguramente reapareció en el tránsito de esa relación filial. ¿Cómo es ese camino de comunicar a una niña una verdad tan oscura y dolorosa, pero al mismo tiempo tan ineludible? ¿Se deciden momentos, se miden dosis asimilables de esa verdad para cada edad de la vida?
AP: Siempre fue muy duro para mi hija y para mí procesar todo el trauma sufrido. Ella pudo comprender un poco mejor la situación cuando en la escuela secundaria supo que la realidad de ella era compartida con miles de niños y jóvenes latinoamericanos. Esas clases de historia contemporánea le ayudaron a poner en contexto nuestro propio drama familiar y a racionalizar ese contexto. A nivel emotivo es mucho más duro. Por eso este libro es tan importante para mí. También muy sanadora fue la visita que hicimos el año pasado donde en Bahía Blanca, el lugar de la tragedia de los ‘70, ella compartió esa carta y otros escritos suyos, entre ellos un texto sobre la enseñanza de poesía a los niños inmigrantes en Nueva York.
APU: La Escuelita está cumpliendo tres décadas. Un lugar común entre los escritores marca que es difícil convivir con los viejos libros propios. Pero éste no es sólo una creación literaria. ¿Cómo se lleva con él, tras tantos años de convivencia?
AP: La verdad es que la convivencia con este libro ha sido maravillosa. Imaginate que pudo ser usado como evidencia en los juicios que condenaron a los genocidas. La Escuelita me abrió las puertas a miles de corazones solidarios, se acaba de publicar en bengalí, en la India y el año próximo se publica en Francia, en traducción. Fue también mi primer libro en volver del exilio, en ser publicado en castellano. ¡Escuchá! es mi octavo libro y es el primero que se publica antes en castellano y en Argentina que en el país. Es el que señala el desexilio de mi obra creativa.