No sé rendir homenajes (o una sirena para el oso)

  • Imagen

No sé rendir homenajes (o una sirena para el oso)

30 Agosto 2014

Por Leticia León

Una vez ―no hace tanto― me pidieron que me presentara, que delineara mi perfil; tenía que hablar de mí ante un grupo de desconocidos. Me quedé en blanco durante una semana. Claro que en el momento pude hacerme a (des)trazos, pero no más que una vulgar despersonalización.

Pensé. Pensé mucho. Lo único que me venía a la mente era el “Discurso del oso” y Julio Cortázar ―su autor, de más está decirlo―. En ese relato estaban los vecinos y la encargada del edificio en el que vivo. Ese relato me explicó por qué se tapa la pileta de mi cocina cada dos por tres. Ahí, en ese relato, estaba yo, lavándome todas las mañanas la soledad… apiñándome la cara. Automáticamente. Todas las mañanas.

Entonces Julio empezó a charlarme a través de sus textos, de sus cuentos y de las entrevistas que tengo grabadas en un CD. Caminábamos de la mano por mis sueños. Hablábamos de lo mismo.

No sé rendir homenajes, pero con él es diferente, porque hay entre nosotros un sentimiento fantástico* desde que fuimos (¿somos?) novios en alguna realidad misteriosa… El oso me entiende cuando hablo de esto. Y, como “en realidad” no puedo ser “yo” para Julio,

soy la sirena de los pasadizos de tus letras, nado entre caracolas de dolor y colores inocentes, cadáveres incandescentes y pasiones de bastón. Voy por las catacumbas de emoción en emoción y soy una sirena en tus letras.

Creo que te estimo porque tu voz arroja olas de pulsión. Incesantemente abrazo planetas de mares, a veces océanos de humo. Y nada me gusta más que nadar de helicóptero a submarino, tomando más y más agua. Y disfruto en las profundidades de las sombras, porque saco provecho del despojo. O cerca de los límites de las redes, porque las agujereo. De noche aleteo en la tinta y es cuando más creativa aleteo. Hago remolinos para ver si las ostras muestran sus perlas y dejo que mi pelo fluya en el papel. Y puedo flotar en las aguas más podridas de los hombres y hundirme en charcos de felicidad, insomne. Primero con llantos, después con risas, después con las dos juntas, y eso me produce una grandísima alegría.

Entonces recorro los pasadizos de tus letras, de emoción en emoción; pataleando triste si me asfixian, sonando ingenua cuando me acarician. Hay seres que temen cuando les canto, y usan ataduras en las orejas. Algunos están tan sordos que no pueden sondear los pasadizos de las emociones, y se ahogan. Yo a veces tengo miedo de transformarme en uno de ellos. Y nado más hondo e intento llegar al cielo. Cuando la nube me moja, tambaleo si veo desde allá arriba a mis seres queridos naufragando. Entonces me sumerjo cálida de abrazos y embotada de besos, vagamente segura de que algo bien estaré haciendo.

* CORTÁZAR, JULIO, “El sentimiento de lo fantástico”, [en línea] http://www.ciudadseva.com/textos/teoria/opin/cortaz5.htm