Por una educación para la libertad, por Pedro Baez

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Por una educación para la libertad, por Pedro Baez

27 Agosto 2012

Las sorprendentes reacciones (algunas, verdaderamente patéticas) producidas ante la sola posibilidad que la educación deje de ser un instrumento para la “domesticación” del individuo y se convierta en el espacio para su “liberación”, invita a preguntarnos si no habrá llegado el momento (como en su momento le llegó al rol de los medios de comunicación, al matrimonio igualitario, a la recuperación de YPF, etc) de debatir profundamente este tema, que resulta verdaderamente estructural para el futuro del país y de su pueblo.

Sea por ignorancia, porque no les importa o porque añoran una época, resulta difícil de aceptar que a casi treinta años de vivir en democracia, se escuchen voces que operan como si fueran el “eco” de la dictadura. Personalmente no puedo creer que el centenario partido que parió a un presidente como Alfonsín y que desde sus filas tantos jóvenes militantes de Franja Morada asumieron la práctica política con pasión y convicciones tenga hoy dirigentes repitiendo una y otra vez consignas que niegan esa historia. Al sostener que “a la escuela o a la universidad se viene a estudiar, no a hacer política”, avalan una afirmación que presupone al ser humano como conformado por dos entidades (sujeto y objeto), de las cuales una (el sujeto) debe quedar afuera.

El disparate de pensar que es posible separar al ser humano de su naturaleza política, no solo niega el principio aristotélico que lo define como “un animal político”, sino que al pretender despojarlo de sus ideas o limitar el espacio para su evolución, esconde la siniestra intencionalidad de remplazar una sociedad que reflexiona y opina, por otra que simplemente consume, conformada por “criaturas que miran pero no piensan, que ven pero no entienden” (Giovanni Sartori, en su libro Homo Videns).

Esta lógica tuvo relación directa con la desaparición de miles de jóvenes estudiantes en los años de la dictadura genocida. Sirva esto como apelación a la responsabilidad de aquellos sectores que hoy la promueven, sea desde un 0800 o desde discursos plagados de una ética falsa que solo concibe a la Educación como instrumento formativo en aquellas capacidades funcionales a los intereses que nos dominan, pero no a los de la nación y su pueblo. Jauretche definía a este fenómeno como “colonización pedagógica”.

Para que las nuevas generaciones puedan dimensionar el maravilloso presente que nos toca vivir en términos de libertad, bien vale recordar cuan “peligroso” era ser poseedor, portador o lector de textos, cuyos autores fueran considerados “nocivos” por quienes (civiles y militares) tuvieron la arrogancia de atribuirse el derecho a administrar nuestro destino. Todo operativo llevado a cabo por una fuerza de “seguridad” en cualquier barrio del país, era motivo más que suficiente para que nuestros padres -en resguardo de nuestra existencia- decidieran (fogata mediante) “quemar” nuestros libros y fue así, como aquellos muchos autores (desde Marx o Engels, hasta Scalabrini Ortiz, Hernández Arregui o Galeano, entre otros) se “extinguieron” en las llamas, pero aun viven en nuestro espíritu.

Los defensores de una educación “aséptica”, son los mismos que hacen política de la no política y profesan la ideología de la no ideología, que nos impide reflexionar seriamente sobre el mundo que nos rodea, para que no podamos hacer para modificarlo, asegurando -de ese modo- la continuidad de sus privilegios.

A lo que en realidad le temen estos sectores reaccionarios y por eso se oponen, es a que el espíritu de Artigas, de Moreno, de San Martín, de Bolivar, de Scalabrini Ortiz o de Kirchner se materialice en las ideas que entusiasmen a las nuevas generaciones hacia la consolidación definitiva de la Patria Grande, Libre y Soberana, poniendo punto final al relato de la historia oficial sobre la cual se diseñó nuestro sistema educativo. Cabría preguntarse entonces, ¿quiénes son los “adoctrinados”?.

No se trata de acusar o condenar a alguien, se trata de asumir que estamos frente a un dilema y que necesita ser resuelto desde la política. Si no lo hacemos, la víctima puede ser la educación, es decir nuestro destino.