Atentado en Barcelona: ¿Por qué nos matan?, una pregunta reversible

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Atentado en Barcelona: ¿Por qué nos matan?, una pregunta reversible

23 Agosto 2017

Por Carlos Iaquinandi Castro, desde Catalunya (*)

Los grupos yihadistas han golpeado Catalunya dejando una secuela de dolor por los muertos y heridos y de angustia por lo que implica la ruptura de su convivencia.

Se denuncia el odio y la irracionalidad de los terroristas. Pero no abundan las reflexiones que procuren respuestas al interrogante de “¿Por qué nos matan?” que se plantean muchos ciudadanos.

Cuando el terrible atentado contra las Torres Gemelas en Nueva York en el 2001, algunos pensamos que el pueblo norteamericano se haría esa pregunta. Y que quizás entonces percibieran que ese golpe, por su magnitud, por la inmolación de sus ejecutores, representaba un odio descomunal. Si así ocurría, puede que intentaran indagar y encontraran pistas de la verdadera historia de la política exterior de su país en las últimas décadas. Pero no fue así, salvo casos individuales.

Tratemos de que no nos pase lo mismo, y seamos capaces de un examen colectivo para respondernos esa misma pregunta. 

Quizás, como punto de partida, es tiempo de revisar el  apoyo explícito de los gobiernos europeos, el español  incluido, a las invasiones y operaciones militares en diversos países como Irak, Afganistán, Libia, Sudán, Ucrania, Somalia, o Yemen, entre otros. O recordar también Chechenia, Argelia o Bosnia en los ‘90, aquello que Juan Goytisolo definió como “las semillas del Yihadismo”.

Recapitulemos

En el 2003, una coalición encabezada por Estados Unidos y Reino Unido, y que contó con el apoyo del gobierno español, decidió sin el aval de las Naciones Unidas la invasión de Irak. El extenso y documentado “Informe Chilcot”, elaborado tras siete años de investigación por encargo del parlamento británico, determinó que el ataque estaba decidido de antemano y que fue falso el argumento sobre la existencia de armas químicas en poder de Saddam Hussein. El informe publicado el año pasado, revela que el ultimátum contra Irak salió de la llamada “Cumbre de las Azores”, con Bush, Blair y Aznar como protagonistas. La invasión generó el mayor movimiento civil contra la guerra. Millones de personas salieron a las calles en todo el mundo para denunciar y rechazar la “guerra” decidida por EEUU y sus aliados. El clamor popular fue desoído.

En nombre de la libertad y la democracia, los integrantes de la coalición bombardearon ciudades y pueblos, provocaron miles de muertos, destruyeron infraestructuras, disolvieron el ejército iraquí, dañaron valiosos yacimientos arqueológicos de lo que se considera fue “la cuna de la Humanidad y dejaron un país devastado y en manos de bandas o grupos sectarios. Durante la operación las tropas anglo-norteamericanas protegieron los pozos petrolíferos, pero nadie defendió la Biblioteca Nacional de Bagdad, saqueada y reducida a cenizas, o el Museo donde se guardaban los primeros ejemplos de la escritura humana y de los símbolos numéricos. Ocuparon el país, detuvieron y ejecutaron a Saddam, pero humillaron a un pueblo destruyendo también su patrimonio cultural.

Libia “liberada”

Pero, de allí en más, otras regiones claves fueron convertidas en objetivos de control estratégico. Y con variadas excusas, justificaron nuevas invasiones, como el caso de la “liberación” de Libia, convertida en “tierra de nadie”, balcanizada, con zonas controladas por diversas facciones armadas, un alto índice de criminalidad y destruidas sus estructuras como Estado. Hoy, en sus costas, pandillas armadas negocian con los traficantes de refugiados, y a la vez, en un doble juego, reciben primas económicas de la Unión Europea para impedir que éstos lleguen al continente por el Mediterráneo. También permiten a estas bandas criminales que naveguen más allá de las aguas territoriales para expulsar (incluso con disparos intimidatorios) a los navíos de organizaciones humanitarias como la catalana Proactiva o Médicos Sin Fronteras que han logrado salvar a millares de refugiados de una muerte segura en los frecuentes naufragios. Hace ya más de dos años que Europa cerró sus fronteras y archivó sus compromisos con los Derechos Humanos. El legado antifascista de la post guerra, incluyendo el estado del bienestar, también han sido olvidados. Sólo queda la retórica vacía de los discursos con los que los gobernantes intentan maquillar su incapacidad y su sometimiento a los intereses económico financieros. Este es el verdadero poder. El que controla y maneja a los representantes de los gobiernos europeos en Bruselas.

La tragedia del pueblo sirio

La “guerra en Siria”, como suele definirla la prensa, es la evidencia de cómo prevalecen los intereses geoestratégicos de las potencias y de las multinacionales sobre la defensa de la vida y el bienestar de los pueblos. Un conflicto interno entre el gobierno y un alzamiento popular, derivó en la progresiva intervención extranjera, proporcionando armamento, o reconociendo a diversas “facciones” rebeldes que podían coincidir con sus propios intereses. Después, el caos fue aprovechado por el Ejército Islámico para apoderarse de una parte importante del territorio sirio y parte del de Irak, para proclamar un naciente “califato”. Eso justificó que Estados Unidos y países europeos se sumaran bombardeando sus propios objetivos. Rusia también aportó sus bombas, en este caso, justificado en los tratados que tiene con el gobierno de Al Assad. Y hasta Turquía envió sus tanques, sus aviones y sus soldados, con el argumento de preservar sus fronteras. Pero, en realidad, sus objetivos, más que las fuerzas del Ejército Islámico, fueron las milicias kurdas, pueblo sin tierra ni país, que en este caso ha conseguido victorias significativas frente al Daesh. Más de la mitad de la población siria, es decir casi once millones de personas, se encuentra desplazada. Más de la mitad de ellas ha cruzado  fronteras huyendo del horror cotidiano. La mayoría está retenida en Turquía, o  en campos provisionales en Líbano, Jordania o incluso en Grecia. Las Naciones Unidas no han  logrado frenar esta masacre permanente, este sufrimiento atroz de todo un pueblo. Son más de cinco años de mal en peor. Es el mayor fracaso contemporáneo de la humanidad y de la ONU. Unos ponen las bombas, y otros, los pueblos, ponen los muertos y sus patrias. Miedo y desamparo de millones de seres. En pleno siglo XXI.

África saqueada

También los “desarrollados” fomentan conflictos internos en los que finalmente terminan participando con suministros de armas, bloqueos, intervenciones directas o bombardeos. Muchas veces su objetivo es tener fácil acceso a materias primas vitales para el crecimiento tecnológico y el bienestar de los países “desarrollados”. África es un continente rico en recursos, pero 38 de sus países figuran entre los 50 menos desarrollados del mundo.  ¿Cómo es posible?:  porque sus territorios son sometidos a un saqueo constante, favorecido por ese caos “importado” que ha generado países inviables, crisis regionales y el éxodo constante de población. Las minas son explotadas  por multinacionales, con la mano de obra más barata del mundo. El coltán, el oro, el cobre, o las piedras preciosas son la fuente de financiación de conflictos. Los “señores de la guerra” locales combaten por controlar los yacimientos para disfrutar de la compensación económica de las multinacionales que terminarán llevándose sus riquezas. La independencia de varias naciones africanas en los años ‘60, se interrumpió violentamente con el asesinato del líder congoleño Patrice Lubumba, planeado por Bélgica, y la CIA norteamericana, como lo revelaron años después los documentos desclasificados. Allí se inició la contrarrevolución neocolonial que  ahogó la libertad de los pueblos africanos.

En nombre de la libertad

Incansables pregoneros de la libertad y la democracia, muchos países desarrollados establecen alianzas con gobiernos autocráticos árabes que oprimen a sus propios pueblos, como Arabia Saudita, Turquía o Egipto.

El régimen saudí soluciona el problema de los disidentes con degollamientos públicos, cárcel o torturas. Un reciente documental grabado por la cadena británica ITV con cámara oculta, reveló decapitaciones, exposición pública de cadáveres de ejecutados, o agresiones policiales a mujeres por infringir normas. (Entre otras prohibiciones no pueden conducir vehículos, y no pueden salir solas, deben hacerlo con algún familiar masculino.)

Arabia Saudí  también ha sido acusada de financiar al Daesh,  ya sea directamente o por no evitar que donantes privados envíen dinero al grupo extremista. También sería proveedora de fondos para la propagación del wahabismo, una corriente del Islam rigurosa que condena a otros musulmanes que no comparten su teología. Los estudiosos señalan vínculos entre el Daesh y el wahabismo, en el cual se fundamentaría el uso de la violencia porque la pueden justificar teológicamente.

El primer viaje al exterior del presidente Donald Trump fue en mayo pasado para visitar Arabia Saudí. Respaldó a su gobierno y a su política en la región y firmó una venta de armamento por 110 mil millones de dólares. Meses antes había estado allí  el jefe del Estado español, Felipe Sexto. Su país también es proveedor de armas para la monarquía saudí.

Por su parte, en Turquía, el presidente Erdogán, ha encarcelado a decenas de miles de opositores, a centenares de periodistas, a maestros y  a miembros de las Fuerzas Armadas. Ha cerrado numerosos medios de comunicación. No hay libertad de expresión en el país. Europa tolera estas violaciones de los derechos humanos. Y no solo guarda silencio, sino que ha “premiado” al gobierno turco con seis mil millones de dólares por la “contención” de los refugiados, o sea impedirles cruzar el Mediterráneo. Europa se desentiende de la suerte de más de dos millones y medio de refugiados, la mayoría sirios hacinados en refugios y explotados en maquilas. Un programa de la BBC británica en octubre pasado, documentó la presencia de refugiados sirios, inclusive menores, trabajando para proveedores de las multinacionales Mango y Zara.

En Egipto, el gobierno del general Al Sisi tiene pleno reconocimiento europeo y recibe importante ayuda militar de los Estados Unidos, como sus predecesores. Las denuncias de organismos de derechos humanos indican que hoy en Egipto se tortura más que durante la dictadura de Mubarak. Israel tiene buenas relaciones con Al Sisi, porque saben que considera “enemigo” al movimiento palestino y forma parte del cerco territorial de la franja. A propósito, recordemos que la tolerancia y apoyo a la ocupación israelí de los territorios palestinos, las agresiones y humillaciones que padece cotidianamente ese pueblo, la prisión a “cielo abierto” en la que mantienen a más de un millón y medio de personas en Gaza, nada tienen que ver con los principios que gobiernos europeos o Estados Unidos dicen defender.

La gran mayoría de las víctimas del Daesh pertenecen a países musulmanes.

Un dato a tener en cuenta: el 80 por ciento de las víctimas de los atentados del Daesh o  Estado Islámico en todo el mundo, corresponden a países con población mayoritariamente musulmana. En lo que va del 2017, se han producido en el mundo 883 atentados con 5.274 víctimas. La mayoría de ellos, en especial los que produjeron más muertes, corresponden al Daesh o a algunas de sus “franquicias”, como Boko Haram en Nigeria. Otro dato indicativo: de los 162 países incluidos en el Índice de Terrorismo Global, Irak ocupa el primer lugar en víctimas y Francia, por ejemplo, está en el puesto 56.

Los ataques a occidente parecen formar parte de una estrategia que pretende tensar o romper las relaciones de las minorías musulmanas en occidente con el resto de la sociedad. En la práctica, cada atentado que se produce en países europeos alimenta la islamofobia y el ascenso de la extrema derecha. Hay gobiernos y medios de comunicación que con sus afirmaciones, contribuyen a estimular el miedo y el rechazo de los “otros”, sólo por provenir de otro país, profesar otra religión o tener sus propias costumbres. En definitiva, inconscientemente colaboran con los planes del Daesh.

Quiénes ponen las armas

Los países “desarrollados”, son los principales fabricantes de armas con las cuales diariamente son exterminadas miles de personas en los diversos conflictos activos.

Para ellos, las muertes ajenas simplemente son parte del negocio.

Estados Unidos, Rusia, Alemania, China, Francia, Reino Unido, España, Italia, Ucrania e Israel son los diez primeros fabricantes. España es una de las principales proveedoras de armas de Arabia Saudí. Esta autocracia lidera una coalición de países árabes que interviene unilateralmente en el conflicto interno en Yemen, bombardeando y entregando armas y recursos a los sunníes que procuran frenar a los rebeldes hutíes que controlan una parte importante del país. Estos tienen el respaldo de Irán y lo que está en juego es  la influencia en la región del Golfo Pérsico. En este caso, como en tantos otros, unos ponen las armas y los pueblos ponen los muertos.

Europa y los refugiados de las guerras y hambrunas

Otro grave cargo contra los verdaderos fabricantes de odio es el trato inhumano hacia los refugiados, víctimas a su vez de conflictos o hambrunas  muchas veces generados por la intervención extranjera. Las distintas formas de neocolonialismo afectan regiones de Asia y África. Europa cierra fronteras y externaliza la contención de los refugiados al dictador Erdogán o a las bandas criminales que operan en Libia. Abandona sus principios fundacionales sobre la defensa de los derechos humanos. Millones de personas quedan en el más absoluto desamparo.

Saquemos conclusiones

¿Qué respuesta daríamos si los millones de damnificados por las causas enumeradas se hicieran la pregunta que nos formulábamos al principio: “Por qué nos matan”? 

Ellos nos podrían contar miles de agravios, humillaciones, barreras, muertes, destrucciones, persecuciones por pensar, por creer. De saqueos de sus tierras, de sus patrimonios. De represión de sus culturas, de sus creencias religiosas. Nos podrían hablar del hambre, la miseria, la injusticia, la marginación. De las lluvias de bombas sobre sus tierras con las que los poderosos dirimen sus propios conflictos. De que les matan para dominarles, para robarles, para saquear sus recursos y riquezas.  

Quizás ese ejercicio de conciencia, de revertir la pregunta inicial, nos alejaría de respuestas tan fáciles como inútiles, que es adjudicar a los demás locura o irracionalidad para calificar sus acciones.

Los gobernantes de los países desarrollados no asumen su protagonismo en todas las operaciones militares e invasiones enumeradas en este artículo. Ni que son ellos los proveedores del  armamento con el que se mata y destruye. Prefieren denunciar “el odio y la irracionalidad de los terroristas” y las amenazas contra “nuestro modo de vida”.  ¿Nuestro, o se refieren al suyo, al de minorías que tienen poder y fortunas? Con estas frases esconden sus responsabilidades, pero el problema seguirá y crecerá y lo sufren las mayorías sociales.

“Debemos detener esto…”

La educadora social de Ripoll, el pueblo catalán donde vivían la mayoría de los jóvenes marroquíes que integraban el grupo terrorista que atentó en Barcelona, escribió en su conmovedora carta abierta: “Me duelen las chispas que encienden el odio en las redes, en la calle, en el pueblo donde vivo, los periódicos... Donde se muestra la ignorancia, el rencor, la indiferencia, el no respeto hacia el prójimo, los tópicos, las fronteras, el girar la cabeza hacia otro lado, el no saber ponerse en la piel del otro. Y esto se repite siglo tras siglo, año tras año. ¿Qué estamos haciendo mal? Debemos detener esto. Debemos hacer algo”.   Es cierto Raquel, esa debería ser la primera preocupación. Mientras los gobiernos de “Occidente” no corrijan su comportamiento internacional esto irá de mal en peor.

Asumamos que la exaltación religiosa puede llegar a ser una herramienta de manipulación de los sentimientos primarios. Las afirmaciones absolutas pueden volverse rápidamente en la justificación de la violencia. La razón y la sensatez pasan a un segundo plano. Y los grandes medios de comunicación (me refiero a los que tienen como propietarios de canales de TV, diarios y cadenas radiales a banqueros, financistas o empresas transnacionales) no solo no ayudan con análisis serios y documentados, sino que prefieren alimentar “contra-odios”.

Y los gobiernos encuentran una excusa torpe para justificar sus cierres de fronteras a los millones de víctimas de esos conflictos y esas guerras que ellos mismos han generado por sus intereses de control geoestratégico. Más de 60 millones de seres humanos desplazados de sus tierras, de sus gentes. Europa ha renunciado a sus principios fundacionales para convertirse en una fortaleza de egoísmo y desinterés por el prójimo.

Malos tiempos. Nos queda la esperanza de que no pocos seguimos creyendo en que es posible un mundo mejor, donde en lugar de arrinconar la Vida, arrinconemos la desigualdad y la injusticia.

Quizás estas reflexiones nos ayudarían a construir colectivamente un mundo de convivencia en paz, de verdadera cooperación y solidaridad entre los seres humanos.

Suena utópico, pero estamos hablando, simplemente, de Justicia.

(*) Por el Servicio de Prensa Alternativo (Serpal)