Mi primer acoso: el sello de la impunidad machista

Mi primer acoso: el sello de la impunidad machista

26 Abril 2016

Por Santiago Haber Ahumada

El 24 de abril se realizó una marcha en más de cincuenta ciudades mexicanas bajo la consigna #VivasNosQueremos, en contra de la violencia de género. Es la primera gran movilización que se organiza en el país, y se suma al #NiUnaMenos, nacida en Argentina en junio de 2015.

Horas antes de producirse esta marcha, miles de mujeres se manifestaron virtualmente en la red social Twitter compartiendo historias del primer acoso que sufrieron. La iniciativa comenzó en México bajo el hashtag #MiPrimerAcoso, pero rápidamente llamó la atención en el resto de los países hispanoparlantes.

Son miles de historias, contadas en menos de 140 caracteres. La mayoría son relatos de cuando sus protagonistas eran apenas unas niñas. Desde desconocidos que les gritan cosas en la calle, a familiares que las tocan y manosean. Podría llevarnos todo el día leer esos tuits, por la cantidad de historias y por lo desagradables que son.

La iniciativa virtual superó la marcha. O la marcha se realizó y continuó en la red social, haciéndola más grande, más fuerte, más impactante. Cada una de esas mujeres tuvo que revolver entre sus recuerdos más subterráneos, más reprimidos, más ocultos. Muchas de las historias, incluso, superan el acoso y pasan a relatar abusos.

Lo fuerte de esta iniciativa, quizás, es que visibiliza y pone de manifiesto lo común, lo cotidiano, lo simple que es sufrir un acoso siendo mujer. Es impotencia lo que se siente cuando se entiende que no hace falta ser un genio de la perversión, un as del engaño para lograr acosar a una nena de seis años.

“#MiPrimerAcoso fue cuando tenía ocho, un anciano se me acercó y me preguntó mi edad, luego dijo ‘uy, en diez años vas a estar más rica’”, relata una usuaria de Twitter, en su cuenta @queer_mind. “Tenía trece años, un idiota me nalgueó en el metro cuando abordaba. Me acosó todo el camino. Me sentí sucia y no supe qué hacer”, cuenta ‏@janeth_joplin. “Apenas lo recuerdo, era muy pequeña. Cinco años a lo mucho, un hombre me pidió que lo tocara mostrándome su pene”, escribe @aruaLMu.

No solo se hace evidente la violencia y la impunidad de los agresores y acosadores en las historias; hay que destacar que, si se hace el esfuerzo, toda mujer tiene un primer acoso en su vida. Y si hubo un primer acoso, es porque después hubo otro, y quizás otro más, tal vez miles más, hasta uno por día.

Sin embargo, lo peor de todo aparece cuando las víctimas de acoso se sienten avergonzadas de ese hecho. Las experiencias comentadas mediante este masivo hashtag exponen que el acoso infantil suele ser tan traumático que no se lo cuentan a nadie, lo reprimen con todas sus fuerzas, convenciéndose de que, quizás, fueron ellas las que exageraron y que, tal vez, no fue para tanto. Hasta hay mujeres que sienten que lo sucedido fue su culpa. Con los días, con los meses, con los años, cada vez más, eso va quedando bajo una alfombra que cubre lo doloroso, lo repudiable, lo difícil de hablar.

Pero, ¿y los verdaderos culpables? Después de gritarles por la calle, después de encerrarlas en sus cuartos y tocarlas, después de abusar de ellas, siguen caminando, salen de la habitación silbando, se limpian las manos tranquilos. Se sientan a la mesa con su víctima, la ven desde el otro lado del subte, la saludan cruzando de vereda. Sonríen. Charlan como si nada. Y es que, en definitiva, nada es lo que les ocurre. Nada les ocurre a los verdaderos culpables.

Esa impotencia, esa vergüenza, ese dolor que sienten las mujeres que sufrieron un acoso alguna vez en su vida (todas, sin excepción), es lo que hizo tan fuerte a #MiPrimerAcoso. Poder denunciar estas miles de historias de acoso y abuso sexual es lo que hace que iniciativas como éstas valgan la pena. No solo porque la que la cuenta se siente mejor, se descarga, se saca ese peso de encima; relatando esas gigantes experiencias en pequeños tuits, ayudan a que nos demos cuenta cómo funciona este mundo, cómo los hombres ni siquiera imaginamos lo que sufren y soportan a diario y desde muy pequeñas las mujeres. Cada minúsculo relato de menos de 140 caracteres es como un puñal al pecho del lector.

Nadie dijo que sea fácil contar esas cosas, nadie dijo que sean insignificantes. Todo lo contrario: son dolorosas, arden, queman, sangran, y son lo más importante que hay. Pero la valentía y fuerza de estas mujeres lograron romper ese sello de impunidad, esa venda que cae sobre nuestros ojos. La lucha es dura, es difícil, es lenta; pero nunca imposible. Es importante para demostrar que hay cosas que no tienen que quedar en silencio. Ya lo dijo Charly: “vas aquí, vas allá, pero nunca te encontrarás al escaparte”.