TAR: una sinfonía oscura sobre la cultura de la cancelación

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TAR: una sinfonía oscura sobre la cultura de la cancelación

11 Marzo 2023

Entre tantas películas que nos da la temporada de premios, hay una que sobresale del resto por narrar de una manera tan sutil como violenta y que cuenta con Cate Blanchett en uno de sus mejores papeles. TAR, un drama psicológico coproducido entre Estados Unidos y Alemania, escrito y dirigido por Todd Field, en lo que es su primer film desde el estreno de Secretos Íntimos en 2006. Una propuesta inteligente que acumula seis nominaciones a los Oscar, incluida mejor película, dirección, guion original y actriz principal.

No hay una única lectura posible de TAR. De hecho, en parte por la difusión previa y por la inclusión de críticos reales en su desarrollo, para muchos dejó la impresión de ser una película biográfica y no una ficción. Lydia Tár (Blanchett) es considerada una de las mejores directoras de orquesta que, tras sortear prejuicios y techos de cristal, parece haberlo conseguido todo: dinero, fama, prestigio. En pareja con Sharon Goodnow (Nina Hoss), crían una hija y se preparan para su mayor desafío artístico. Sin embargo, el peso de sus decisiones y responsabilidades pueden provocar que todo se desmorone para siempre.

La obsesión con el éxito no es novedosa. Se hizo, por ejemplo, con El cisne negro. No obstante, Field construye a base de sutilezas la narrativa que distingue su film. Sin apurar los tiempos, se toma alrededor de cuarenta minutos para presentarnos a nuestra protagonista y su manía por el control. El guión, con la clara habilidad de Blanchett, arma un personaje con claroscuros que, al tiempo que genera empatía, va a dejar entrever varias situaciones de violencia. Los abusos de poder son el centro de la trama.

A medida que avanza, la narración suma capas y muta. De secuencias larguísimas— no por eso menos notables—, pasando por un paulatino in crescendo, hasta llegar a los sucesos y los planos más potentes. Un film incómodo y desconcertante. El director juega con nuestra percepción entre la realidad y los fantasmas de Lydia, pero en ningún caso se vuelve una película confusa. Hay matices, hay conflictos y hay elaboración por parte del espectador.

Un abordaje sobre las relaciones

A pesar del absoluto protagonismo de Blanchett, Lydia es el centro gravitatorio del resto del reparto en TAR: la ya citada Sharon, su asistenta Francesca Lentini (Noémie Merlant), colegas como Elliot Kaplan (Mark Strong) y Olga Metkina (Sophie Kauer), una joven violonchelista. En un estilo similar al de Blue Jasmine y Carol, pero cercano a la magnificencia de su papel en Mrs América, la actriz australiana aprendió alemán, piano y dirección de orquesta. Aparece, de hecho, acreditada en la banda sonora durante los créditos.

Entre lo privado y lo público, entre lo cotidiano y un sinfín de matices, se convierte en un ser tan admirable como detestable. Es contradictoria, es humana. Field nos deja claro que no es buena persona, pero se aleja— para evitar clichés— de condenarla y apuesta a su capacidad de insinuación: no hay en cámara comportamientos inapropiados, pero sí las consecuencias y la forma de abordarlas. No se nos ofrece una única interpretación sino que, con madurez, integridad y humor, se confrontan temáticas contemporáneas como pocas películas lo han hecho hasta ahora. De esa manera, TAR funciona en varios niveles.

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Así como es irónico el título con el apellido, también lo es que se postule en contra de la idealización de los ídolos con una de las actrices más aclamadas. Sin embargo, de nuevo, nada es tan simple y, tomando distancia, se presenta su debacle casi como auto-infligida y producida desde afuera. La cultura que la rodea, los códigos del momento y diversas instituciones sostuvieron a Lydia. Por eso resulta brutal la acusación de abuso sexual por una de sus protegidas, Krista Taylor (Sylvia Flote), hasta que finalmente se descubre.

La cultura de la cancelación

Poner como “cancelable” a una mujer lesbiana que se reivindica como tal puede llegar a resultar original, pero la película no se queda en la superficie ni le huye a la polémica. TAR evidencia que el poder no tiene necesariamente una adscripción de género, sin dejar de señalar a quienes han abusado— el caso de Plácido Domingo— y la responsabilidad de las instituciones. Tampoco deja de problematizar cómo los medios de comunicación y las redes sociales permiten que ciertas personas se erijan en posiciones de poder y que, tiempo después, se derrumben. Una apuesta ambiciosa y anómala, que es motivo de atención. Tanto es así, que hasta Slavoj Zizek tuvo que dar su opinión sobre lo políticamente correcto. 

Field posiciona los elementos narrativos de manera tal que, poco a poco, las “concesiones” de nuestra protagonista se transforman en una vorágine que conduce a su caída al infierno y a la autodestrucción. Distanciamientos, infidelidades, delirios y ofensas. Aún con el peso de las acusaciones, la ceguera de Lydia y sus esfuerzos por mantener el status quo generan una tragedia más intensa. Ningún tema se toma a la ligera, dado que TAR busca trascender la pantalla y la clásica ambigüedad moral de separar la obra del artista.

En TAR valen las palabras, los silencios y los tonos. La fotografía y la banda sonora están más que a la altura. Quizás espante a más de un espectador con su larga introducción y su pretensión exagerada con las metáforas musicales. No busca complacer. Quien pase ese umbral se encontrará con una película que va del género intimista a elementos del thriller. De los cuidados iniciales a los golpes de efecto como desenlace. Provoca reacciones a veces encontradas, otras contradictorias. Obliga a pensar, en cada secuencia, por eso es la obra más transgresora de las nominadas a los Premios Oscar.

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