Fernanda Miño: "La funcionaria con tantas responsabilidades es la misma pibita que jugaba en el basural de la puerta de su casa”

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ECONOMÍA POPULAR

Fernanda Miño: "La funcionaria con tantas responsabilidades es la misma pibita que jugaba en el basural de la puerta de su casa”

06 Febrero 2023

La responsable de la Secretaría de Integración Socio Urbana (Ministerio de Desarrollo Social de la Nación), Fernanda Miño explicó a Nación Trabajadora la importancia de la participación comunitaria en el diseño e implementación de políticas públicas capaces de mejorar la realidad de los que menos tienen. Vecina histórica de Villa La Cava, San Isidro, la funcionaria pública continúa viviendo en el mismo lugar donde nació y creció, moldeada por urgencias y anhelos que fueron germinando en el barrio. En su historia de vida, labor pastoral y militancia social se conjugan hasta alcanzar una síntesis en su rol como referente del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), al servicio de una política novedosa y transformadora: la integración socio urbana de los barrios populares.

– ¿Cómo surge tu historia? ¿Quién es Fernanda Miño?

Soy la hija del medio, de nueve hermanos. Mis viejos son chaqueños, aunque hoy no están físicamente presentes. Sin querer me mostraron mucho de la militancia, por su condición de luchadores, desde su humildad y pobreza. Hoy tengo 48 años y me encuentro al frente de la Secretaría de Integración Socio Urbana (SISU), pero no dejo de mirar hacia atrás, no dejo de tener todo eso en cuenta. Frente a las urgencias de la gestión, mi historia me ayuda a entender el rol que desempeño. Muchas veces me digo: “la funcionaria pública con tantas responsabilidades es la misma pibita que jugaba en el basural que estaba en la puerta de su casa”. 

– ¿Naciste en Chaco?

No, nací acá, en San Isidro. Mis padres se conocieron en uno de los barrios donde recientemente hicimos obras. Mi mamá era de un barrio de pueblo, iba a trabajar a una casa de familia y ahí se conocieron. Mi viejo venía de Isla del Cerrito, una localidad isleña de Chaco. Vivían de la caza, la pesca, la siembra. Más tarde, a mis padres les va a llegar el peronismo como parte de la visibilización de los que nunca tuvieron nada… Pero fue acá donde nací y crecí, en Villa La Cava. Hice la primaria en una escuela del barrio. Me gustaba ir al colegio, fui abanderada, era muy aplicada. Al ser muchos hermanos, inconscientemente iba buscando la aceptación a través de los logros escolares. Pero, lamentablemente, no teníamos secundaria cerca y no pude continuar. Recién pude terminar la escuela años más tarde.

– Dijiste que a tus padres les llegó el peronismo, ¿a qué te referías?

A los que vivimos en los barrios más humildes, en general, la política nos pasa por el costado. Mis viejos eran jóvenes cuando llegó el peronismo. Les llegaba el pan dulce, la sidra, la ropa, los juguetes. No hay mucha historia escrita sobre el peronismo desde los barrios más pobres. El peronismo fue asistencia directa que llegó a lugares muy alejados. Perón y Eva se acordaron de ellos, de los olvidados. El peronismo se hizo carne en mi familia. Mi papá hablaba de Eva y Perón y se ponía a llorar. Me fui enamorando de eso, del cariño y la pasión que me transmitieron. La importancia histórica del peronismo recién la entendí cuando hice el secundario de adultos. Hasta entonces sabía que era peronista porque lo sentía en la piel.  

– ¿Cómo llegaron tus padres al barrio La Cava de San Isidro?

Estaban atravesando un momento muy difícil. Se habían ido a vivir a la isla, con mi abuela Ramona. Para darse una idea, cuando hacía frío, la forma de calentarse los pies era con el pis del caballo. Pero ellos estaban enamoradísimos. Mi abuela tenía un carácter muy fuerte. Se ocupaba de las tareas más duras. Cuando mi mamá quedó embarazada otra vez, la quiso obligar a abortar. Y a mitad de la noche, mis papás huyeron en una canoa por el Paraná. Imaginen la escena, mi abuela enojadísima desde la orilla. Fueron a la casa de unos parientes, en Corrientes. Ahí les dijeron que en Buenos Aires había trabajo. Nuestro destino era el barrio, la villa. No solamente vinieron sufriendo la falta de trabajo, sino también el desarraigo. Al principio no la pasaron bien. Vinieron con una mano atrás y la otra adelante.  Mi viejo consiguió trabajo en el puerto como estibador y fue aprendiendo el oficio. Tuvieron que arreglárselas. En aquel tiempo, La Cava era muy diferente. La familia se instaló cerca del pozo, donde se formaba una especie de laguna. De ahí sacaban la tierra para hacer ladrillos. Hicieron una casita, después tomaron un terreno y lo fueron cercando. Esa fue nuestra primera casa de madera. Con el tiempo nacieron los hijos. 

– ¿Y cómo fue crecer en el barrio?

Fuimos felices. Sufrimos muchas necesidades, pero comíamos y estábamos sanos. Esperábamos los días de lluvia, porque se inundaba y jugábamos, como si fuera una pileta. Otras veces, íbamos caminando descalzos al colegio. Antes de llegar, cada uno se lavaba los pies y se ponía las zapatillas para entrar. Íbamos naturalizando todo eso. Al estar tan generalizada la pobreza, no lo sentíamos como una carencia. No teníamos con quién compararnos. También recuerdo, en plena dictadura, salir de casa para el colegio y estar rodeados de militares. Entraban y revolvían todo. Teníamos la foto de Eva con chinches en la pared. Recuerdo a mi mamá guardándola rápido. El que se involucraba un poquito desaparecía, o al menos eso fue instalándose en el imaginario de los barrios. A los trece años ya estaba trabajando como empleada doméstica. Y a los quince empecé con cama adentro. Recién a los dieciocho años, cuando nos conocimos con Juanca, mi compañero, empecé a soñar con tener una casa de ladrillo. Uno empieza a pensar en el futuro cuando nace el amor, al querer conformar una familia. Los curas de la parroquia del barrio nos fueron acompañando mucho, nos decían cosas importantes: «fórmense, las cosas no están bien, ¿por qué no terminás el secundario?». Y de a poco, nos fuimos sumando a la pastoral.

– ¿Qué fue lo que te convocó a participar de la Iglesia?

En mi familia no teníamos mucha vida social. ¡La rebeldía pasaba por ir a hacer catequesis! Nos hicimos catequistas de la parroquia Nuestra Señora de La Cava, y no nos pudimos desenganchar más. A medida que vas asumiendo libertades, escuchando otras voces, surgen nuevos desafíos. En mi caso, quería seguir trabajando, quería estudiar. Con Juanca nos conocimos en esa época, en un encuentro de la pastoral en el Colegio Cardenal Newman. ¡Dos villeros peronistas en el Newman! Siempre vivimos muy cerca uno del otro, pero nunca antes nos habíamos cruzado. Estuvimos poco tiempo de novios, y luego nos casamos. Fuimos en contra de la corriente. Por lo general, en los barrios quedás embarazada y la vida adulta empieza a los tumbos. Yo no quería eso, lo veía en mi entorno y era un desastre. Con mucho esfuerzo, compramos nuestra casita. Siempre vivimos en este mismo lugar. Solo queríamos estar juntos. Estuvimos varios años llevando esta vida, sin tener hijos. 

– Los años de la gran crisis de 2001-2002, ¿dónde los encuentra?

Muy ligados a la Iglesia. Sabíamos que las cosas no estaban bien, pero nos las ingeniamos. En los momentos donde no había trabajo, contamos con el comedor de la parroquia o Juanca iba al mercado de Beccar y traía las verduras y las frutas que no se vendían. En ese tiempo, salíamos de viaje con las misiones pastorales. Pienso que la fe, la política y trabajar para transformar la sociedad son indisociables. Tener fe también era luchar contra las cosas que no nos gustaban. No quería una parroquia de puertas cerradas, juntarse para dar clase y mirarse el ombligo. Por suerte contamos con sacerdotes fuera de serie. Era una parroquia con compromiso social, ligada al sufrimiento del que menos tiene. Las experiencias de peregrinaje o las fiestas patronales reafirmaron nuestra fe. Empezar a caminar el barrio, tomar conciencia de la desigualdad, desnaturalizar la pobreza. Pensaba que iba a ser trabajadora social. Sin embargo, una vez que terminé el CBC de la UBA, después del colapso de 2001, le dije a Juanca: “ya está, tengamos nuestros hijos”. Desde muy chica sabía que quería ser madre.

– En esa época, ¿se vincularon con movimientos sociales en el barrio?

Muy poco. Hubo varios, pero si no te dejabas arrear no te invitaban. Pasabas a ser un número más en un acto. De ahí a convocarte para participar, poco y nada. En lo personal, cuando nació nuestra primera hija, dejé de estudiar y seguí trabajando como catequista. El mundo se nos redujo a esa criatura. Cuando la maternidad llega de grande, pega distinto, empezás a repensar todo. La parroquia nos fue quedando chica. Empezamos a ser más conscientes de las necesidades del barrio, a pensar qué mundo le queríamos dejar a nuestra hija. Fue el germen del trabajo social que vino después. El barrio estaba muy convulsionado, no había trabajo, era el momento de los saqueos. Nos propusimos transformar el barrio, a partir de pequeñas cosas. 

– ¿Y cómo siguieron?

En los años 2002-2003 tuvimos las primeras asambleas barriales. Se empezaba a hablar de derechos, más allá de la caridad que nos enseñan en la parroquia. Nos organizamos con algunos vecinos, en una biblioteca popular donde comenzamos a dar apoyo escolar.   Nuestro interés por la política se despertó después, durante 2008, con el conflicto por la resolución 125. Tal vez un poco antes, cuando Néstor le entrega el mando a Cristina. Fue todo un cimbronazo para mí como mujer. Vimos que había una forma de cambiar la realidad, aunque no sabíamos exactamente por dónde era. La política seguía siendo muy lejana para nosotros, pero empezamos a entender que si vos querés cambiar la realidad tenés que involucrarte. Las opciones eran dos: empezar a tirar piedras desde afuera o involucrarse desde la cotidianeidad del barrio. Nos empezamos a organizar, comenzamos a politizar más nuestra mirada. El problema con la política en los barrios es que, cuando no la entendés, la rechazás. Parece todo malo, feo, sucio y corrupto. Es lo que nos muestran. Pero yo sentía que la política no podía reducirse a eso. Mi viejo me había transmitido que podía ser de otra manera. Me empezó a picar ese bichito. Ahí nació “Enbarriarte”, en el patio de casa.

– ¿Abrieron un espacio comunitario en su propia casa?

Claro. Enbarriarte nace de la necesidad de poner el cuerpo. Coincidió con la muerte de Néstor en 2010. Cuando me enteré empecé a llorar sin consuelo, me sentía cerca de esa forma de hacer política y quería ser parte. Juanca estaba trabajando en el Servicio Penitenciario y una noche con mucha tristeza me dice: “estoy podrido de abrir los portones para que entren los pibes que me cruzo en los pasillos del barrio”. En ese contexto abrimos nuestra casa, con la idea de acercar herramientas a los jóvenes. Hacíamos todo nosotros: ordenar, limpiar, la merienda, apoyo escolar. Todavía no teníamos ayuda de nadie. Empezamos con una rifa para el techo y el contrapiso. Y luego conseguimos financiamiento para el salón de danza. Como no dábamos abasto, convocamos por Facebook a profesores para dar apoyo escolar. Vinieron a ayudar, y nosotros pudimos salir a testimoniar nuestra realidad afuera del barrio, para conseguir recursos. Cuando empezás a organizarte en el barrio es porque el Estado no está llegando, está quedando muy lejos de esa realidad. La organización social responde a la ausencia estatal. Iba diciendo eso afuera, y el discurso impactaba. Algunas empresas o bancos se sienten más humanos cuando vienen a trabajar a los barrios, sacan a relucir el tema de la Responsabilidad Social Empresaria. Y todos quieren sacarse la foto para poder decir: «estuvimos en La Cava». A nosotros nos permitía financiar el espacio, invertirlo todo acá. En esa época luché mucho contra formas poco genuinas de organización: venían de afuera, dirigían y se volvían en auto a su casa. Eran referentes de espacios sociales y escuelas que hablaban de cosas insignificantes. “Hagamos unas flores al volquete de basura” y cosas así. Muy despolitizados. Lo cierto es que por más peronista que me sintiera todavía no militaba en ningún lado. Hasta ahí solo era una mujer muy activa socialmente. Pero el nivel de exposición fue creciendo y me invitaron a la inauguración de una sede del PJ en San Isidro. No me lo voy a olvidar jamás. Fue la primera vez en mi vida que canté la marcha peronista junto a compañeros. Lo voy a agradecer siempre. A partir de ahí, me fui acercando más al peronismo desde la política.

-¿Cómo impactó el triunfo del macrismo en las elecciones presidenciales de 2015?

Me acuerdo que la noche de la elección me dormí llorando. Sabíamos quién era Macri. A pesar de la falta de formación doctrinaria, teníamos perspectiva histórica. El asunto es cómo te pega la política cuando vos vivís en un barrio popular: pega desde lo cotidiano, desde la dificultad para comprar un kilo de azúcar.. En ese momento nos abocamos a sostener Enbarriarte. La gente venía a pedir comida, así que empezamos a hacer viandas. Fuimos montando una red cada vez más grande. Al poco tiempo, unos militantes que conocía desde las asambleas por las inundaciones del 2012 me invitaron a participar de un relevamiento territorial que impulsaba el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE). Al principio pensé: «estos chetos vienen con la doctrina bajo el brazo, no entienden nada del barrio». Me negué y los confronté mucho. ¡Creía que me estaban invitando a contar pobres para Macri! Me preguntaba adónde irían a parar esos datos. Después de varias idas y vueltas, fui entendiendo que era otra cosa…

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"La política tenía que servir para cambiar la realidad de los barrios"

– ¿Se trataba del Relevamiento Nacional de Barrios Populares (RENABAP)?

Exacto. Fue en 2016. Buscaban gente para participar de los relevamientos y me terminé sumando. En dos meses completamos el trabajo. ¡Y La Cava tiene 2300 familias! Lo hicimos en un momento difícil, se venía todo abajo por las políticas del macrismo. En 2017, cuando el relevamiento había terminado, seguí yendo a las reuniones del MTE. Me había ganado un lugar inusual. No hablaba en nombre de ninguna organización, sino como militante del barrio, desde la necesidad de que la política sea realmente transformadora. Estaba aceptando jugar en política. Pero la política tenía que servir para cambiar la realidad de los barrios. 

– Ahí entraste a la concejalía… ¿por el lado del MTE?

No, me convocaron desde el PJ de San Isidro. En las elecciones de 2017, Cristina pidió dar prioridad en las listas a caras nuevas. Inicialmente, eso me trajo algunos problemas. Decían que era una candidata testimonial, porque no tenía carrera política ni militancia. Me llevó a confrontar bastante: no tenía militancia partidaria, pero sí tenía militancia. Por eso me preparé mucho, más teniendo en cuenta el rol que venía a cumplir. Los curas me insistieron, decían que los lugares había que ocuparlos, que mi palabra debía ser escuchada y serviría para mostrar la realidad de los barrios. Y el MTE impulsó con fuerza nuestras candidaturas, respondiendo públicamente los ataques de la política tradicional. Molestaba que encabezáramos las listas personas que veníamos de los barrios. 


– ¿Fuiste a elecciones como parte del peronismo y al mismo tiempo te fuiste integrando al MTE?

Fui, soy y seré peronista, toda mi vida. Pero en esos años, entre 2017 y 2018, me fui haciendo parte del MTE. Es el espacio que mejor expresa mi forma de pensar, sentir y hacer militancia. Los lugares de la política deben ser ocupados por quienes viven y sienten los problemas concretos de los más humildes. Los sectores populares están muy escasamente representados. Al ocupar un cargo, no podemos cambiar nuestro discurso. Formar parte del MTE me permitió amigarme con las organizaciones sociales. Viví en carne propia lo que logramos desde el RENABAP. Y mi tarea como concejal fue defender eso y a partir de ahí empujar otras conquistas.

– ¿Cómo viviste la lucha por la sanción de la ley 27.453 de integración socio urbana de barrios populares?

Todo eso fue en 2018, mientras era concejala. Me iba al Congreso nacional a militar la mejor ley posible, a hablar con los diputados para explicar la necesidad de acompañar la votación. Tal vez no era la mejor norma, la que deseábamos, pero nos permitió llevar algo de tranquilidad a los barrios populares. La ley le asigna al Estado, mediante la Secretaría de Integración Socio Urbana (SISU), la tarea de urbanizar los barrios relevados por el RENABAP y estipula que el 25 por ciento de las obras a realizar, como mínimo, quedan a cargo de cooperativas de la economía popular. También facilita el acceso a los servicios básicos y asegura la tenencia ante posibles situaciones de desalojo. Conquistar esta ley me permitió ver otra cara de los movimientos sociales, y entender que no todas las organizaciones son iguales, que es posible otra forma de hacer política. Para mí, el MTE es eso, construir poder popular desde, con y para los propios vecinos. Empecé a sentir que el barrio se me iba agrandando, empecé a pensar en todos los barrios populares de la Argentina. Y en tres años, pasé de ser una militante barrial a precandidata a intendenta por el Frente de Todos, en las elecciones primarias de 2019. Teníamos muy pocas posibilidades, pero aprendí mucho en ese cortísimo tiempo. Fue una experiencia muy enriquecedora. 


– ¿Cuál era la situación de la SISU cuando termina el gobierno macrista?

Estaba vaciada, la habían armado sin ningún presupuesto. Recordemos que el Programa de Integración Socio Urbana nació en 2016 cuando, gracias a la intensa lucha de las organizaciones sociales del Tridente de San Cayetano (CTEP, CCC y Barrios de Pie), de la ONG Techo y de Cáritas Argentina, se acordó con el gobierno de Macri llevar adelante el RENABAP y frenar desalojos por cuatro años en los barrios relevados, que quedaron sujetos a expropiación. La ley de barrios populares refrendó ese acuerdo. El macrismo terminó acompañando la aprobación de la norma, pero no le asignó presupuesto. Y cuando empezó a funcionar la Secretaría, la mitad del dinero que gastaron fue para armar una estructura administrativa gigante. Ni siquiera lo usaron para los barrios. Por cosas como estas uno se lleva muy mal con la política tradicional, porque no funciona para los sectores populares. Hay agendas que tienen que ser prioritarias, es lo que siempre pedimos desde las organizaciones sociales y hoy trato de impulsar desde el lugar que ocupo como Secretaria de Integración Socio Urbana y al frente del Fondo de Integración Socio Urbana (FISU). Por ejemplo, desde que pusimos en funcionamiento el FISU, llevamos ejecutados en obras cientos de veces más fondos que la gestión anterior, teniendo en cuenta la inflación.

– ¿Cómo ha sido la experiencia de la SISU en el actual gobierno?  

Lo primero a destacar es que a poco de asumir el Frente de Todos, en diciembre de 2019, el tema del financiamiento quedó resuelto: surge de lo recaudado por el impuesto PAIS a la venta de dólares. Luego, en 2021, se agregó parte del impuesto a las grandes fortunas. Así que, en lo que hace a recursos, mejoró la situación. Pero más allá de que tenemos en ejecución un volumen de obras histórico a nivel nacional respecto a la integración de villas y asentamientos, sabemos que continúa siendo insuficiente para responder a las enormes carencias de los barrios populares. En cuanto a lo operativo, conformamos un buen equipo de trabajo a nivel interno de la SISU. Pese a ello, el comienzo no resultó nada fácil. La Secretaría quedó bajo la órbita del Ministerio de Desarrollo Territorial y Hábitat. Durante el primer año chocamos con la pasividad de la entonces ministra, María Eugenia Bielsa. La pandemia tampoco ayudó. Teníamos por misión implementar una política que venía de la lucha de los sectores populares, avalada por una ley que estaba bien hecha y por los recursos disponibles, pero las cosas no se podían concretar. Teníamos plata para obras, pero no podíamos ejecutarla. Nos habían vedado incluso hablar con el banco que manejaba el fideicomiso con el Fondo para la Integración Socio Urbana (FISU). ¡Era desesperante! 


– ¿Cuáles eran los impedimentos?

El ministerio estaba muy paralizado, y a nosotros no nos dejaban hacer nada. Desde la cabeza del ministerio faltaba compromiso militante y sensibilidad popular. Los proyectos pensados desde un escritorio, sin llegada territorial, elaborados sin participación de los que menos tienen, no resultan exitosos. Las personas que vivimos en los barrios tal vez no sepamos el significado exacto de la palabra “colonizar”. Pero sabemos cuándo algo se nos impone desde afuera. Y entonces lo rechazamos. Después de ese mal comienzo, en septiembre de 2020 pasamos a depender del Ministerio de Desarrollo Social y logramos muchas cosas. Pero siempre pensando y actuando desde el dolor de quienes han quedado al costado del camino, escuchando a los que están fuera del sistema. Sin hacer partícipes de las decisiones a los destinatarios de las políticas, vamos hacia el fracaso.

– ¿Qué cambió cuando la SISU cambió de ministerio?

Cambiaron muchas cosas. Lo primero fue hacer operativo el fideicomiso con los recursos, algo que logramos desde enero de 2021. Luego, continuamos con la actualización del RENABAP, lo que permitió su ampliación hacia realidades que habían quedado fuera del primer relevamiento. Por ejemplo, situaciones de ruralidad y localidades pequeñas. Con esa ampliación se sumaron 1.176 nuevos barrios, lo que hace un total de 5687 barrios populares en todo el territorio nacional. Mientras tanto se comenzaron obras en prácticamente todas las provincias. No hay que perder de vista que la integración socio urbana de un barrio es una operación casi quirúrgica. Tiene que ser coordinada por personas que conozcan el barrio. Por lo que, como criterio general, antes de iniciar la obra se conforman mesas participativas. La idea es que la mesa participativa esté constituida ante todo por vecinos y vecinas, y luego incluir también a las organizaciones con legitimidad barrial. Por ejemplo, no podemos hacer una obra sin incluir en la discusión a la iglesia del barrio. Y así vamos viendo qué hace falta, qué aspectos del proyecto se pueden mejorar. Además, este año estuvimos trabajando en la modificación de la ley de barrios populares, que prorroga por diez años la suspensión de los desalojos y declara la utilidad pública de los nuevos barrios relevados. Finalmente, en octubre se aprobó, ¡casi por unanimidad en ambas cámaras! Es un paso fundamental para consolidar la integración social y urbana, como una política de Estado que sea sostenida y profundizada por todos los gobiernos, como vienen pidiendo los movimientos sociales, ONGs e iglesias nucleadas en la Mesa Nacional de Barrios Populares. No hay que olvidar que en los barrios populares viven un millón de familias, cerca de cinco millones de personas. 

– ¿Qué aspectos faltan mejorar en el trabajo de la SISU? 

Está claro que desde la Secretaría no podemos resolver todas las demandas territoriales. Pero en lo que tenemos a nuestro alcance, hay cosas para ajustar. Por ejemplo, el programa de integración socio urbana presenta problemas de accesibilidad, por todos los requisitos que exige. Tiene que ser más flexible. Para eso, tenemos que activar y perfeccionar las capacidades del Estado. Hoy no somos entes ejecutores, sino que las obras las proponen los gobiernos provinciales, municipales, cooperativas, sindicatos, iglesias y demás organizaciones de la sociedad civil. Desde la SISU solo podemos financiar y monitorear las obras, garantizar que se realicen dentro de los barrios relevados y respondan a sus necesidades. Además, por ley, un porcentaje de las obras puede ser realizado por cooperativas de la economía popular. Nosotros buscamos que sean del lugar, como forma de ir generando organización popular y comunitaria. Pero esto no siempre se cumple. Algunos municipios colaboran, otros no quieren saber nada… También nos obsesiona la cuestión del mejoramiento habitacional para los más pobres, para lo cual lanzamos la línea “Mi Pieza”. Se trata de un subsidio, sin reembolso, para realizar obras en los hogares, destinado a mujeres de barrios populares. Por último, como estrategia para permitir el acceso a la tierra, pusimos en funcionamiento el programa para “Proyectos de Lotes con Servicios”.

– ¿Y cómo viene la implementación de este programa? 

En algunas provincias comenzó a ejecutarse desde 2021 en base a terrenos provinciales. Ahora estamos gestionando la cesión de tierras nacionales en distintos puntos del país. La llave de acceso al lote con servicios es el Certificado de Vivienda Familiar que se emite por el ANSES y se otorga a quienes viven en barrios registrados en el RENABAP. El avance de este programa permitirá prevenir las ocupaciones, que suelen ser muy criticadas por todo el arco político. Además, estamos autorizados por ley a adquirir tierras privadas para la producción de nuevo suelo urbano. 

– Desde el lugar que hoy ocupás como funcionaria pública, ¿cuál es tu mirada de la política y del rol que pueden cumplir las organizaciones sociales?

Como dije, hace unos años me sentía ajena tanto a la política como a las organizaciones. No provengo de la política profesional. Tuve que aprender mucho caminando y a la fuerza. El eje siempre fue ayudar a mejorar la realidad de la gente más humilde. Me sigue doliendo eso. Desde los movimientos hemos hecho bastante por mejorar la situación de los excluidos, pero falta mucho. Y desde la SISU, en estos tres años, hicimos mucho también. Los intendentes de todo el país lo saben. Aunque queda muchísimo por hacer.  Mi trabajo al frente de la SISU y del FISU está al servicio del pueblo, en su conjunto. Como servidora pública tengo muy en claro cuál es nuestra misión y por eso nunca, nunca, trabajamos en función de grupos o espacios políticos. Podés recorrer cada provincia del país y vas a encontrar obras de integración en marcha, porque con este equipo maravilloso le damos la misma seriedad y dedicación a cada proyecto que nos presentan, sin distinciones. Siempre lo digo, la necesidad y la urgencia de nuestros barrios no tienen color político. Y esa urgencia es la que me sigue movilizando, el sufrimiento de quienes son vulnerados en sus derechos. Sigo viviendo en La Cava, en el mismo barrio y casa donde comenzamos con Enbarriarte. Nuestro discurso no debe perder de vista el lugar que pisamos. De lo contrario, la gestión te va sacando sensibilidad, te vas disociando de la realidad, y el discurso termina diluyéndose y perdiendo efectividad. Para eso, los lugares de la política deben ser ocupados por quienes viven y sienten los problemas concretos de los más humildes, porque si las problemáticas te atraviesan todos los días, si tenés oídos atentos a las necesidades reales de los que menos tienen, es más probable que trabajes desde el Estado para la transformación social, de la mano de la organización popular. La integración socio urbana son obras para los barrios, pero también es fortalecimiento de los procesos de organización popular y comunitaria.