Roberto Baschetti, el cuidador de la resistencia peronista, por Roberto Perdía

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Roberto Baschetti, el cuidador de la resistencia peronista, por Roberto Perdía

07 Julio 2021

Por Roberto Perdía | Las ilustraciones son obra de Nora Patrich, Itzel Bazerque Patrich y Gato Nieva; y forman parte del libro "Quemá esas cartas, rompé esas fotos. Montoneros 1970-2020"

La historia tiene dos tipos de hacedores. Los que están en el centro de los acontecimientos y quienes, sus “cuidadores”, aseguran que ellos lleguen hasta nosotros, como parte de una irrepetible historia.
Estos últimos, siendo o no protagonistas, son los que resguardan esos testimonios, los organizan, los difunden, los hacen trascender a su propio tiempo, para que pueda llegar hasta los tiempos de los demás.
 
Roberto Bruno Baschetti, es uno de ellos. Fue desde joven, un militante de esa resistencia. Pero fue el hermano mayor, hablando de quienes supieron guardar las pruebas de la resistencia popular de la segunda mitad del siglo pasado. 
Cuando los demás volvían, agotados, de sus gambetas a las diversas s expresiones de la represión gorila, él iba juntando los papelitos, las “mariposas” que arrojadas al viento, eran como las semillas que debían fructificar, como prueba de aquellas luchas.

Más allá de sus simpatías por el Peronismo de Base (PB) tuvo la perspectiva histórica de saber que, sin una mayor unidad de los que luchan, los tiempos de la liberación se volvían inalcanzables. Por eso y sin sectarismo fue juntando papelito sobre papelito, declaración sobre declaración, historia sobre historia, para construir la montaña de información que resumen sus 28 libros sobre diversos aspectos de la vida de nuestro país, particularmente la Resistencia Peronista en la segunda mitad del siglo pasado. Ahora decidió sintetizar la parte sustancial de esa historia en esas 700 emotivas páginas de Quemá esas cartas- rompé esas fotos, como un homenaje a los 50 años de la aparición pública de los Montoneros, del siglo XX. 

En esas 700 páginas, fácilmente devorables, está todo… Allí están sintetizados los hechos más importantes de la resistencia peronista. No podían faltar las anécdotas y relatos de sus protagonistas, con sus conmovedoras historias, ni tampoco el aporte de las fotos y las ilustraciones de Nora Patrich, Itzel Bazerque Patrich y el Gato Nieva. Todo ello completa un trabajo que les va ahorrar enormes esfuerzos a los historiadores del futuro. Allí florecen la verdad de los hechos y la pasión de sus protagonistas. 

Quisiera completar estas apreciaciones con las muestras de todo lo que allí se puede encontrar. Ante la imposibilidad de tan inmensa tarea acudo a las partes que más me han impactado. Porque al fin y al cabo la interpretación de toda la producción histórica, como la que tenemos enfrente, corresponde la mitad a quien la produce y la otra mitad a quien se apropia de ella. 

Las desgarradoras imágenes de los bombardeos de los golpistas de 1955 (pgs. 24 a 29) constituyen una prueba contundente de un genocidio nunca juzgado, pero que quedó grabado en la memoria del pueblo. 

Los recuerdos de Julio Troxler (pgs. 62 a 65), salvado  providencialmente en los fusilamientos de José León Suárez en 1956, quien reflexionaba antes esos horrendos crímenes: “Qué significaba este odio, porqué nos mataban así. Tardamos mucho en comprenderlo, en darnos cuenta de que el peronismo era algo más permanente que un gobierno que puede ser derrotado, que un partido que puede ser proscripto…” El testimonio de Troxler, acribillado por las balas de la Triple A en 1974 durante un gobierno peronista, es una dolorosa paradoja sobre sus propias palabras. 

Las fotografías de los obreros petroleros presos en una unidad militar y la toma del Frigorífico Lisandro de la Torre (pg. 42), durante el gobierno de Arturo Frondizi son el testimonio fiel de un gobierno que traicionó el voto de los trabajadores que lo ungieron Presidente. 

La foto del General Juan Carlos Onganía en Estados Unido -West Point- (pg. 72) en el año 1964 dos años antes del Golpe de 1966, muestra donde empollaban los huevos de las serpientes dictatoriales.
Impactó a la opinión pública un afiche (pg. 87) impreso por la Policía Federal y masivamente pegado en la Capital Federal y el interior el país. Fue con motivo del secuestro del General Pedro Eugenio Aramburu. Allí sobresalían las caras de tres jóvenes: Esther Norma Arrostito, Mario Eduardo Firmenich y Fernando Luis Abal Medina, de 30, 22 y 23 años respectivamente. “Denúncíelos” es la palabra que llamativamente da cuenta del hecho que fue la presentación pública de Montoneros. 

Un gigantesco cartel de Montoneros, que atravesaba la Plaza de Mayo (pgs. 95 y 99) es la reproducción precisa del momento en que el pueblo, el 25 de mayo de 1973, testimonia el triunfo después de 18 años de Resistencia. 

La ilustración de Nora Patrich (pg. 101), el discurso del Presidente Cámpora el mismo 25 de Mayo (pg. 103) y varias fotografías (pgs. 102 a 105) dan cuenta de la emoción por la liberación de los presos. Era el cumplimiento de la consigna de aquella campaña electoral: “¡Primera ley vigente – Libertad a los combatientes!”. El Presidente Cámpora en su discurso ante la Asamblea Legislativa había dicho: “Y en los momentos decisivos, una juventud maravillosa, supo responder a la violencia con la violencia y oponerse, con la decisión y el coraje de las más vibrantes epopeyas nacionales a la pasión ciega y enfermiza de una oliqarquía delirante (…) La Patria ha adquirido un compromiso solemne con nuestros héroes y con nuestros mártires y nada ni nadie nos apartará de la senda que ellos trazaron con estoicismo espartano” Como una especie de “fin de cuentas” de las dictaduras militares es la gesta del 16 de diciembre de 1982. La vanguardia de decenas de miles de jóvenes se apropió de las cercas con las que la represión pretendía defender la Casa Rosada. Con ellas golpearon las puertas de la sede gubernamental (pg.669). Hasta ahí llegó ese masivo y definitorio acto de resistencia antidictatorial. Se pudieron golpear las puertas pero no entrar, allí está el símbolo físico de aquella resistencia y de la condicionada democracia que emergió de aquella historia. 

(Ilustración de Gato Nieva)

Entre los recuerdos que traen a la memoria aquellos tiempos y que explican muchos de los sucesos de este medio siglo de historia están los fragmentos de una carta (octubre de 1965) de Perón a la Juventud Peronista (pg. 119), donde dice: “Es fundamental que nuestros jóvenes comprendan, que deben tener siempre presente en la lucha y en la preparación de la organización que: es imposible la coexistencia pacífica entre las clases oprimidas y opresoras. Nos hemos planteado la tarea fundamental de triunfar sobre los explotadores, aún si ellos están infiltrados en nuestro propio movimiento político”.

Las historias y anécdotas de centenares de compañeras y compañeros han sido recogidas, en esta recopilación de Baschetti, para que su memoria alimente las luchas de distintos tiempos. Todas y cada una de ella son vidas entregadas para que no mueran aquellos sueños. Es imposible, en estas reflexiones, recogerlas a todas ellas.
Solo la mención de un par de las mismas permite dar cuenta de la dimensión de aquella totalidad. 

El caso de Ana María González (pgs. 215/216), una joven de 18 años que colocó una carga explosiva debajo de la cama del Jefe de la Policía Federal - General Cesário Cardozo- que acabó con su vida (16 de junio de 1976), es un caso emblemático. Se trataba de una joven estudiante con inquietudes sociales  y de un militar que estaba al frente de una de las fuerzas represivas más odiadas. Es un caso que permite ponerle un marco a los alcances de la magnitud de una lucha que hizo posible que aquella joven mujer clasemediera desplegara –en una sociedad tremendamente patriarcal- tamaña acción, corriendo riesgos que hicieran que tiempo después fuera herida en una “pinza” falleciendo poco después. 
Otra individualidad, que explica la potencialidad del colectivo construido en esos tiempos, es la de José Sabino Navarro (pgs. 122 a 125) correntino, obrero mecánico de la fábrica de tractores DECA (Deutz Cantábrica), allí enfrentó al “Gordo” José Rodríguez, el legendario burócrata del SMATA. Vivió por San Miguel en una casilla prefabricada y era militante de la JOC (Juventud Obrera Católica). Está entre el grupo de fundadores de Montoneros y su Jefe luego de la caída de Fernando Abal Medina y Gustavo Ramus (7/9/70). En un Peugeot azul recorrió el país para mantener en pie la debilitada fuerza que le tocó conducir. Instalado en Córdoba murió, luego de haber sido herido en un enfrentamiento en Río IV (22/7/71).

Más allá de estos paradigmáticos recuerdos individuales, que cada uno podrá encontrar en las páginas de esta obra, hay otro tipo de contenidos que impactarán de un modo profundo a cada lector. Por mi parte hay algunos que me emocionaron hasta las lágrimas y otros que dejan reflexiones para el análisis profundo del pasado y luces que iluminan el camino del porvenir. 

Entre esas formas de revivir el pasado que llegan al alma, personalmente, no puedo dejar de mencionar la particular Carta del “Carlón” Eduardo Daniel Pereyra Rossi (marzo 1981) a Horacio “Petrus” Campiglia (pgs. 519/520), pocas semanas después de su desaparición en Río de Janeiro (marzo 1980). Se trata de dos queridos compañeros de la última CN (Conducción Nacional) cuando formaban de aquella Conducción como emergentes de una generación posterior a la de los “viejos” fundadores. Allí, Carlón, se preguntaba y le confesaba a Petrus, su compañero desaparecido: “Entonces pensé en algún lugar, que guarde inmutable físicamente, un testimonio de nuestra época. Un rincón a donde concurra algún argentino que aún no ha nacido, y que por un segundo, mientras observa la fachada de una casa con varios orificios de balas, producto de un allanamiento nocturno, se pregunte, si el que un día de 1976 fue sacado por la fuerza de esa casa habrá expresado por un segundo en su mirada, la esperanza de que la opresión y la injusticia acabaría un día. Y que repentinamente, mientras ese argentino que aún no ha nacido siga su camino, por un segundo se pregunte si su tiempo presente no lo debe a quienes hicieron como vos una vida de ese segundo, una vida de esa confianza absoluta”.

Aún más fuerte fue la emoción –también las lágrimas- cuando leí la carta (10/4/78) del compañero Hugo Medina (pg. 423 a 426). Con Hugo, habíamos compartido el inicio de este camino, a mediados de los 60’, allá por Reconquista, en el norte santafesino. Se trata de una carta que escribe para sus dos pequeños hijos y que lo hace en nombre propio y el de su compañera, María Stella “Piki” Zanocco, que había caído un par de meses antes (3/2/78). Esa carta, con las mismas emociones que centenares de otras semejantes, me suena como propia por las historias comunes, los sinsabores, alegrías y asombros iniciales. 

Desde la profunda racionalidad y consecuencia que acompañó toda su militancia revolucionaria, el compañero Juan Julio Roqué, miembro de la dirección de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y –luego de la fusión- de la Conducción de Montoneros, deja para la historia una carta para sus hijos (pgs. 373 a 379). Allí hace un recorrido personal hasta llegar a la militancia revolucionaria. Su contenido, guiado por la indignación hacia la injusticia y el amor por los humildes, le da una universalidad que atañe a toda la militancia. 

En las pgs. 698/9 encontramos las ideas que guían al conjunto del trabajo. La reflexión sobre “Nosotros, los Montoneros”, es seguida por un volante del año 1971 en el que se lee: Junto al PV Montoneros: “Solo la guerra del pueblo salvará al pueblo” y el cierre, con el explicativo objetivo de tantos sacrificios: “La felicidad del pueblo y la grandeza de la Patria”. 

Un agradecimiento final para todos los que participaron en esta idea colectiva, particularmente para Baschetti, el “cuidador” de la Resistencia, para que ella quede como resguardo de los hechos pasados y –junto a otros de nuestra historia- iluminen la lucha que permitan completar tantos sueños. 

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