Violencia es mentir

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Violencia es mentir

13 Marzo 2017

Por Santiago Asorey

Las dos muertes ocurridas en el recital realizado por el Indio Solari en la ciudad de Olavarría expusieron entre otras cosas lo peor del periodismo hegemónico que difundió información errónea, al mismo tiempo que se hizo evidente, una vez más, las distintas varas morales que se utilizan para cubrir distintos hechos trágicos.

El puntapié inicial lo dio la agencia estatal de noticias Télam que difundió en la madrugada post recital que habían fallecido al menos siete personas. La legitimidad dada por el sello de la agencia sirvió para que otros medios replicaran la información sin ser chequeada. La noticia agregó más combustible a la preocupación, lógicamente, de los familiares de las personas que viajaron a ver al recital y que esperaban noticias de sus seres queridos. La Comisión Gremial Interna de Télam lo explicó de esta forma: “Telam difundió esta madrugada un despacho que ´informaba´ que al menos siete personas habían fallecido durante el recital del Indio Solari. El respaldo de esa información por la agencia oficial al rumor que entonces circulaba fue el factor determinante para que numerosos medios legitimaran y replicaran ese dato, luego desmentido por la realidad.”

La representación sindical advirtió que la cobertura fue “un desatino de proporciones. Un acto de monumental irresponsabilidad periodística.” Con el correr de las horas la cobertura empezó a centrarse sobre la figura del Indio y sobre la condena de "la misa". La nota de Clarín titulada “El Indio Solari en Olavarría: el músico dejó la ciudad en una avioneta privada” sirve para visibilizar la síntesis del tono general de la cobertura plagada de “indignación”. Aunque esta vez no fue solo TN y Clarín quien alimentó el fuego sino también C5N. Para sorpresa de algunos, la cobertura periodística de los grandes medios comerciales igualaron criterios. Hecho que no nos implica sorpresa a nosotros, solo que seria interesante recordar a futuro. La lógica de los medios comerciales en búsqueda de sangre pareciera tener un selectivismo no proporcional a la dimensión de la tragedia, sino a la capacidad de ser espectacularizada. Sobre ese punto y en el trafico de la indignación moral a los lectores y espectadores está el eje de la cuestión de como los medios contaron lo que sucedió en Olavarría.

Detrás de la cobertura mediática monumental y ola de indignación “clasmediera” expuesta por los portales, parecía desplegarse otra línea de pensamiento previa sobre el Indio Solari y sobre su público. En su artículo “La Sanata Condenatoria”, Pablo Alabarces se hace esta misma pregunta y recuerda que “el mismo sábado casi mueren varios hinchas en una avalancha en el estadio de Banfield, en un festejado retorno de los públicos visitantes – de Boca – al fútbol. Las fuentes hablan de pésimas infraestructuras, de más público que el habilitado, de malos servicios de sanidad y seguridad: poco más o menos (con diferencias de cantidades de personas), lo mismo ocurrió en Olavarría.” Al mismo tiempo que destaca que el dedito acusatorio en las redes sociales y en los grandes medios solo alcanzó al recital del Indio.

Pero aquello a lo que apuntó Alabarces es visible en distintos puntos de la cobertura cotidiana de los medios cada día. Hace apenas dos semanas, siete presos que estaban alojadas en una comisaría en Pergamino en condiciones de hacinamiento murieron en un incendio con clara responsabilidad política y judicial. La Mesa contra la violencia institucional de Pergamino repudió el asesinato de los siete jóvenes que se encontraban detenidos en la Comisaria Primera y responsabilizaron “al gobierno provincial y local.” El hecho trágico no despertó ni por asomo la indignación mediática en la masividad que generaron los recientes hechos de Olavarría. En una escueta descripción Clarín habló así: “Siete presos murieron esta tarde tras un incendio originado durante una presunta pelea entre detenidos.”

Pensar que la punta de análisis de la cobertura mediática es intentar despegarse sobre las críticas a la organización es no comprender que los dos análisis requieren espacios diferenciados para desandar. Los distintos relatos que dieron testimonio hablan de problemas graves en la salida (incluyo en este punto mi testimonio personal como parte del público). Éramos cientos de miles de personas saliendo por una calle relativamente angosta para esa masividad. Si bien las dos muertes no ocurrieron en ese momento de la noche, hablan de distintos indicios de problemas en la organización. Lo que sigue es deslindar las distintas responsabilidades de la organización entre el Estado y la producción del evento. Sin embargo nada de este análisis puede invisibilizar el intento de los grandes medios por reinstalar una demonización de la cultura popular que el Indio y su público representan. Un tono de estigmatización complementario al proceso político actual que tuvo su antecedente en los años 90, cuando el público ricotero fue cuestionado. Extraña es la capacidad del “indignómetro mediático” para soslayar la ausencia del rol del Estado. Y con esto no nos referimos a más presencia policial, que lejos de garantizar seguridad, solo es capaz de garantizar más violencia y peligro para el público. Sino, minimamente, a una correcta diagramación de los accesos de la salida en los alrededores del predio. En fin, con el correr de los días las aguas irán aclarando, pero mientras tanto habrá que marcarle la cancha a los que los que multiplican un menú que no se entiende aunque la salsa abunde.