La derrota de Videla

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La derrota de Videla

09 Julio 2012

Por Juan Ciucci l Está terminando el Juicio a las Juntas, en 1985, y Videla no habla. Quien sí toma la palabra es Massera, y deja la imagen perfecta de la grotesca gesta de estos genocidas. Pero Videla, a tan pocos años de su golpe, guarda silencio.

Pasarán unos años y será indultado. Corre 1990, y tampoco habla. Ese silencio también significa su libertad. El olvido intenta imponerse desde el Estado, y es mejor que ya no diga nada. ¿Habrá creído que su “guerra” estaba ganada? ¿Esa democracia no le parecería tan peligrosa? ¿Ya era tiempo de olvido?

Hace unos años, Felipe Pigna exhibió en TV una conferencia de prensa de Videla de 1979. Allí pronuncia esa terrible frase: “Es una incógnita, es un desaparecido. No tiene identidad, no está. Ni muerto ni vivo, está desaparecido”. Pero también contiene ese material una exposición de su pensamiento en su momento de plenitud, con los mundiales de fútbol ganados y la situación económica en aparente estabilidad. Allí pronuncia la defensa del proceso que lleva adelante. Su tono es duro, casi evangélico; su catolicismo aparece en todo su esplendor. Como también su rapacidad, sus falacias, sus mentiras.

Allí dice, sin dudar,  que algunos detenidos sin causa “No merecen vivir en libertad”. Plantea los justificativos de esa “necesidad” que tuvo el ejercito de actuar. Y explica cómo debe continuar cuando termine: “El proceso tiene que ser heredado por el propio proceso, para lo cual el proceso tiene que crear su propia descendencia. Y esa es la descendencia que va a crear esa convergencia sobre la concertación en objetivos comunes que aceptemos civiles y militares, médicos y sacerdotes, jóvenes y adultos y viejos en esa concertación sobre los objetivos. Y eso va a darle trascendencia al proceso”. Ya están ideando la salida, que no van a lograr construir. Pero sí encontrará algo parecido a su “democracia deseada”, en esa débil expresión que continuó durante los ´80 y ´90 y que le daría la libertad. Él permanecerá callado por mucho tiempo.

Hay un intento de mito de este genocida, con detalles como el de su vida modesta, donde quieren hacerlo aparecer como una especie de “buen soldado”. Así hace Reato en su reciente libro “Disposición final”. Ya su título ilustra de qué lado la historia va a ser contada. Es la voz de los genocidas, con el término que utilizaban para “desaparecer”; esa palabra argentina reconstruida en la lucha de los organismos de derechos humanos. Esa tortura perpetua del cuerpo desaparecido, lo vuelve Reato desde el relato del genocida, una “disposición final”. Ese hecho aséptico de la “guerra” que encabezaron. Esa necesidad histórica de un “enemigo al que se enfrentó” y que por las características especiales del conflicto, tuvieron que recurrir a “prácticas no tradicionales”. Por ese camino llegan también a defender “hasta lo del secuestro de bebés”, como diría Cecilia Pando.

Pero ahora, Videla habla. Y está muy interesado en hablar; quiere que lo oigan, además. Pero resulta que no lo difunden tanto como él querría. Algunos de sus socios ya no quieren que diga su discurso. Existe un consenso en esta democracia, que no permite que ese pensamiento pueda ser difundido sin despertar un fuerte rechazo popular. Quienes se beneficiaron con su “gesta”, prefieren que continúe oculto. En una entrevista que le realizamos,  Eduardo Jozami entreveía algunas pujas internas en esas medias voces que son estas palabras de Videla, donde habla de empresarios sin dar sus nombres. Casi amenazas ante aquellos que lo intentan olvidar.     

En el juicio por el Robo de Bebés, hizo uso de sus últimas palabras. Hasta pareció sorprenderse la jueza, acostumbrada a que estos genocidas guarden silencio. Vale la pena escuchar a Videla. No es sencillo hacerlo. Mucha sangre, aun fresca, corre por sus manos. Es asistir al relato de quien fuera el principal responsable del genocidio cometido en nuestra Patria. Pero no es casual que sea ahora cuando hable. Por eso debemos escucharlo. Es su hora de derrota, sabe que la historia está cambiando, y que ya no puede guardar silencio. Esta actualidad de la Patria le duele, lo ofende.  

Palabra de un genocida

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Lo que realiza, según él, es una “manifestación testimonial para transmitir mis vivencias sobre los hechos ocurridos en nuestro país durante los años de la década del ´70”; para cumplir “con un deber inexcusable que me imponía mi conciencia frente a la malversación de la verdad histórica respecto a lo ocurrido en esos años”.  Debe hablar porque la verdad está siendo conocida, porque sus mentiras ya no son las que hegemonizan el relato de esa época.

Para explicar el contexto en que le tocó actuar, citó un artículo de The Times, reproducido por La Nación del 2 de diciembre de 1977, donde se justifica el accionar criminal de los militares. No tiene desperdicio tampoco ese texto. Refutó también al Che Guevara “cuando decía que era preciso, por encima de todo, mantener vivo el odio intransigente al enemigo, odio capaz de llevar al hombre mas allá de sus limites naturales, y transformarlo en una fría, selectiva, violenta y eficaz maquina de matar”, dijo Videla. “Me pregunto: ¿conocerán este detalle quienes con ignorante orgullo lucen la figura de este nefasto personaje en tatuajes y remeras? O lo que es peor, ¿los que instalan su insultante rostro en un salón destacado de la Casa Rosada?”. Casi caricaturescas resultan estas expresiones, de un pasado que intenta inútilmente, con sus palabras, que no muera.

Al insistir en que era una falacia hablar de un plan sistemático de menores, dijo: “Las parturientas (...) a quienes respeto como madres, eran militantes activas de la maquinaria del terror. Y muchas de ellas utilizaron a sus hijos embrionarios, como escudos de humanos al momento de operar como combatientes”. No merecen mayor análisis estas cobardes declaraciones de un asesino de este calibre, sino como expresión del mensaje de odio que aun irradian, como quienes a ellos reivindican.  

Pero también cometió un acto fallido enorme al minnuto10: 30 de su exposición. “Si las instruccion.. perdón, si la sustracción del menor tuvo lugar, ello no respondió a una orden ni a una convalidación implícita  de cualquier índole, encuadrada en un plan sistemático emanado de los mandos superiores de las fuerzas armadas en los años de la guerra antiterrorista”. No es capaz de esconder la falacia de tantas muertes ordenadas y de tanta vida apropiada. Esas fisuras de su discurso son las huellas del horror que siguen escondiendo. Porque habla pero no dice qué hizo con los desaparecidos, ni dónde están los niños apropiados. En este sentido también son obscenas sus palabras, porque habla para callar, para ocultar, para desviar la atención.

Continua el discurso con el que trajinan hace años los genocidas: desconocen el tribunal, dicen que ya fue cosa juzgada lo que les incriminan, se dicen presos políticos. De esta actualidad también habló: “Por otra parte, con este enjuiciamiento (...), se pretende que a través de la sentencia que vallan a dictar, se homologue una decisión política adoptada con sentido de revancha, por quienes después de haber sido militarmente derrotados, se encuentran hoy ocupando los más diversos cargos del Estado”.

E intentó presentar su justo castigo, como una especie de servicio a la Patria. “Frente a esta realidad que no está en mis manos modificar, -afirmó Videla- aceptaré bajo protesta la injusta condena que se me pueda imponer, como contribución al logro de la concordia nacional. Y la he de ofrecer como un acto de servicio más que debo prestar a Dios, nuestro señor, y a la Patria. Con ello pretendo cumplir con mi conciencia, cumplan ustedes [se refiere a los jueces] con la suya”.

Porque publicar su palabra

Por algunas de estas cosas que hemos resaltado, creemos importante publicar la palabra del genocida. En la discusión por la entrevista, el principal problema fue el tono cómplice de Reato o del periodista español de Cambio 16. Porque en estas medias palabras de Videla, también encontramos signos de este presente que estamos construyendo, en el cual su palabra ha perdido valor. Y algunas de sus definiciones nos sirven para ubicar a quienes son, abiertamente o no, herederos de este pensamiento.  

En estas últimas palabras en el juicio, podemos acceder a su relato en primera persona, sin intermediarios. Y en uno de los crímenes más atroces que siguen cometiendo, como es el robo de la identidad de 400 personas que aun falta encontrar; su palabra se vuelve aun más falaz y obscena. Por eso es importante escucharla.