Esas locas de la plaza

Esas locas de la plaza

11 Mayo 2015

Por Juan Ciucci

Muchas veces fueron contadas por otros que en películas, poesías, cuentos o novelas narraban una historia que cada día parece más vibrante, heroica, casi imposible. Intentaban descifrar cómo esas mujeres se convirtieron en militantes sociales al buscar el paradero de sus hijos, y en ese camino se volverían un ejemplo a nivel mundial de lucha por los derechos humanos, los del pasado y el presente.

Ahora, son ellas las que cuentan esa historia, en Las viejas, Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora cuentan una historia (Marea Editorial), libro que acaban de publicar. Una historia, la suya, la posible, la recordada. Un tránsito que sigue tan vigente como hace 38 años, cuando comenzaron a rondar en aquella plaza. En años de silencio compartido por los cómplices del genocidio, como por tantos que sufrían la persecución y no comprendían cómo se animaban a tanto. Quizás sea algo que nunca terminaremos de comprender, y que débilmente intentamos acompañar, emular, aprehender.

El libro recrea aquel fogón milenario donde los sabios del pueblo narraban sus historias a los más jóvenes, buscando consolidar esa grupalidad. Hoy sus relatos pelean con el odio pestilente que aun no pocos escupen desde medios de comunicación, libros vendidos y pagados, cuevas de desinformación. Una permanente lucha por defenderse de quienes fueron cómplices y los principales beneficiados por la política económica de la dictadura genocida.

En Las viejas están las voces de Adelina Alaye, Aída Sarti, Aurora Bellocchio, Aurora Morena, Beatriz Lewin, Carmen Cobo, Carmen Lapacó, Carmen Lareu, Carmen Lorefice, Clara Weinstein, Elia Espen, Enriqueta Maroni, Gertrudis Fontanella, Haydeé Buela, Ilda Micucci, Laura Conte, María del Rosario Cerruti, María Gastón, Marta Vásquez, Mirta Baravalle, Nair Amuedo, Negrita Vargas, Nora Cortiñas, Ñeca Lepíscopo, Pepa Noia, Sara Brodsky, Sara Rus, Tati Almeyda, Vera Jarach. Nombres reconocibles algunos, quizás menos otros, que forman esa entidad, las madres. Eternas guardianas de un legado, permanentes luchadoras por los derechos de todos y todas.

Esa historia narrada no es sencilla, claro. Es volver a intensos momentos de dolor, de aquellos que nos arrastran en su andar, que vuelven insoportable aquel presente en esa última mirada, palabra, gesto. Del silencio, los pasillos, las esperas. De los llamados telefónicos desde la ESMA, donde sus hijos detenidos-desaparecidos les hablaban, bajo la orden y la amenaza de los genocidas. “No hagas nada porque todo lo que hagas me va a comprometer”, le hicieron decir a Pablo, hijo de Ñeca Lepíscopo. Un terror que se expandía, que intentaba abrazarlas a ellas en sus casas, en sus sueños.

Pero rememorar es también recuperar el encuentro, primero, “con otras como yo”. De esos rostros que se reconocían por la falta que gritaba en sus silencios, por buscar lo mismo, en los mismos lugares. Y por el valor ante los genocidas, de volver público el reclamo, de recuperar la calle. Y es contar nuevamente a Azucena, aquella madre que dijo vamos a la plaza. Quien llevó la palabra fundante, quien fue marcada, detenida,  desaparecida. Y cuyos restos mortales fueran recuperados, hace tan solo unos años, de las tierras del olvido.

Es recuperar el primer encuentro, aquel 30 de abril de 1977. Las primeras rondas, el “circulen”, los secuestros de las madres, el retorno a la plaza, al mundo para que se conozca lo que aquí pasaba. Pero también la unidad del comienzo, y el lento desgaste hasta la separación en 1986. Por primera vez se puede acceder a un relato personal sobre la relación con Hebe, las diferencias en torno a la recuperación de los restos mortales de sus hijos, la política, los pasos a seguir. Es también la oportunidad de comprender los difíciles pasos que implica la grupalidad, una enseñanza posible para la militancia. También las discusiones en torno a los Kirchner, los organismos de DDHH, Julio López…

Un libro para apreciarlas, un poco más de cerca, sin tantos oropeles que otros les quieren endilgar. “No me gusta ahora tanto homenaje a las madres, eso no me gusta, porque hicimos lo que teníamos que hacer, lo que hubiera hecho cualquier madre”, dice Enriqueta Maroni. Las viejas, hasta en su humildad, siguen marcando el camino posible. Queda en estas generaciones que somos estar a la altura de tamaño trasvasamiento generacional.