Aldo Vara, ¿protegido del Papa?
Durante la dictadura, Vara visitaba en el V Cuerpo a personas secuestradas sin hacer nada para resguardarlas y ya en democracia recomendó “colgar en la Pirámide de Mayo” a Caputo por el resultado final de la disputa con Chile por el Beagle, que CFK encomió ayer tras almorzar con el nuevo pontífice.
El mundo es chico y, mientras la interna peronista se ha trasladado al Vaticano ante el enamoramiento radical y los diarios europeos utilizan la locución “Villa Miseria” que ideó Bernardo Verbitsky para contrarrestar las afirmaciones de su hijo sobre el colaboracionismo del papa Francesco con la dictadura, todo parece tener que ver con todo.
Ayer, en vísperas de la transformación de Jorge Bergoglio en Francisco, la presidenta de la Nación Cristina Fernández almorzó con el hasta el martes cardenal primado de la Argentina. Al término del banquete, durante una breve reseña a la prensa, CFK recordó las gestiones de Juan Pablo II por la solución pacífica del conflicto con Chile por el canal de Beagle, fogoneado en épocas de dictaduras a ambos lados de la cordillera y aplacado cuando aquí renacía la democracia mediante el voto de la población, que autorizó un acuerdo.
El modo en que se relaciona ese hecho, su solución pacífica, la visita de ayer de CFK al primer Papa argentino y la sentencia que el Tribunal Oral Federal integrado por Jorge Ferro, José Triputti y Martín Bava leyó el 12 de septiembre pasado para terminar con la impunidad del Terrorismo de Estado en Bahía Blanca puede parecer antojadizo. Pero si París bien vale una misa, esta historia bien vale un repaso.
Una Vara de conducta
La primera veintena de puntos de ese veredicto estuvo destinada a condenar a diecisiete represores del Ejército, la Policía Federal y el Servicio Penitenciario, algunos de los cuales ingresan en la franja etaria a cuyos miembros convocó el dictador Jorge Videla a través de la publicación española Cambio 16, en una nota aparecida apenas cuatro días después de la designación de Bergoglio como nuevo monarca vaticano. La docena de puntos siguientes de la histórica sentencia apuntaron en otras direcciones.
Dos de ellos, concretamente, señalaron la necesidad de profundizar investigaciones en torno a dos actores civiles. Uno, el diario La Nueva Provincia, de vanguardia según se comprueba estos días, ya que utilizaba en 1976 la terminología que la Iglesia dejó ver en el rabioso primer comunicado de la era Francesco, el sábado pasado, transformando siempre en “elementos” a seres humanos que invariablemente pasan a ser sus víctimas. La variante la ofrece el decoro de los tiempos: con la pluma, con la espada o la picana.
El segundo actor civil apuntado en el fallo del TOF bahiense fue el sacerdote católico Aldo Vara. Luego de escuchar durante un año los numerosos testimonios de sobrevivientes y familiares de víctimas del Terrorismo de Estado implementado desde el V Cuerpo de Ejército, cuya jurisdicción zonal coincidía llamativamente con la de la Provincia Eclesiástica con cabecera en el arzobispado de Bahía Blanca, el TOF concluyó que “resulta prima facie comprometedora para la Iglesia Católica, la intervención y presencia de unos de sus pastores, tal el Padre Aldo Omar Vara en los centros clandestinos de detención y en los encuentros con las personas ahí detenidas”, por lo que ordenó abrir investigaciones en la Justicia Federal bahiense de primera instancia.
El compromiso de la Iglesia católica con Vara y su comportamiento se mantuvo en el tiempo: cuando los relatos de los sobrevivientes cobraron estado público en el Juicio por la Verdad que se celebró en Bahía Blanca a finales del siglo pasado, su jerarquía consintió en sacarlo de la ciudad y refugiarlo en un destino no precisado. La nula voluntad de la institución por colaborar con las causas por delitos de lesa humanidad no sólo salta a la vista al leerse la desgrabación de los nones de Bergoglio en su testimonial en la causa ESMA.
El tiempo de impunidad penal en que se desarrollaron las audiencias del Juicio por la Verdad permitía que una víctima se encontrase en un baño con su victimario, que ambos compitieran por un taxi a la salida del recinto o que el propio Vara sugiriese al entonces fiscal general Hugo Cañón que él mismo “podía ser un desaparecido”. - ¿Usted me está amenazando?- le preguntó Cañón. El sacerdote volvió entonces a su actitud inicial, de impostado tono pastoral.
Su verdadero rostro se había dejado ver apenas unos meses antes. El entonces párroco del barrio de Villa Rosas fue, además, un pionero. Varios años antes de que otro protegido por la jerarquía, el obispo castrense Antonio Baseotto, se despachara con la sugerencia de atar una piedra al cuello al entonces ministro de Salud Ginés González García y tirarlo al mar, Vara ya había recorrido ese camino discursivo. En abril de 1998, dijo que al ex canciller Dante Caputo debería habérselo “colgado en la Pirámide de Plaza de Mayo, por su desidia e incapacidad” al abordar la disputa de la soberanía del Beagle, al tiempo que agregó que el resultado que ayer encomió CFK al término de su encuentro con Francesco fue “el epílogo lógico y deplorable ante la falta de patriotismo de nuestro pueblo y gobierno civil”. Para que el pueblo se recuperase del diagnóstico que él trazó, además de colgar a Caputo, se debía iniciar “una lucha titánica en favor de la familia tradicional y no la de los travestis” para propiciar dos términos que fijó indivisibles: “el amor a una Patria que nos llene de orgullo y la defensa activa de la Iglesia católica”.
La diferencia entre Vara y Baseotto no radica en el resultado buscado sino en el discurso. Mientras el obispo emérito propuso retomar un procedimiento clandestino para eliminar a los seres humanos que la Iglesia llamó y llama “elementos”, el capellán que treinta años atrás visitaba los centros clandestinos del V Cuerpo adhirió al reclamo que por aquel tiempo hacía desde sus notas editoriales el diario La Nueva Provincia: que se asesine en lugares públicos, a la vista de todos, a plena luz del día, a los blancos marcados.
La respuesta de los jerarcas de la dictadura ante esa tesitura aludía a que “contra el Papa no se puede fusilar”, por lo que justificaban los procedimientos clandestinos. Si Bergoglio, ahora convertido en el simpático y cercano Francesco, continúa protegiendo a personajes como Vara, habrá que pensar que estaban equivocados y que al fin y al cabo un Papa bien puede presenciar un genocidio a plena luz del día sin mover un dedo, ni antes, ni durante, ni después.