Saturno en Matienzo: un ensayo de amor en 3D

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Saturno en Matienzo: un ensayo de amor en 3D

15 Julio 2017

Por Ailén Montañez /Foto: Adan Jones

“La casa, el perro, el bebé. Yo tuve todo eso.” Así arranca la obra, presentando una historia que ya tuvo su fin. Saturno desembarca ante su público de la mano de una chica que cuenta lo que le sucede tras el fin de una relación ¿Qué nos pasa cuando las cosas se terminan?

Esta chica es la que hará experimentar a toda la sala el proceso de una relación amorosa contemporánea: hay idas y vueltas, hay otro sujeto, otra una mujer, que encarna al masculino de la relación. Son cuerpos en tensión constante que se chocan, se entrecruzan y se separan. Esos cuerpos allí interpretan, mediante despliegues y gestos por toda la sala, metáforas que vienen a transmitir sensaciones, a través de acciones. Existen escasos diálogos que dan más lugar a la acción y la inacción, alrededor de toda la obra, y que marcan el ritmo a seguir por los espectadores. Exige una cierta compenetración: busca que el que asiste también participe, asignándole un sentido a todo lo que sucede allí.

Toda la acción de los cuerpos y su carga emotiva hace perder de vista, por momentos, las imágenes que constantemente acompañan a los personajes en escena, proyectadas en las tres paredes que rodean el piso/escenario. Los personajes no se presentan más que por una historia y breves diálogos o intervenciones. La idea es conmover, que uno pueda sentir - y resignificar- todo lo que surge en ese espacio, pero con su propia historia, no con personalismos.

Hay una totalidad envolvente, de gran carga dramática, que se disfruta si hay entrega por parte del que asiste y toma la propuesta como un contrato de lectura. Esto supone que uno se deje penetrar por las formas que allí suceden, porque es parte de la experiencia.

“La casa, el perro, el bebé. Todos pensamientos que tengo en la cabeza pero no son míos. Vienen de la televisión, o de una publicidad” Esta idea recurrente ancla sentido en que las relaciones contemporáneas conviven con una crisis de paradigma; y allí apuntan también a evocar esto: todo lo que nos bombardea como imágenes de un deber ser, termina frustrando al sujeto involucrado. Cuando la fantasía amorosa se convierte en mercancía (y cotiza) el costo que se paga son las emociones del que se pone en juego.

Las idas y vueltas, las llamadas en la madrugada, los insomnios, son los pequeños segmentos que juegan el papel de suscitar identidad con el que está en la butaca. Las crisis se pasan mediante un teléfono de por medio, que hasta termina siendo útil para poner ¿un fin?

Sintetizando, un gran combo. Un juego de emociones express para dejarse corromper, incomodar, reír y hasta emocionar. Para dejar involucrar las propias intensidades con las que se observan allí: el cuerpo o las imágenes ¿dónde hay que poner el ojo? Así, sucede que “estás viendo el final, y sabés que va a terminar, unos segundos antes, pero igual… lo disfrutás”.