Roxana Rupailaf, Yo pecadora (Poesía Mapuche)

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Roxana Rupailaf, Yo pecadora (Poesía Mapuche)

11 Febrero 2017

 

Del abrazo y los descensos

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Llevo mucho tiempo en este vórtice
y la flor que guardo está sin pétalos

Escucho tus venidas.
El aire salino trae acordes de tu corazón que es celo
de sangres cuando intento la huida.

Cuando miro las orillas de otras playas
que dentro de mí hacen su ruido

Las anulo si me muerdes los tobillos
y me mojas

Llevo tiempo en este vórtice

Cuatro estaciones han pasado por la piel

Y no han podido marchitar la flor que sostengo entre los dedos
Esta canción que contigo aprendí sobre las rocas
yo no he podido dejar de cantarla
yo la tengo metida en la cabeza
distintos ritmos saco según ánimo

Y aunque callada esté yo estoy cantando

Adentro Mío
estoy cantando
para que vengas
a presenciar mis muertes
mis delirios

Quiero que te pierdas conmigo en este trance
Que atravesemos la puerta de este cielo
danzando los rituales del aceite

Yo quiero que mi flor sea tu reino
Yo quiero que mi flor sea tu reino

4

Ahora que me tocas eres más que el océano
más que miles de peces y lenguas rozándose.

Mira,
como se asoman los hijos peces en el arco-iris
como llevan un ramo de tu sangre
como aún andando van atados por un alga a mi vientre.

Ellos saben también la canción.
Ellos cantan con los ojos cerrados
los espasmos de tu llegada y tu partida.

Y es que vuelves a la orilla a vestirme con las trenzas

                                                                /de los ahogados.

A montarte y a llenarme de espuma la boca,
la boca,
la boca
que se atora de tu nombre.

Yo te encuentro y te abandono tantas veces en una misma noche.

No salgas de mí —te digo—
déjame la arena en ese fondo.

Déjame la sal en la cascada y el olor de los delfines en el aire.
Déjame aire
Para este vuelo de aguas que me invade.

Desde ahora te llamarás océano.

5

Un camino se abre en el medio del mar.

Tú estás al otro lado.
Intuyo los alientos y el oleaje que hay en ti
es el mismo en el cual se sumergen las sirenas y los peces.

Los cantos se suceden en mi lengua.

Gaviotas que devoran mi vestido.

Estoy aquí mirando las luces de tu cuerpo.

Yo siempre estoy aquí.

Entro al mar algunas veces y regreso.

Un camino se abre en la mitad del cielo.

Atorarme de sal es mi deseo.
Llenarme de la espuma y del aceite marino
que te envuelve.

Muérdeme, te digo.
Muérdeme el descenso
de irme
de irnos hundiendo en el fondo
de un mar, un océano,
la casa habitada,
el fondo, la arena, el castillo:
las mieles de un final que nos consume,
la piel que se llena de escamas,
los senos que se abren,
los cuerpos de plata
se entrelazan
no acaban de hundirse.

El final,
el final,
el final
es un beso interminablemente frío,
en el cual perdemos el sentido,
los sentidos
la sensación del cuerpo que se acaba.

Pareja

Un caballo vuela al sur en medio de la guerra.
Un caballo sin alas montado en una nube,
me llama a la puerta de mis sueños
donde soy una potra más rubia que el sol.
Indomable como un pensamiento,
relincho mis ilusiones con olor a hierbas.
Despierto.
El caballo se cae del cielo
y me deja preñada

Yo, Pecadora

Confieso,
que maté a una flor por la espalda
y le disparé a la cigüeña.
Confieso
que me comí todas las manzanas
y que suspiro tres veces
al encenderse la luna.
Que le mentí a la inocencia
y golpeé a la ternura.
Confieso que he deseado a mis prójimos
y que tengo pensamientos impuros
con un santito.
Confieso que me vendí por dinero.
Que no soy yo
y que he pecado de pensamiento,
palabra y omisión
y confieso, que no me arrepiento.