¿Quién no quiere saber cómo murió Albert Einstein?

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¿Quién no quiere saber cómo murió Albert Einstein?

19 Abril 2020

Por Daniel Mundo

 

Tal vez todo el mundo ya lo sabe pero, para mí, fue muy revelador: Albert Einstein, el científico más famoso e inteligente del siglo pasado (la revista Times lo consideró el personaje del siglo), murió a causa de una sífilis. En estos días se cumplen 65 años de ello, falleció el 18 de abril de 1955 a la edad de 76 años. No murió sifilítico, ojo, sino que contrajo la enfermedad cuando era joven y nunca logró curarse del todo, lo que no sólo le trajo problemas durante toda su vida, sino que fue el motivo por el que murió. Me explico. El parte oficial decía —y aún dice— que Einstein tuvo una hemorragia interna causada por la ruptura de un aneurisma de la aorta abdominal, y que murió de eso. Pero según sus últimos biógrafos, el genio “loco” que iba en bicicleta a dar clases a la universidad, sufrió esta hemorragia a causa de la sífilis. Según cuenta su biografía “autorizada”, cuando se internó, le ofrecieron realizar una operación para prorrogarle la vida pero Einstein respondió: “Ya viví lo suficiente, ahora es tiempo de que vivan otros”.

Como sea, este pequeño secreto fue muy bien guardado por su entorno familiar y principalmente por su secretaria, Helen Dukas, la albacea de su legado. Cuando a comienzos de la década de 1970 murió su segundo hijo, Hans Albert, encontraron en un mueble de su cocina una caja de zapatos llena de cartas y documentos de su papá. Todavía hoy debe de haber algún papel sin revelar ahí. A esa altura ya no estaba la Dukas para preservar la memoria de Albert. De a poco fueron apareciendo rasgos de su carácter que tiñen esa foto en blanco y negro del científico burlón sacando la lengua, que cualquiera de nosotros pudo haber colgado en su cuarto cuando era joven. Ahora también sabemos que, "alguna que otra vez", les dio una paliza a sus mujeres.

Einstein se casó dos veces y tuvo tres hijos. Los vio muy poco o nada. Su primera hija, prematrimonial, fue otro de los secretos mejor guardados de la biografía de Einstein. Hoy, sin embargo, su nombre (Lieserl) aparece en cualquier línea biográfica del científico alemán nacionalizado suizo primero y norteamericano después (también se nacionalizó austríaco en el medio). La bebé nació en Hungría y despareció a las dos semanas. Nunca más Albert o Mileva Marić, la madre y futura esposa de Albert, se referirían a ella. Supuestamente la dieron en adopción (otra versión sostiene que murió de escarlatina al poco tiempo de nacer). Eso ocurrió en 1902. Un año más tarde la pareja contraería matrimonio. Mileva era serbia y muy buena en matemáticas. Vivían en Suiza y Einstein trabajaba en la Oficina Federal de Patentes de Berna. Chequeaba si los inventos eléctricos que le traían merecían o no una patente. Ninguna universidad alemana o suiza había querido acogerlo. Fue allí que en 1905 escribiría esos trabajos que rasgarían los contornos bien definidos de la realidad newtoniana: “Sobre un punto de vista heurístico concerniente a la producción y transformación de la luz” y “Sobre la electrodinámica de los cuerpos en movimiento” (la formulación de la teoría de la relatividad especial).

Lo que Einstein descubrió fue el principio de la velocidad constante de la luz, que refutaba la creencia de la física tradicional, la cual sostenía que la velocidad de la luz en el vacío era infinita, pues el tiempo y el espacio tenían para ésta un valor absoluto. Einstein demostró teóricamente que no era posible determinar por medios físicos el movimiento de ningún objeto en relación con el espacio perceptible (digo de modo teórico porque hubo que esperar hasta los primeros estallidos atómicos para comprobarlo prácticamente). Ergo, tiempo y espacio eran relativos. Para comprobarlo había que demostrar la equivalencia entre masa y energía que, al igual que la materia, tendría masa inercial y gravitatoria. He aquí la famosa fórmula de Einstein: E = mc2. La energía de un cuerpo en reposo (E) es igual a su masa (m) multiplicada por la velocidad de la luz (c) al cuadrado. En fin.

El matrimonio duraría más o menos una década. Para 1914 ya estaba muy deteriorado, tanto que Einstein redactó por escrito unas “normas de convivencia” que su mujer debía acatar. Cuando estalló la guerra, Einstein se quedó en Berlín mientras toda su familia se trasladaba a Suiza. Seis meses después de separarse, Albert comenzaría a convivir con Elsa Löwenthal, su prima y segunda esposa.

Luego de la separación, su hijo Eduard tuvo un brote esquizofrénico y fue internado de por vida en un hospital psiquiátrico. Cuando Mileva le pidió que fuera a visitarlos, Einstein se negó a dejar Berlín alegando que estaba muy ocupado con una nueva ecuación. Posiblemente estaba elaborando su teoría general de la relatividad. También dijo que seguramente los chicos iban a estar mal predispuestos con él, debido a que su madre les había llenado la cabeza de ideas equivocadas. Quién sabe. En el contrato de divorcio formalizado en 1919 se establecía que si alguna vez el físico ganaba el Premio Nobel, cosa que sucedería un par de años más tarde, todo el dinero del premio le correspondía ¡a su ex mujer! ¡Mileva era matemática pero no tonta!

Hoy también se sabe que Einstein utilizó parte del premio en inversiones comerciales que no le salieron bien. Algunos investigadores maliciosos sostienen que, en realidad, con este contrato Einstein pagaba el silencio de Mileva sobre la paternidad de su teoría especial de la relatividad. Nunca sabremos si su primera mujer participó y cuánto en la elaboración de aquellos primeros trabajos que lo catapultarían a la fama.

No pude precisar los rasgos del carácter de Elsa, su segunda mujer, que murió en 1936, pero parece que eran mucho más tolerantes que los de la serbia. Entre otras anécdotas, se cuenta que a fines de la década de 1920, Einstein, viajó con su mujer y su amante del momento a un balneario de moda. También se cuenta que, en una discusión con su hija Ilse. a Elsa se le presentó la siguiente pregunta conflictiva: “¿Con quién debe casarse Albert, con vos o conmigo?”. A Albert le gustaba Ilse. Según su otra hijastra, Margot, Einstein tuvo seis amantes oficiales durante su vida en común con Elsa. Por otro lado, ellos dormían en camas separadas.

De todos esos “secretos de familia” que rondan la memoria del genio el que más me gusta es el que sugiere que a Albert le encantaba ir de putas, y que iba regularmente. Se sospecha que debió haber varios einsteincitos correteando por los prostíbulos del mundo (un hijo ilegítimo que tuvo con una “bailarina” fue adoptado por su hijo). Sobre esta afición que lo embargaba, dicen que llegó a opinar alguna vez que "cuanto más sudadas, sucias y plebeyas (sean las chicas), mejor”. Fue en alguna de estas visitas, obviamente, donde se contagió la enfermedad.

Para bien y para mal, nosotros, simples mortales, aún vivimos en el universo de Newton, pero entendemos igual que Einstein estrujó esa realidad y su gravedad como si fuera un bollo de papel que tiramos al tacho de basura, y elaboró una teoría que aún hoy resulta de una relatividad casi ininteligible. Einstein, además de confeccionar una teoría tan perfecta que, por eso mismo, debería resultar sospechosa (palabra más, palabra menos, esto lo dijo el mismo Einstein), escribió algunos libros de divulgación sobre ella. Son muy entretenidos. Solo que, lógicamente, llega un momento en el que el lector advierte que ya no se encuentra en un universo conocido, que aunque se agarre al libro como un náufrago se abraza al salvavidas, ya se encuentra en una atmósfera en la que debe aprender a respirar de otro modo. Dicho en otras palabras, hay un momento que ni siquiera siendo físico se puede entender lo que se está leyendo. El siglo pasado pero también nuestro futuro están sostenidos sobre este talón de Aquiles. Desde el antiguo lector de DVD hasta el GPS que impide nos perdamos en cualquier ciudad del mundo provienen de los descubrimientos de este personaje estrafalario.

Tal vez, dentro de unos siglos, la teoría general de la relatividad sea tan fácil de entender como hoy nos resulta sencillo comprender el heliocentrismo. Por ahora me quedo con esas escapadas nocturnas donde el genio de la física abstracta necesitaba algunas satisfacciones físicas, demasiado físicas.