Que no se apague el rugido de Seattle

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Que no se apague el rugido de Seattle

27 Mayo 2017

Por Rodrigo Lugones

You're a prince, you're a snare, you're a shadow
You're twilight and star burn and shade
You're a sage, you're a wound shared, you're masked
You're a pillar of smoke, you're a platinum heart
You're a brush fire, you're caged, you're free
You're vision pierces, you do not see
Tom Morello – Poema para Chris Cornell

El misterio de la vida suele encarnar un dolor insondable, no es fácil soportarlo, hay quienes no lo logran. El grito desgarrador de Seattle proyectó al mundo su figura más paradigmática: el bueno de Kurt Cobain. Con sus claros y oscuros, sirvió de modelo para pensar el sonido que encontró una generación para expresar en una época lóbrega, las emociones que producía, inexplicablemente, ese discurso extendido de la muerte de las ideologías, las victorias del mercado y las derrotas del alma que, por añadidura, bañaron los espíritus grunge de la tierra en los muy tempranos 90´s.

La muerte de Cornell es una muerte grunge tardía, es cierto, pero no por eso menos melancólica y dolorsa. Desde que los medios de comunicación dispararon la noticia, miles de hipótesis se tejieron (como es costumbre). Días después de su muerte fue la policía de Detroit la encargada de confirmar el presentimiento: Chris Cornell se había suicidado. Las palabras de Vicky Cornell (su compañera de vida) agregaron un capitulo farmacológico que nos hizo pensar cuál es el rol de la medicalización de la vida en nuestro tiempo de “ansiedadades y pánicos” siempre “clínicos”. 

 La pregunta, desde luego, es: ¿Qué tensiones del alma vibraban tan en negro como para perforar el espíritu de Cornell? ¿Qué ocurría allí, en ese lugar tan oscuro, que puede ser el alma de un artista que ha logrado vivir a la altura de sus deseos y que, a pesar de ello, no consigue la paz? La pregunta no tiene respuesta o, si es que la tenía, duerme hoy junto a quien podría responderla.

La KEXP, una interesante radio de Seattle, se encargó de rendirle un homenaje sentido, con una transmisión en streaming de las ofrendas que el público hacía llegar hasta la estación que comparte el barrio de la escena grunge, mientras que se conocían los mensajes que, en las redes sociales, volcaban Alice In Chains, Pearl Jam, Tool, Tom Morello (su compañero de Audioslave) y muchos de los héroes de auricular que hacen que nuestras vidas no sean un error, gracias a su música.

La muerte suele ser indetenible, sucede, acontece. Es cierto que vuelve irrepetibles, únicos, a los acontecimientos de la vida. La paradoja del inmortal es bien sabida, su vida termina siendo una sucesión interminable de hechos que carecen de sentido. Todo se repetirá a fin de cuentas, cuatro, cien o diez mil años después. Pero no nos alcanza, no nos arregla, no es ese consuelo alguno para el dolor que proyecta en nosotros la inevitable certeza del final.

¿Es que se puede robarle un rayo a la muerte? Nos preguntamos, mientras saboreamos con el paladar de nuestros oídos Be Yourself, una hermosa balada rockera que supo grabar Audioslave. Parece que el viaje de Chris soñó tan mal que tuvo que despertarse para seguir durmiendo. 

¡Que no se apague el rugido de Seattle, que vino a gritar en la noche del silencio espectral del mercado! Nos respondemos a nosotros mismos. Todavía resuena su voz, en medio de la guitarra de Morello (que recuerda a las articulaciones de un robot mientras busca desperezarse). Lo buscaremos allí, en un tiempo que ya no está dominado por la curva lineal de la vida, sino por el más allá que es la obra que nos deja para contarnos que sólo de vez en cuando es la muerte la que no sucede.