Palo Pandolfo: una mirada sobre su partida, la pandemia y las despedidas

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Palo Pandolfo: una mirada sobre su partida, la pandemia y las despedidas

08 Agosto 2021

Por Dani Mundo

                                                                                                                                                            Él hundió su nariz

en la espuma de las olas.

(Playas oscuras, Los visitantes)

 

Aprovechando el ahora aparentemente famoso día de la Pachamama (tal la voracidad sincrética de nuestra clase social), voy a decir un par de cosas que pueden no gustar (¿y?) sobre la muerte de Palo Pandolfo.

Primero quiero aclarar algo: siempre que leo en una red social un post de alguien que aprovecha la muerte de un famoso (o más o menos famoso en su círculo de amistades) para contar la vivencia personal que se tuvo imaginariamente con él/ella, me brota la indignación y grito: ¿¡A quién le importa?!

La pandemia acentuó un rasgo siniestro de nuestra sociedad, una especie de culto a los muertos que en verdad es otra forma de narcisismo, un gesto que delata el cariño que necesitamos o nos falta. La muerte a mí no me hace olvidar las diferencias, si alguien no me gusta, sigue sin gustarme cuando se muere, aunque sea copado.

Las redes sociales, principalmente Facebook, a veces parecen un “suplemento” necrológico en el que lloramos al muerto, pero en realidad lo que queremos es otra cosa, queremos ser buenos y lamentarnos por esa muerte, sufrir un poco por ella (¡andá!), y bueno, fantasear que cuando nos llegue ese difícil momento vamos a contar con un acompañamiento parecido —una vez me fui de un grupo de Whatsapp en el que se reunían docentes e intelectuales porque lamentaban una muerte, incluso gente que no conocía al muerto (y lo decía), y mandaban el pésame a los parientes, que no solo no integraban este Whatsapp, sino que ni siquiera sabían de su existencia. La estupidez también tiene un límite.

Lo que me hizo pensar la triste muerte de Palo fue esto: Palo, todos nos morimos, aunque a veces compremos ese versito de que “la muerte no existe” (espiritango, por las dudas de que a alguien le falta el intertexto). ¿La verdad? Hacía varios años que había dejado de escucharlo. Hasta me costaba poner en el auto algo de Don Cornelio. Evidentemente yo también envejecí, no hay tu-tía. La última vez que lo vi fue en Niceto. Estaba como con una onda muy hippie pero mal, es decir, un tipo que había encontrado la realidad que le gustaba y estaba conforme con ella (en mi posteo en Facebook en lugar de “estaba” escribí, sin querer, “estafa”: ¡qué lapsus!). Bien por él.

Ya Maderita me había costado terminarlo, y eso que me pudrí de ponerlo en el auto.

Amo a Palo, eso tiene que estar claro. Su voz cascada, rota y grave, resonando en mi cerebro (lo empecé escuchando en un walkman), era el signo de lo que yo quería. Era la voz del final, la voz de la derrota, pero cuánta esperanza había en esa derrota: “Que se abra Buenos Aires/que abra bien las piernas”. Hace varios años que su música o su figura no me interpelaban. Sé que es un déficit personal, que no menoscaba en nada la grandeza de Palo, pero para mí Palo en algún momento renunció a su rol de líder-de-banda-de-rock. Alguien un poco reventado que se hunde en el costado oscuro de nuestra sociedad sobre iluminada, para sufrirla. Obvio que Palo no era un drogón, era alguien que hacía circular ideas y sensaciones entre la gente, pero el Palo de Los Visitantes era un tipo que podía acompañarte por ese camino de exploración. ¡¿A quién puede gustarle la realidad?!

Y cuando lo vi ahí en Niceto, hará cinco o seis años, tuve como un shock que confirmó mis hipótesis previas, que Palo se había vuelto un buen tipo. Que se había limpiado. Un tipo que creía que puede hacerse el bien, que uno con tesón y un poquito de esfuerzo puede cambiar. Tal vez es algo que le pasó a él. Tal vez fuera algo más ideológico. Un discurso acorde con lo que nuestra sociedad quiere escuchar sobre lo que es la vida buena: consumir pero con moderación, ser divertido y cool, lamentarse por las injusticias del mundo, rechazar la violencia y creer en el amor.

Ya un tema en el último disco de Los Visitantes, Desequilibrio, se llama “La Pachamama”, y a su última banda la llamó La Hermandad, es lógico que se arme una capillita en el lugar en el que murió.

Tal vez Palo haya sido siempre eso y el otro Palo, el Palo del rock, fuera un invento. Tal vez el rock fue un invento. Tal vez los rockeros simplemente crecen y algunas de las boludeces de la adolescencia les empiezan a parecer eso, boludeces que hay que dejar atrás. Hasta la voz a Palo se le volvió más transparente, como si todo su ser se hubiera aclarado. Lo raro es esto: ¿cómo Palo interpretaba esos temas de su pasado? Le suele pasar a las estrellas de rock, no les resulta fácil cambiar. Cambiar es un riesgo.

En todo recital de Palo, “Ella vendrá” era un himno infaltable. Lo pedía a los alaridos su público —y la estrella se debe a su público. Pero Palo cambió. Era otro Palo el que la cantaba ahora, como un doble, un personaje que había que interpretar. Un recuperado. Lo loco es que Palo, que ahora era algo diferente del que había compuesto ese tema, podía apropiárselo. Me imagino que ese debe de ser un momento difícil para la estrella de rock: repetirse. Responder al canto del público, que es conservador nato. Siempre queremos lo mismo. Me imagino que hay diferentes maneras de resolver este intríngulis: la manera Calamaro, ponele (pésima), la manera Charly (excelente), la manera Flaco (no), la manera Palo (qsy). Palo cambió y no pude seguirlo (¿¡A quién le importa?!). Ni siquiera ahora me interesa ese camino, salvo Antojo, que concreta lo que yo pienso que es una obra de arte: la apropiación de temas ajenos y su interpretación libre, actualizándolos. ¡Qué gran disco!

En fin, todo esto salió por la pachamama, estoy seguro.