Opinión: El laberinto de Feinmann (José Pablo)

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Opinión: El laberinto de Feinmann (José Pablo)

02 Enero 2012

Es un lugar común, al mencionar a Feinmann, que uno deba aclarar si se refiere al bueno o al malo; siendo este último un patán autoritario, de lengua viperina y fundamento escaso. Al primero voy a referirme ahora. Y aclaro que lo imagino siempre en ese lugar, en el de “las buenas personas”, como él mismo suele decir de quienes apoyan, votan, acompañan, militan el rumbo del gobierno kirchnerista y se enfrentan a la oligarquía y las corporaciones económicas y mediáticas.

En estos días, para promocionar su libro más reciente, José Pablo Feinmann (JPF) está dando algunas entrevistas a los medios, seguramente pautadas por su editor. El sábado 24 de diciembre, destacaron dos. Una la hizo Néstor Leone en la revista Debate, y se publicó bajo el título “Las corporaciones no van a poder con Cristina”. En ella JPF expone, en apretada síntesis, lo siguiente: “Cristina va camino de hacer algo verdaderamente superador; va a ir más allá en muchas cosas; incluso más allá de lo esperado, en términos de un gobierno nacional, popular y democrático”. La otra la realizó Ricardo Carpena en el suplemento Enfoques, de La Nación. Y en la versión Web se la conoció con el título: “Es muy incómodo adherir al gobierno de dos multimillonarios que te hablan del hambre". Allí destacan frases de JPF como: "No me insulten: ¿cómo voy a ser kirchnerista?”; o: "Cristina es más cerrada porque es posible que se crea autosuficiente". De las dos, no se puede hacer una. Hay respuestas del entrevistado definitivamente opuestas. Y sin embargo, en ambos casos se trata del mismo Feinmann, el bueno.

Un objetivo comercial comprensible, lo pone ante una pauta de entrevistas en medios de diferente color político. Un par de horas de charla abierta, mitad por mitad con periodistas de sensibilidades ideológicas opuestas, y Feinmann se bifurca. ¿Cómo entenderlo?

¿Negarle entidad a esa figura que nos devuelve el espejo reaccionario de La Nación? Diario que leemos sólo para estar al corriente de lo que piensa el adversario del pueblo; conocer en detalle las virulencias con que procuran infectar la conciencia ciudadana. No, el mismo Feinmann nos priva de esa posibilidad. La entrevista está grabada, filmada y subida a la Web, y sus dichos, dichos son, con su voz y su expresión. También, tratando de aclarar los tantos, el lunes 26, JPF se explayó en una entrevista radial que le hizo Víctor Hugo Morales y el miércoles 28, en Página|12, publicó una nota de su puño y letra (“El puñal en la espalda”). Y en ambos casos, por efecto y por defecto, consigue un resultado adverso: ratifica lo publicado por La Nación.

¿Concederle que, para impulsar la venta de su nuevo libro, quiso provocar un buen escándalo; y como intelectual, en lugar de seguir los pasos sexys de Redrado, apeló a un clásico del desdoblamiento de la personalidad: “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde”? Sería una lástima, porque tratándose de él, pone mucho en juego para tan modesto objetivo.

Como quiera que sea, la preocupación que me mueve en esta nota pasa por otro aspecto del pensamiento de Feinmann. Es cuando aborda la relación del intelectual con la organización política. Se me ocurre que debe ser numerosa la cantidad de intelectuales inorgánicos. Incluso muy superior a la de los intelectuales orgánicos. Un intelectual orgánico, milita en un partido o un movimiento político. Seguramente son pocos (¡y muy bienvenidos lo son en las organizaciones populares!). Aunque deseable, no es imprescindible ser orgánico. Un intelectual, sin ser orgánico, puede hacer enormes e invalorables aportes a la causa popular; y esto, desde todos los aspectos del desenvolvimiento de la sociedad. Pero el punto es otro. ¿Siendo la política la herramienta para transformar la realidad, puede alguien poner en duda lo necesario que resulta organizarse colectivamente para utilizarla de manera adecuada? Aquí, Feinmann, en realidad no se bifurca. Salta literalmente al vacío y se pierde en su propio e insondable laberinto. No sólo le rinde culto al individualismo más cerril sino que denuesta sin más al intelectual orgánico: “¿Cómo va a pensar, un intelectual que está pegado a un partido? En ese sentido, estoy totalmente en contra del intelectual orgánico, el intelectual tiene que tener libertad”.

Ahora bien. Hoy más que antes (porque lo que en el 2003 era un proyecto, hoy es una realidad en marcha y un rumbo cada día más claro), JPF sabe que Néstor Kirchner estaba decidido a usar la herramienta del Estado, y la usó, para poner “igualdad allí donde el mercado excluye y abandona”. Sabe que ese tipo no sólo negaba con firmeza los postulados primarios del neoliberalismo sino que se disponía a enfrentarlo, y lo enfrentó. Sabe que dio vuelta la política como una media y la puso al servicio del pueblo, en lugar de continuar favoreciendo los intereses de las corporaciones económicas, los monopolios y la oligarquía. Feinmann sabe que el Flaco (*) creía en valores y convicciones que no dejó en la puerta de entrada a la Casa Rosada. Y sabe que Néstor “había llegado débil al Gobierno”. Feinmann sabe todo esto y mucho más. Sabe del enorme significado que todo esto tiene para la sociedad argentina.

Además, JPF sabe que a la coyuntura, más que comentarla hay que cabalgarla. Y que al futuro se lo debe preparar, antes que esperarlo. Conoce el papel que juega la voluntad frente a la realidad. Cuando el vocero presidencial lo llama por teléfono para decirle: “el Presi quiere tomar un feca con vos”, Feinmann tiene muy claro el contenido histórico de la coyuntura. Sabe que, “si se pierde, se vienen otra vez los del ’55: la Sociedad Rural, el diario La Nación, las corporaciones, todo el garquerío nacional”. Por eso, ante la pregunta de si daría la vida por defender el proyecto, no duda en responder: “Si este tipo va a fondo, sí, me la juego”.

Todavía más. Feinmann tiene una elaborada conciencia de la necesidad de la organización política. “Sí –reconoce-, no fui un cuadro orgánico de Néstor Kirchner, el único tipo que, hoy, en mi opinión, hubiera merecido ese sacrificio de mi y de cualquiera”. Y más aún lo merece Cristina, a quien JPF considera superadora de Néstor.

Todo esto lo sabe Feinmann. Y, sin embargo, dijo en La Nación lo que dijo.

Nuevamente, ¿cómo entenderlo? ¿Cómo entender esa entrevista? ¿Justo en esta coyuntura salir a denostar a los intelectuales orgánicos? ¿Y asimilar kirchnerista con insulto? ¡Cuando en el seno de la sociedad renace la necesidad imperiosa de organizarse políticamente, de construir organización popular para Cristina, para el proyecto nacional y para el pueblo, y los intelectuales son tan necesarios! ¡Cuándo esa construcción se expresa antes que nada y con particular vigor en el espacio kirchnerista! ¿Justo ahora, José Pablo?

A JPF no hay que seguirlo en su laberinto. No tiene sentido. Es como buscar la cuadratura del círculo. En cambio, al extraviarse dejó tras de sí un hilo (¿jalándolo, nos reencontremos con él?; ¿se mostrará, como el picaflor de la fábula, dispuesto a hacer su parte?). Me refiero a esos diálogos irreverentes que Feinmann tuvo consigo mismo, mientras charlaba con “el Flaco”. Un líder político de la talla de Néstor Kirchner lo convoca y entabla con él un diálogo franco, crudo, directo, profundo, probablemente pensando en sumarlo a un área de medios. Pero JPF no escucha. Sólo se empeña en indicarle al Presi lo que tiene que hacer: “Hay una decisión básica que tenés que tomar, Néstor. Es el punto de partida de todo. Tenés que romper con el peronismo”. En algún momento (seguramente cercano a aquel en que decidió no continuar las charlas), Néstor Kirchner le dice: “José Pablo, vos tenés muchas buenas cualidades. Pero creo que la modestia no figura entre ellas”. Ahí está la clave. Feinmann es feinmanneano. Sólo piensa por sí (y para sí).

Convengamos, José Pablo, que en este caso no se trató de una “puñalada en la espalda”. Fue, sí, en el ombligo. Y no se la aplicó Ricardo Carpena. Se la asestó usted mismo.