Momentos junto a Rosario Bléfari

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Momentos junto a Rosario Bléfari

12 Julio 2020

Por Franco Muñoz | Ilustración: Leo Olivera

 

“Che, se murió Rosario Bléfari” vi por un grupo de WhatsApp. Y el frío me quemó entero y me dejó en modo automático. Chequeé la noticia y me enteré que hace tiempo venía peleándola contra un cáncer y una catarata de recuerdos inundaron el monoambiente.

Las asociaciones me llevaron a 2014, a mi primera experiencia de escritura pública desde un fanzine sanjuanino. Trabajaba como cronista de eventos y fui a verla a la sala chica del IOPPS, con la única referencia de que era parte importante de la historia viva del under musical argentino. Vino en formato guitarra y voz, sus canciones me hicieron mierda y después del recital, junté miedos para saludarla y regalarle el último número de la revista. Rosario leyó mi torpeza corporal, se rió y me tranquilizó hablándome. Volví a casa caminando y bocetando el futuro texto y, cuando estuvo listo, le pedí a un amigo su correo. Le escribí para decirle que había escrito una pequeña crónica de su show y si quería que se la enviase. Me contestó pasándome su dirección y código postal, le agradecí y la charla quedó ahí: me dio vergüenza, me sentí tonto y no hablamos más.

El lunes me quedé pensando en todo eso y en lo imbécil que fui de no enviarle el fanzine (quién sabe, hasta podríamos haber sido amigos: las posibilidades que la cabeza genera ante algo así son infinitas). Volví a leer el texto y sí, chorrea ñoñez, pero fue un texto de un momento y listo: una situación en que otra persona que no conocía y tuve frente a mí me conmovió y luego me habló. Qué inexplicable "ese momento", cuando alguien te toca y se va y la tristeza que te genera esa pérdida, por más que su compañía no fuese cercana.

Pero bueno. Ni vos ni yo somos los mismos. ¿Crecimos, no?

Buen viaje, linda.

Te comparto hoy sí, lo que escribí después de aquel momento.

La Juglar IndieGente

 

Siempre pensé que la curiosidad es el motor impulsor de las mayores sorpresas que puede llevarse una persona. Nuevamente, las andanzas por las calles de la vida me llevaron a comprobar dicha teoría.

Nos dirigimos con una amiga-hermana (de esas que pertenecen a la categoría de “hermana que no tuviste pero que cumple el mismo rol”) hacia el recital de Rosario Bléfari. La moza arribaba por vez primera a San Juan, y nos embarcamos a disfrutar el regalo que nos traía esa pequeña ventisca marplatense en aquel mítico espacio caníbal (que requiere párrafos y párrafos para su alabanza).

El show abrió de la mano de Gabriel Dávila, un nómada que asevera la idea de que “nadie es profeta en su tierra”, y que ama volver a sus raíces siempre que la oportunidad lo permite: músico caminante de acordes y ciudades.

Luego de este humilde y sencillo acto, salió a la pista la muchacha. Una señorita que cautiva la atención de todos los presentes con un manojo de encantos: ser una joven eterna, guitarrista excepcional, con una voz llena de notas que endulzan todos los sentidos sin empalagarlos y dotada de un manejo innato del escenario. Mezclando acordes folks y punks con letras que acarician (y a veces golpean) las fibras íntimas de cada oyente, se tomaba la labor de observar a todos los presentes, narrar previamente sus canciones y hacer participar al público a través de los comentarios y chistes.

Era su inaugural visita y con su machete de canciones y de nombres de los organizadores (además de llevar en su nota y en su paladar el recuerdo de un buen vino sanjuanino), logró hacer sentir partícipes a todos. Además, el plus de su filosofía de manejarse en la independencia y salir victoriosa de esa pelea diaria, le brindaba a toda la jornada un velo de hechicería.

Tuve la oportunidad de felicitar a la ex Suárez por su gran labor y de obsequiarle el número anterior del fanzine, para que en sus viajes por todo el territorio se llevara un pedazo de San Juan. Su simpatía, entretanto, logró quebrar mis miedos a hablarle y me hizo entrar de inmediato en su frecuencia. Los espíritus libres son admirables.

Porque la música entra claramente en la definición literal de acto chamánico: la acción que se ejerce sobre un individuo para que éste entre en un estado particular de consciencia y abra su campo de percepción.  “La Bléfari”, como bruja que es, tiene ese don ancestral. Y bien que sabe explotarlo.