"Mocasines. Una memoria peronista": el nuevo libro de Jorge Giles

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"Mocasines. Una memoria peronista": el nuevo libro de Jorge Giles

15 Marzo 2020

Por Adrián Dubinsky

 

 

 

AGENCIA PACO URONDO: El libro lleva un título que para muchos está colmado de guiños. ¿Por qué ese título? 

Jorge Giles: El libro tuvo, al menos, tres títulos posibles. El último fue este. El primero era “Los mocasines de la memoria”. Luego me gustaba “Un cielo lleno de memoria”; y eso tiene una explicación: cuando uno está preso muchos años, extraña el cielo, y te conmovés cuando por alguna razón pasás por algún lugar y hay un pedazo de cielo a la vista. Haberle puesto el título actual expresa mejor una idea. Los mocasines son los mocasines de una generación. Nosotros, cuando nos enganchamos con Néstor y vino toda una mención épica a los mocasines, en realidad era un guiño de Néstor a toda una generación, la generación diezmada. Es un símbolo de una generación que dejó su marca en muchas cosas, pero también en las pequeñas cosas. Nosotros usábamos mocasines, era muy raro no andar con mocasines. Recuerdo que nuestros compañeros recomendaban usar zapatos acordonados, porque en determinada actividad si había que salir rajando no podíamos correr el riesgo de que se saliera el calzado.

APU: El libro tiene un tono de evocación que va y viene del pasado al presente y se detiene en discusiones que desde afuera se vienen teniendo hace mucho tiempo, por ejemplo, la dicotomía entre militante del llano y la dirigencia. Por otro lado, se lee una autocrítica sin renegar del lugar del militante responsable y las reivindicaciones de lo que sí crees que estaba bien. ¿Cómo se vive ese proceso de autocrítica a la organización y cuándo comienza?

JG: Cuando me puse a escribir se ordenaron mejor las ideas que ya tenía desde hace muchísimos años. En los últimos dos o tres años de nuestra cárcel, se acentuó mucho la definición de los presos políticos, particularmente los peronistas que estuvimos relacionados con la gloriosa JP y la organización Montoneros. Había posturas distintas y todas eran legítimas. Yo era el responsable político y en las reflexiones con los compañeros siempre partíamos de la base de que desde allí, encerrados, no podíamos definir nada. Porque para definir política vos tenés que tener una masa, como un panadero, y esa masa estaba afuera. No nos cortemos las venas pensando en que tal postura es la correcta y tal no. Yo era absolutamente crítico con algunas cosas por esa memoria de pueblo que tenía, ya que yo provenía de una familia peronista muy piola. Esa dicotomía de la que hablás se creó con bases ciertas. Hubo quienes dieron fundamentos para que se piense así. Hay relatos escandalosos de algunos personajes que vivían en el exterior, de jefes que se fueron, y hay relatos muy dolorosos. Acá había compañeros que se morían de hambre, tomando un tren en Consti ida y vuelta para poder dormir en los trayectos. Pero también hubo jefes y militantes que murieron heroicamente. Poner el eje en esa dicotomía no ayuda a crecer. La mirada autocrítica no debe ser para regodeo ni para una bajada de línea, sino para que no se corte el hilo de la historia, como enseñaba Walsh o el gordo Cooke.

 

APU: El libro tiene una mirada en retrospectiva, pero también una mirada lúcida sobre la actualidad. ¿Cómo ves al trasvasamiento generacional? ¿Crees que se aprendió del pasado?

JG: Creo que hay avances y hay estancamientos. Cuando los pibes (y algunos no tan pibes) deciden caminar todos los 24 de marzo desde la Ex ESMA hasta Plaza de Mayo, con la consigna “Nosotros caminamos ahora por que otros caminaron antes”, eso es un hallazgo. Algo tan simple con un contenido tan potente. La forma de reivindicar la memoria de aquella generación tiene un sesgo mítico; y eso es un legado de Néstor y Cristina. En el hecho de que gran parte de las organizaciones del campo popular hagan una reivindicación de los 30000 y la memoria histórica que dejó nuestra generación hay un gran aprendizaje; y eso no siempre sucedió con la memoria de nuestro pueblo; sucedía quizás, como una cosa más literal que había que ponerla, pero sin la conciencia de ese tiempo. 

Dicho esto, cuando me refiero al estancamiento, me refiero a algunas conductas, a algunos modos de hacer política que tienen poco que ver con nuestra generación. Habría que ser un imbécil para creer que ahora hay que hacer lo que hicimos en aquel tiempo; porque además nosotros somos una generación que perdió. Si hubiéramos hecho todo perfecto nosotros hubiéramos seguido existiendo, hubiéramos tomado el poder, hubiéramos construido otro país, y eso no sucedió. Me quiero referir, sobre todo, al desprendimiento que tenemos que tener a la hora de hacer política. Si yo me acerco, me emociono y trato de transmitir algo a las nuevas camadas es que la política es una política junto al pueblo, viviendo como el pueblo, viviendo con el pueblo. Fuera de eso es todo una mierda. Fuera de eso son gerentes de la política, son ceos de la política, son empleados calificados de la política, son operadores políticos. Hoy veo una militancia que se debate entre esas dos aguas, donde a veces el rol del operador puede más que el del militante, y eso es una advertencia, para nada una crítica furiosa. De todas maneras, sí estoy convencido que esta generación es la mejor de la post-dictadura y la que va a construir un nuevo país. Cómo, lo harán ellos, cuándo, lo verán ellos, con qué aciertos, lo harán ellos, con qué errores, lo harán ellos. La crítica mía es siempre la crítica del hermano mayor, abrazándolos. Diciéndoles: mirá que creo que es por acá, no por allá, salí más de la oficina, caminá más. Pero les hablo como hablo con mis hijos, con mis amigos, creyendo que esta generación es a la que apostamos, que ya está construyendo el nuevo país que soñaron nuestros compañeros. Fijate la madurez que tiene esta generación. Estos pibes aprendieron que tienen que convivir con los malos, que eso es una contingencia de la política y no por ello rinden sus convicciones; siguen con la bandera de Néstor, de Cristina, y eso es experiencia histórica, eso es capital histórico. Saben que no tienen que meter contradicciones donde no las tiene que haber. 

APU: Otro rasgo positivo del tono del libro, es el humor. Todo el tiempo se está a punto de ver aparecer ese rasgo, pero no se hace abuso y queda reservado para determinados momentos. ¿Cómo se concilia el humor con el horror?

JG: Nosotros nos reíamos mucho, a pesar de todo. Nosotros éramos enteramente peronistas y eso significa que somos muy duros cuando nos ponemos a criticarnos a nosotros mismos o al mismo Perón, pero guay de que venga alguien de afuera a meterse con el general. Con el humor pasaba lo mismo. Nosotros nos reíamos de nosotros, era lo que nos permitía sobrevivir; pero la risa, en ese contexto tan límite que es el de estar preso, no es solamente un punto de fuga, sino un punto de encuentro con la humanidad. La lucha es esa: que no te deshumanicen. 

A veces la gente piensa que la cárcel de la dictadura era como una película donde los presos se pelean entre sí y los guardias miran desde afuera, pero no fue así. La cárcel de la dictadura, con los presos políticos, fue una cárcel de hostigamiento continuo. Con ese suplicio constante buscaban quebrarte. Cuando ya te habían blanqueado, pasados los años 76 y 77, los años de las masacres, implementan la Ley de Fuga, que no era otra cosa que una norma para legalizar el fusilamiento sumario, y pasan Margarita Belén, Palomita en Salta, etc. Pasado ese momento, la dictadura decide que a los que quedábamos vivos había que triturarlos; que una vez que saliéramos, quedáramos transformados en tipos pasivos. No es que solo eran malos, sino que había un plan sistemático para aniquilar política, cultural y anímicamente a una generación que luchaba. Por ejemplo, el hecho de que no te dejaran estar parado en la celda, para que estés veinticuatro horas acostado y te coma la cama. Pasaban a cada rato mirando que cumplieras la norma, y si no era así, paliza, buzones, tortura… Otra de las perversidades para quebrarte fue, por ejemplo, que un día habilitaron tomar mate. ¡No sabés la alegría que teníamos! Las familias fueron corriendo a comprar todo, vinieron a la visita a traer el equipo de mate. Obviamente ni bien aparecieron los equipos, los compañeros salieron de las celdas con el flamante mate, y automáticamente aparecía la voz de un guardia diciendo “qué está haciendo, venga para acá. ¿No sabe que no se puede compartir el mate? El mate es para cada uno de ustedes, para consumir individualmente. ¡Diez días de calabozo!”. 

Algunos compañeros que eran psicólogos o psiquiatras hacían una lectura más profesional; nos decodificaban su accionar. Ellos decían que ese accionar estaba pensado para romper la estructura solidaria que teníamos. Nosotros somos solidarios, nosotros llegamos a la política por la solidaridad, por la empatía, por el amor al pueblo. Nosotros compartimos. Y eso es lo que querían romper. Si logran hacerlo, sonaste; rompieron tu estructura personal, pasás a ser otro. Por eso, volviendo al punto inicial, yo creo que el humor se inscribe en eso. No era como decir, che, vamos a reírnos que estamos mal. No. Era estar rescatando permanentemente nuestra condición humana. 

 

APU: El libro está cargado de arte, de poesía. También el arte tenía un lugar preponderante en ese mismo sentido. ¿Cómo lo vivían y cuáles eran los filos por los que se deslizaban?

JG: El arte es un rasgo de humanidad que nosotros lo teníamos como salvífico. Nosotros hacíamos peñas a escondidas. Pero también, no hay que olvidar, el arte remueve sensaciones y sentimientos. Te cuento una anécdota: estábamos en el pabellón 1 de la cárcel de Resistencia, en donde estaba la conducción de montoneros en el penal y era el lugar de los considerados irrecuperables. Hacíamos carpa (se ponían un grupo de compañeros de espaldas a donde estaba el guardia), y allí, en silencio, interpretábamos obras de teatro con guiones nuestros, cantábamos en voz baja, casi en susurros. Uno de los compañeros había inventado una manera de representación que consistía en jugar a que hablábamos por teléfono con alguien muy querido. Obviamente que no había teléfonos a disposición en aquellos días en el penal. Entonces, cada uno que hablaba, hacía toda la mímica de marcar un número en el viejo teléfono a disco y se ponía a hablar. Generalmente era interpelado en tono de chanza por los compañeros: che, preguntale tal cosa, o decile tal otra… Un día convencimos a un compañero muy peronista que era reacio a esos juegos, ya sea por timidez o por dureza… El hombre finalmente se decide y dice que va a hablar con la mamá. Le iba contando cosas, le decía que aún estaba en cana, que estaba bien, y se notaba en las pausas que hacía, que en su cabeza iba reproduciendo la charla con su vieja. En un determinado momento, hace una pausa y comienza con un llanto desconsolador y decía: “vieja, no. No me podés decir esto”. El hombre se estaba enterando de la muerte de su padre por ese teléfono invisible. Ese hombre duro, pisando los cuarenta, lloraba como un bebé. Allí nos dimos cuentas de lo peligroso que podía ser ese juego. No obstante, el arte siguió presente en otras modalidades menos peligrosas.

 

APU: Usted habla de los diferentes tipos de quebrados, pero le tocó vivir en carne propia la traición de una compañera que además de militante de la organización era su compañera afectiva. ¿Qué pesó más en ese momento?

JG: Si bien la organización tenía rasgos machistas, como toda la sociedad, yo reivindico que había muchas compañeras que eran jefas. Y la jefa, era jefa en todo sentido, la que definía la orgánica, distribuía tareas, etc. Eran muy criticados aquellos compañeros que tenían rasgos machistas a la hora de enfrentar los quehaceres domésticos. A mi no me pesaba la conducción de la mujer. Sí me costó, refiriéndome al caso puntual que nombrás, la traición entre compañeros, la negación del juramento. Entre esa persona y yo se había establecido la libertad de que ella se salvase dentro de los límites posibles. Yo no juzgo, no soy juez, pero sí expreso un sentimiento en la que denosto que una persona se haya presentado en un juicio a declarar a favor de los milicos. Eso escapa al quiebre de una persona. En ese caso, hay alguien que se vació de lo que era, y se transformó en otra cosa. 

Luego, había otros compañeros que se quebraron y que yo habría hecho lo posible para que se salvaran. Yo abrazaría al Negro Guerra. Si yo hubiera podido le hubiera dicho que no se suicidara, que aguantara un poco, en ese minuto fatal lo haría con total convicción. Él había dicho cosas que no debía, pero, de todas formas, lo hubiera salvado si hubiera podido. Yo tengo una mirada compleja sobre el tema. Porque nosotros tenemos que reivindicar los que se bancaron la tortura sin claudicar, aquellos que murieron, los que se agarraron a alguna cosa para bancar el tormento. Hay una tendencia posmoderna, post-dictadura, de decir que somos todos iguales. Y no. No somos todos iguales. Ojalá que nunca pase nada semejante, ni siquiera parecido, pero si llegara a pasar algo similar, yo querría que mis hijos, vos, recuerden a esos compañeros, no a los que se quebraron. 

APU: En un determinado momento, cuando ustedes estaban en cana, se da la Guerra de Malvinas y usted la menciona como una causa “secuestrada” por la dictadura. ¿Existió alguna otra causa nacional secuestrada?

JG: No. Yo te diría la única causa con la que se metieron de lleno. En lo demás, en nada. Los compañeros de la izquierda no se sintieron interpelados, lo veían como una maniobra de la dictadura. Con nosotros pasaba algo diferente. Queríamos ponernos a disposición. Es un mito que todos hayamos recibido instrucciones de afuera. No había ningún tipo de instrucción. Estaban rotas todas las cadenas de mando y era nuestra propia lectura política la que nos llevó a acercarnos a decir que estábamos a disposición, pero no nos aceptaron ni para dar sangre. Era una causa nuestra. Nosotros, durante la Resistencia, escribíamos Las Malvinas son argentinas como gesto de rebeldía: era contra el inglés, el pirata, el imperialismo y la oligarquía que apoyaba a los foráneos. Luego de eso, no había ningún punto de encuentro.

 

APU: Con la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia hay un viraje en la mirada sobre una generación militante, que pasa de víctima a protagonista con capacidad de gestión del país por el cual lucharon. ¿Cómo viviste esa transición?

JG: Cuando salgo en libertad tengo ofrecimientos por parte de organismos de Derechos Humanos, particularmente del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos, solidario si los hay, y no siempre ponderado como merece; la iglesia metodista no tenía nada que ver con la iglesia evangelista proBolsonaro de hoy. Enrique Pochat oficiaba como coordinador y se habían establecido cooperativas de trabajo. Yo rechazo la posibilidad de incorporarme a esas cooperativas. Yo tenía que volver a encontrar mi condición de laburante, de tipo de pueblo. Entonces comencé a ser vendedor de artículos de gastronomía, puerta a puerta por el interior, y mientras tanto aceleré el tema de mi título de magisterio y de derecho, cuyos papeles y acreditaciones ya no existían.

Yo quería llegar a mostrarme como un tipo común, no vivir como si solo fuera un expreso político. Ese camino se corona con Néstor, que nos saca a todos de ese lugar, ya no como sobrevivientes, no como víctimas, sino como sujetos políticos de la historia. Durante muchos años no quise presentarme como preso político. Lo cierto es que yo era un expreso político y no negué esa condición cuando Alfonsín comenzó con los juicios. Hice tripa corazón y allí fui a declarar, a explicitar que lo de Margarita Belén no había sido una fuga sino una masacre. Yo me presenté en todos los juicios de lesa humanidad en los que me tocó declarar. No estoy en el lote de compañeros que se borraron -no los juzgo-, sino que siempre estuvimos, pero no me gustaba ni quería ser presentado en sociedad como preso político, no lo adquiría como identidad. Si me preguntaban socialmente, usted es expreso político, yo decía que no. Me daba pudor, como si uno sacara chapa. Tuve que empezar a escribir este libro, hace unos cuatro años, para que ese mismo proceso de escritura me brindase la posibilidad de incorporar esa faceta tan importante de mi identidad, en la que también era un expreso político. Con las primeras lágrimas de este libro comencé a asumir que no hay nada más presente en mi vida que lo que yo viví esos 8 años. Eso me marcó para siempre. Soy un preso político que camina.

 

APU: El final del libro, no lo vamos a botonear (qué es eso de spoilear), es un instante muy corto y lleno de reflexión ligada a la memoria y el afecto, pero también con un cierto dejo de aprendizaje hacia el futuro. ¿Qué rol le gustaría que venga a ocupar el libro?

JG: Uno tiene el cuero preparado como para que el libro, tal vez, lo lea poca gente, pero lo cierto es que quiero que lo lean millones de personas. Me moriría de tristeza si no circulara. Yo lo escribí pensando en mis pibes, en los pibes de esta generación, en que no sea una cosa nostálgica de mirar todo por el espejo retrovisor y estrolarnos contra lo que está pasando. Yo soy un militante de ahora. El día que me muera quiero que me agarre cantando la marchita, no estoy aislado de lo político, pero me sucede lo que le sucede a muchos compañeros. Tenemos el cuerpo hecho mierda; hay secuelas que no se borran. Sin embargo, mi cabeza sigue pensando con una vitalidad total. El libro sirve si el libro llega a millones de personas, si el libro queda solamente en la pecera de nuestras afectividades, no alcanzó las expectativas; tiene que conmover a muchas personas que han leído mucho más sobre la estigmatización que se hizo sobre nuestra generación, que lo que nosotros hicimos, lo que nosotros éramos. Nosotros éramos profundamente humanos. El libro no documenta en tal año tal cosa, en tal día tal otra. No. No trata de eso, trata de cantar, de tirar piedritas al agua y que hagan ondas…

Comunicado de la editorial. La presentación del 20 de marzo en el CCK del nuevo libro de Jorge Giles no se va a realizar debido a las medidas sanitarias que son de público conocimiento. MOCASINES se puede comprar hasta el 20 de marzo a precio especial con envío a domicilio o retirando por zona abasto. Y luego del 20 de marzo en librerías. https://bit.ly/2w3pE0V  

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