Mauricio Dayub y El equilibrista: una tensión poética que recrea la magia del teatro

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Mauricio Dayub y El equilibrista: una tensión poética que recrea la magia del teatro

30 Junio 2019

Fotos: Natalia Pasquino

Por Ezequiel Palacio

 

Mauricio Dayub es actor, director de teatro y dramaturgo. Ganador de múltiples premios teatrales a nivel nacional e internacional. Entre sus obras más premiadas se encuentra El amateur y El Batacazo. Lleva 9 años con el elenco de Toc-Toc a puro éxito en Av. Corrientes.

 

El equilibrista y la teatralidad

 

Agencia Paco Urondo: Vimos El Equilibrista, tu nueva obra. ¿Por qué elegís el arte para decir?

Mauricio Dayub: Es una pregunta que no sé si algún día me voy a poder responder.  Me he preguntado muchas veces por qué he tenido la vocación tan clara de ser actor. Salvo algunos hilos heredados de mi madre, que tuvo deseos, pero no pudo concretar nada, no encuentro. Y deseos cercanos, entre la danza y el canto, ni siquiera directamente actorales. Ella tenía una gran pasión por las estrellas de cine y por las películas de su juventud. Otras veces que me lo he preguntado, pienso mucho en mi abuela.

Mi abuela siempre graficaba todo lo que contaba. Como si te dijera que con el repasador de la cocina actuaba todo lo que tenía para explicarte: se lo ponía en la cabeza, en la mano, en la cintura o donde fuera y te iba explicando que había dicho tal primo o tío por el que yo le consultaba. O,  qué había pasado con ella, con el barrio. Ante cualquier pregunta ella respondía gráficamente con el cuerpo y usando lo que tenía a mano. Son las dos cosas más claras que he encontrado mirando hacia atrás, queriendo agradecer la vocación. Porque tener una vocación tan clara desde chico yo creo que es el 50% de  felicidad garantizada. Aunque sea una felicidad hasta dolorosa o dura, te diría con altibajos. Mientras uno hace lo que le gusta, el dolor duele menos. La angustia pesa menos.

Yo me recuerdo comiendo arroz blanco contra una pared, porque  tenía una repisa que hacía de mesa, de unos 25 centímetros de ancho hecha con una tabla, en una pensión de Santa Fe. Y pensando que iba a hacer teatro, había dibujado con lápiz en la pared un rio, un circo donde imaginaba que sería bárbaro trabajar. Dibujitos hechos con lápiz. Y no me resultaba feo. Era una piecita de 4x4. No me resultaba triste la pensión pobre, sin mucho brillo de nada. Porque mi motivación era ser actor.

 

APU: ¿Tenés familia de artistas?

MD: No. Mis hermanos y yo, todos hemos pasado en algún momento al teatro. El mayor, que es médico, que también tuvo una vocación muy clara por la medicina de chico, una vez recibido de medico intentó hacer algo. Otro de mis hermanos dio clases de teatro. Mi hermana tomaba clases con él. Otro llegó a escribir teatro, dirigir, actuar. Mi papa solía decirles a sus amigos: “yo no sé por qué, pero mis hijos se han ido degenerando todos hacia el teatro”.

 

APU: En el equilibrista el primer personaje, la figura del padre, critica mucho el arte.

MD: Sí, toma posición por un tipo de arte.

 

APU: ¿Cuánto hay de eso, de tu parte como observador?

MD: Yo lo tuve que hacer (criticar el arte), para hacer “El equilibrista”. Yo empecé tratando de definir qué era para mí el teatro antes de empezar a ensayar.Hace muchos años que digo que el teatro es la unión de un grupo de gente que intenta subir lo que siente al escenario. Con esa definición, logré hacer El Amateur, Adentro, El Batacazo. Desde que empecé hacer Toc-Toc y desde que mi teatro ya tenía más de diez años funcionando, veía muchos espectáculos. En este tiempo Argentina se convirtió en una de las tres potencias más grandes del mundo hablando teatralmente, Londres-París-Buenos Aires.

Yo empecé a definirme un poco más porque veía que el mercado del teatro se había ampliado tanto, se había abierto tanto, que yo me había obligado a tomar posición: “mi teatro, es este”. Porque sino, corría riesgo de mimetizarme con lo que dicen que hay hacer. Dicen que hay que hacer comedia, porque venimos de muchos años donde se dice que hay que hacer comedia porque la gente se quiere reír. La forma de hacer el teatro también fue cambiando mucho en relación a lo que a mí me gustaba del hacer teatro. Empezaron a subir al escenario todos los rubros.

Cuando yo empecé o mejor dicho, promediando mi formación actoral, empezaron a subir al escenario las modelos y eran muy criticadas. Después los galancitos, que también los criticaron y terminaron siendo los mejores actores que tenemos hoy. Después empezaron a subir al teatro los periodistas: Lanata tuvo una revista. Rial, Polino, la suya en Mar del Plata. Otros en Carlos Paz. Después subieron los psicólogos. Después todos los humoristas de radio. Hoy Felipe Pigna (historiador) y Darío Sztajnszrajber (filósofo), también tienen su espectáculo. Después los que contaban sus chistes en los asados empezaron a conformar el Stand Up. Se abrió paso la comedia musical, esa semillita que había puesta Pepito Cibrián, y abrió toda una brecha. El teatro se volvió algo muy muy amplio.

Yo definí esto para empezar a escribir El equilibrista: “si me lo dicen en el escenario, no es teatro. Si me lo muestran, no es teatro. Si me lo cuentan tampoco. Es teatro si me lo hacen imaginar”. Empecé a pergeñar los monólogos tratando de ver cómo los hacía en el escenario para no trasladarlos de forma directa, sino para trasladarlos aludiendo a través del cuerpo, la voz, instrumentos, objetos de utilería, escenografía, vestuario y también de magia y de poesía.

Tratar de utilizar todos esos recursos y que a cada espectador le llegue un equilibrista distinto. Que le llegue el equilibrista de su familia, que lo pueda imaginar. No imponerle el mío, sino a través del mío que pasen otras cosas. Creo, y esto me resuena muchísimo, que el objetivo se logró porque el espectador lo hizo propio. Estaba seguro que nadie se iba a duchar y venir al teatro un martes si yo actuaba bien cuatro personajes ¿Quien va a querer comprobar eso?

 

La vida no es tan real como parece

 

APU: El equilibrista es una historia familiar. ¿Qué vinculo tenés con la muerte?

MD: Te diría que pienso mucho en la muerte. Y la pienso como disparador de cómo tengo que vivir. Una conciencia diaria, enorme. La finitud de la vida. La fragilidad de la vida. Con el equívoco de la vida.

En un momento digo en El equilibrista: “la vida no es tan real como parece”. Todos vivimos creyendo que todo lo que nos dijeron o se instaló, es real. Y en realidad es solo una construcción. Uno se adapta a eso. Llega un momento en que te preguntás “¿Qué es verdad, lo que yo siento o lo que ocurre?” Y a mí me ha pasado muchas veces que es más verdad lo que yo siento que lo que ocurre. Esas cosas me hacen pensar en la muerte. Por eso también me cuesta explicar en entrevistas más convencionales, que hablar de estos temas fuertes como habla El equilibrista, también puede hacerse de manera divertida o entretenida.

Cuando las entrevistas son más tradicionales, me cuesta decir que El equilibrista habla de la finitud de la vida y de lo que nos legan los mayores. Lo que parecería es que es una conferencia sobre el aburrimiento, ¿no? Y nadie siente que emocionarse es triste, ni que llorar es feo. La gente sale del teatro y me agradece. Nos viene haciendo falta un poco de otra verdad. No pongamos más banderines y lucecitas de colores porque no podemos seguir creyendo que la vida sea esto.

 

APU: Me interesa la cuestión de la muerte. ¿Si nos vamos a morir, entonces qué sentido tiene todo lo que hacemos?

MD: Y el cómo lo hacemos. Cómo estamos antes de morir, creo que ese es el gran sentido. Eso es lo que me dispara a mí a pensar en la muerte. No me dispara algo triste, me espeja cómo tengo que vivir. Cada vez que estoy perdiendo el tiempo enojado o protestando, si no es por construir algo, trato de parar rápidamente. No quiere decir que no hay que vivir enojado o protestando. Para lograr lo que uno quiere hay que protestar y enojarse también. Pero cuando es para lograr cambiar cosas que no se pueden o contra el sistema o contra la construcción irreal que nos venden como verdadera… trato de salir rápidamente.

 

APU: ¿Y cómo hacés para salir?

MD: La claridad de lo corto de este viaje, quizás por la edad que tengo, siempre tuve conciencia, pero… extraño mucho los 20. De los 20 a los 30 años no existía esta posibilidad de conciencia. Yo salía con tres o cuatro amigos y nos sentíamos Al Pacino, el otro Brando, De Niro y a las 2 de la mañana en Buenos Aires, te aseguro que era posible que nosotros nos sintiéramos con esa autoestima. Estábamos seguros de que íbamos a hacer eso. No sentíamos que la vida es corta. No había razones para perder el tiempo. Y perder el tiempo era algo que estaba bueno y nos hacía felices. Hoy ya no me pasa. Tengo un grado de conciencia que digo “qué lástima que no logro eso”.

La felicidad que tengo sé que es de este momento. Y qué bueno que la tengo. Porque no voy a tener más posibilidades. Hago números con mi edad y la edad de mi hijo… cuando él tenga tal edad yo voy a tener tal otra. Como si te dijera tengo los años contados. Inevitablemente. Lo vivo a diario. También es verdad que yo fui papá a los 53 años, es inevitable hacer ese cálculo. Es la que elegí también yo. Postergué mucho por mi vocación el hecho de ser padre, de la familia. Yo sentía que no me faltaba nada. Que estaba feliz como estaba. El día me era corto. Entre lo que escribía, el teatro que programaba. Por supuesto, cuando nació mi hijo me di cuenta de que me faltaba lo principal, pero hasta ese momento no lo viví así.

 

APU: Esta fantasía del mundo del arte, de la bohemia, es contradictoria al hecho del mandato de la familia establecida. ¿Cómo lo vivís a eso?

MD: Yo dos o tres veces por semana digo “Alcón vivía solos, Alcón vivía solo” (Alfredo Alcón), ¡y mi mujer me dice “bastaaa… bastaaa!” (risas) Un amigo de la infancia que vive en Ibiza me dijo, cuando yo decidí tener una familia, “pensalo mucho, ¿estás seguro? Una familia y ser artista es algo duro”.

 

APU: ¿Y cómo te ves en ese rol?

MD: Y siento que no nací con la alquimia exacta para eso. Me esfuerzo. Hago para… Si vos me dejas, yo estoy las 24 horas pensando en teatro, en ficciones. No me alcanzan las horas para desarrollar esas ideas. Tengo papelitos y carpetas y cuadernos por todos lados con cosas que en algún momento van a decir algo más. Cada vez que mi mujer me dice vayámonos de vacaciones yo no sé cómo hacer “No, por favor, quedémonos acá de vacaciones… yo todavía estoy pensando en algo”. Pero todo esto es una ilusión. Yo duermo poco, como digo en El equilibrista, me cuesta mucho dormir. A la noche me levanto, anoto cosas. Vuelvo a la cama. Al rato otra vez. Es una forma de vivir.

 

El espíritu amateur

 

APU: Pompeyo Audivert tiene esta idea del “piedrazo en el espejo” para confrontar o romper la realidad. ¿Vos con tu teatro buscas también romper la realidad?

MD: Toda obra escrita revela una convicción. Todos escribimos para desmitificar algo. Cuando uno se da cuenta que esta para escribir una obra es porque tiene claro qué es lo que quiere desmitificar. Después empieza a construir como llegar a eso. Pero lo primero que tiene en claro es que es lo que quiere desmitificar. La primera obra que escribí fue El Amateur. Y estaba necesitando decir algo. Iba por la calle, llevaba fotos, curriculums. Veía y sentía un desprecio en los demás. El afuera no me tiene en cuenta para nada. Si yo a la vida no la sorprendo a mí la vida no me va a sorprender con nada.

Escribí El Amateur, que es la historia de alguien que quería ser único en el mundo. Alguien que no tenía, aparentemente, ninguna condición. Y creo que el shock emocional que le produjo a la gente estuvo en descubrir su propio prejuicio, frente a un personaje al que veían y no daban dos pesos por él. Tenía claro que debía llamar la atención de alguna manera. No soy rubio, no soy lindo, ni alto, no tengo plata, no soy de Buenos Aires, no hablo inglés, pero tengo cosas para ofrecer: No me miren así. Y era esto lo que yo quería desmitificar con El Amateur.

 

APU: Y en este sentido ¿Qué busca desmitificar El equilibrista?

MD: El equilibrista… allí yo quise re-dignificar mi propia historia. Yo empecé a trabajar en el 79. Estamos en 2019. Son casi 40 años de laburo y búsqueda. Entre el 83 y el 93 me pelé el culo en Buenos Aires para vivir. Porque me costaba mucho. Y me empezó a pasar esto de sentir que si yo estaba o no estaba era lo mismo. En el 97 apareció El Amateur. Previo a eso hice una obra que se llamó El primero. Siempre cuento que iba por la calle Corrientes con el diario bajo el brazo, donde el crítico Luis Mazza había dicho que la obra renovaba los caminos del arte teatral. Y yo me sentía en la mía… era eso. Sentir que estaba en lo mío. Y este recorrido me hacía pensar en por qué yo hacía esto con tanta constancia y había tenido este derrotero.

Como si nuevamente tuviera que enfrentarme al mundo del teatro y poder decir yo soy este. Yo hago esto. Para cotejarlo con lo que había. Para cotejarlo con lo que dicen qué hay que hacer. Para cotejarlo con lo que piensan los demás de mí. Yo sigo sintiendo que el otro me mira sin mirarme adentro. No me ve. Hace poco me tuve que acercar a un productor para decirle “vos me estás viendo a mi o ves lo que vos crees que…” es una exigencia que tiene que ver con que ya no miramos más al otro. No nos importa más el otro.

Creemos que sabemos quién es el otro por un par de datos que tenemos de internet. O por lo que nos dijeron. No podemos relacionarnos así, pensando que el otro es otra cosa. Uno es una persona. Tenemos una esencia, una identidad, un sentir. Cuando ves que al hacerte a un costado el otro te sigue hablando como si nada, vos decís, este tipo no me está hablando a mí. Yo soy otra cosa. Nos pasa cada vez más seguido. Organizás con un amigo verte. Lo organizás con tiempo porque la vida cotidiana nos impide a veces juntarnos como antes. Cuando llega el día, se te va la primer media hora hablando de otros. ¿Viste lo que puso tal en Facebook? Sí, sí, y le respondió esto otro. Pagás la cuenta y ¿che, vos andás bien? ¿Todo bien? Hablamos para otro día encontrarnos ¿ehh?

Eso es un poco la construcción que tenemos y a la que todos nos sumamos. También es difícil vivir afuera de esto. Yo tuve que construirme un pueblito acá. Lo recorro en monopatín. Un pueblito que tiene unas 8 cuadras a la redonda. Pueblito de calles, lugares, bares, el teatro, mi casa, el estudio.Si lo pensás un poco más chico, es como vivir en un pueblito alejado. Bueno, pienso que eso te protege un poco de estas cosas que pasan. Te permiten no alejarte tanto de lo que uno es.

 

APU: Un poco lo anticipaste sin querer ¿cómo ves la realidad del teatro porteño?

MD: La veo como te contaba antes, muy heterogénea. Se hace teatro en gimnasios en horario cerrado. En piletas de natación en horario cerrado. Se hace teatro en talleres mecánicos. La mayoría de las familias hoy tienen a alguien que hace teatro. El teatro hoy es como el potrero. En todos los barrios hay una canchita donde podés jugar, bien, mal o regular pero jugás. El teatro empezó a ser lo mismo. Todos juegan. El tío, el papá. Y me gusta eso. Porque me tocó ser actor en una ciudad súper exigente. Porque de tanto que hay aparece de todo. Y la percepción de la gente también crece.

Para el tipo de teatro que mí me gusta, esta adulteración que fue sufriendo, lo empezó a alejar del teatro con el cual yo me formé y es el que siempre quise hacer; que es el teatro que compromete al actor en toda su dimensión: el actor que puede tocar un instrumento, hacer algo acrobático, que puede hablar, cantar, ser un poco clown. Ese actor tiene más posibilidades que aquel actor que sólo sabe hablar. Y también corría con esto de que como mi obra es unipersonal, yo quería romperle ese monumento que tiene la gente sobre el unipersonal, representado en un tipo que se sube al escenario y habla.  Eso no es así, pero la gente así lo cree…

 

APU: Me pasó viendo la obra en el momento que entra la abuela a escena… eso fue mágico. La abuela estaba representada sin estarlo.

MD: Sí, y eso paso así, tal cual sucede en esa escena. Cuando le fui a contar a mi abuela… le dije “te tengo que contar algo, dejarte unos regalos, pero con la condición de que hables con tu hermana”.

Ella se fue y volvió bien vestida, se había sacado la ropa con la que estaba cocinando. Volvió maquillada. Con el pelo bien peinado. Zapatos. Mi abuela siempre era el guiso, la feria, el olor a comidas ricas de abuela… y volvió hecha una señora de alta sociedad. Yo no tenía idea como llevar esto de la vida real al teatro. Lo bueno es que se lo conté al director (Cesar Brie) y él tuvo esa idea fabulosa. No sólo esa, tuvo muchísimas para que la puesta sea magnífica. Y ese gesto. Fue un encuentro extraordinario con él. Y se lo debo a Carolina Alfonso. Ella nos puso en contacto.

APU: Para terminar, me gustaría conocer tu mirada sobre la política argentina y la oleada del feminismo.

MD: Sí, son dos preguntas ineludibles. Yo creo que, por mi personalidad, porque soy muy controlador de todo, no puedo ser militante de la política. No entiendo como alguien tiene un cargo y este a su vez tiene a su cargo a otros… gente con responsabilidad. Digo esto, porque lo pienso desde la responsabilidad. Yo no podría tener nunca un negocio con sucursales y no estar presente en todos.

Puedo sintetizar que la política en Argentina ha evolucionado poco. Los ciudadanos tenemos más necesidades de las que la política nos puede abastecer. Y la política se ha enquistado mucho en la supervivencia de los que la llevan a cabo. Y eso ha hecho que el fin final de la política que es el bien común, sea lo que menos se practica.

Yo soy de la ideología que representa el bien común. Y es raro escuchar que no me importe si eso viene de un lado o de otro de la política. Y puedo recibir palos de todo tipo por esto. Dentro mío, no me importa mucho eso. No me importa de qué partidos se unan, si lo que van a implementar tiene que ver con el bien común y se mejoran las mayorías. Yo necesito que se mejore la mayoría. No hay mundo posible sino. Te entristece que la gente no tenga empleo. O no pueda estudiar. O no pueda simplemente desarrollar su deseo. O no pueda viajar. O esté enferma.

Si mi ideología política satisface eso, entonces eso es inferior a la idea de bien común. Tengo en claro a qué modelo adhiero más, por supuesto. Pero no podría poner las manos en el fuego por ningún partido. Hace muchos años que creo que la política en la argentina ha sido muy mesiánica, desde Perón para acá. Siempre pensamos que es uno el que va a resolver los problemas de todos, y eso es imposible. Llevamos más de 30 años de democracia y que uno solo la pilotee toda… el mundo se complejizó mucho para que la cabeza de un tipo nos resuelva la vida a todos. Pero no cambia ese formato. Me he interesado por el formato suizo. Yo creo que tiene más posibilidades algo así que algo basado en la figura personal de uno solo.

Tener repartida la responsabilidad, creo que se trata de eso. Yo estuve hace poco en esos países y vi cómo funcionan, cómo se organizan. Esto me da la sensación de que tienen razones por lo que funciona bien. Eso, hay razones. La nuestra no tiene razones. Dependemos del viento de cola. Siempre echando culpas a otros, responsabilizando a los demás. Y no es así. A mí una obra no me sale bien porque justo había mucho público en la sala. No es así. Tiene que haber motivos.

Y con el feminismo me pasa algo similar a lo que me pasa con la política, en el sentido de que el hecho de que sean actrices (por ejemplo, por nombrar un colectivo), las que trabajaron para darle voz y lugar a este tema, no hace más que evidenciar las falencias del Estado, de las instituciones, de la política, de las organizaciones que se tienen que dedicar a eso. Ha tenido más fuerza un grupo de actrices que instituciones que tienen años desarrollándose, ejerciendo políticas.

A mí me resulta genial lo que hicieron ellas (Colectivo de actrices), pero yo ya quisiera que haya “colectivos de albañiles, uno de abogados, otro de camareros” y que podamos buscarles salida a nuestros conflictos entre nosotros, entre las personas.Siempre pienso… en mi barrio yo sé todo. Quién es chorro, quién vende falopa, quién le pega a la mujer, quién viola. Se sabe. Cada uno lo sabe. Y deberíamos poder nosotros intervenir en esas soluciones. Con un poquito más de pensar en el otro y ocuparnos del otro. Todos podemos destinar un rato al bien común.

No hay mucho misterio en esto. Si todos nos involucramos podemos cambiar la realidad. En cambio, sí hay misterios porque nos mienten diciendo que los líos lo van a resolver otros.