La vieja que no votó en contra

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La vieja que no votó en contra

16 Junio 2019

Por Viviana Maestri, militante peronista y feminista

 

En el mes de agosto de 2018, Cristina Fernández de Kirchner como senadora votó a favor del Proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, y reclamó: “Tenemos que incorporar feminismo a nuestro Movimiento”. En noviembre de ese mismo año, en el Primer Foro Mundial de Pensamiento Crítico, organizado por CLACSO, una parte importante de su conferencia estuvo dedicada a la imperiosa necesidad de unirse frente a la agresión neoliberal. Asimismo expuso: “No puede haber una división entre los que rezan y los que no rezan. División que no es nacional y popular. Es un lujo que no nos podemos permitir. Porque en nuestro espacio hay muchos pañuelos verdes pero también hay pañuelos celestes. Tenemos que aprender a aceptar eso sin llevarlo a la relación de fuerzas”. En estas dos circunstancias, hubo numerosas y disímiles interpretaciones de sus palabras, que recogieron tanto aplausos como repudios. En muchas de las “fuerzas propias” el pedido de “tenemos que aprender a aceptar” que hay diferencias, sin que eso lleve a una división que merme dichas fuerzas, fue llamativamente interpretado como “no hablemos más de aborto, que eso divide”. El mecanismo por el que una parte de la militancia (y especialmente cuadros de cierto grado de responsabilidad) hizo del “tenemos que aprender” un pasaje al “no hablemos” ha resultado bastante misterioso para mí.

Intentando develar el misterio, ni bien llegó a mis manos –de manos muy queridas– el famoso libro, me aboqué a buscar cualquier referencia al tema, con secreta esperanza, pero con escasas expectativas: si no se “debía” hablar del tema, mucho menos lo iba a hacer ella en ese libro que era “devorado” por propios y ajenos. Pero tendría que haber recordado que es Cristina y que es muy raro que no supere siempre mis expectativas. Desde el segundo párrafo de la página 414 hasta el final de la página 416 me encontré con una clase magistral de varias cosas. Entre otras, de reflexión crítica, que sería algo que todes tendríamos que poner en práctica un poco más seguido. La cuestión es que a ese párrafo que señalo, Cristina llega haciendo referencia a su relación con el Papa Francisco, y es en ese marco –nada menos– en el que aborda este tema, luego de aclarar que no lo habló nunca con él. No dice “el aborto”, dice: “… un tema tan debatido y delicado como la interrupción voluntaria del embarazo o aborto legal, seguro y gratuito”. Elige mencionarlo legal y correctamente. Sí afirma haberlo tratado con los obispos Ojea Quintana y Carrara en ocasión de que la visitaran en su casa. Los detalles, como en casi todo su libro, no lo son: estos son obispos con un determinado perfil dentro de la institución Iglesia. Además, especifica: “visita” y “mi casa”. Hay ahí destacada una relación de cierta confianza. Probablemente la que –según relata–, le permitió decirles que “sí o sí” hay que sentirse interpelado, interrogarse. Ninguna expresión que pueda interpretarse como “dejemos este tema”. Entonces hace alusión a su posición personal de desacuerdo y a su experiencia de no haberlo practicado y, seguidamente, cuenta haberles planteado (a los obispos) y plantearse a sí misma, qué hubiera sucedido si su hija Florencia, soltera y embarazada, hubiera tomado la decisión de no continuar con el embarazo. Ella se contesta que no la hubiera dejado sola, “sin dudar la hubiera acompañado”. Esto nos demuestra cuál es su decisión: no hacer primar su posición y su experiencia a la hora de acompañar a una hija, a otra mujer. Algo así como: “lo que yo pienso y elijo hacer para mí, vale sólo para mí, pero no me condiciona cuando me necesitás, aunque pienses y hagas diferente”. Yo me quedo pensando: tantas charlas sobre sororidad para que Cristina lo explique en dos renglones.

Cristina dice que es muy “difícil modificar creencias o aceptar las razones del otro cuando no coinciden con la fe de cada uno”. Está hablando de “creencias” y de “fe”, que le dificultan a alguien aceptar “razones del otro”. Está diferenciando muy claramente dos formas de construir una convicción: hay convicciones basadas en la creencia, en la fe y hay convicciones construidas sobre el razonamiento. No las está jerarquizando, no está descalificando a ninguna: nos está advirtiendo sobre el obstáculo que implica intentar tratarlas como si fueran equivalentes discursivamente (a mi criterio, una de las dificultades claves en la comprensión de la problemática de la legalización del aborto). En el renglón siguiente escribe: “Creo en eso de la revolución de las hijas”. Cree y liga esta creencia con la que tiene respecto de la experiencia de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Explica la transformación que se produjo en esas mujeres a partir de la militancia de sus hijxs. Fueron ellxs quienes las hicieron “nacer” a la política y agrega: “Y esto, en cierto modo, también es así en la batalla feminista por la interrupción voluntaria y legal del embarazo: son las hijas y las nietas de los pañuelos blancos”. Una innegable valoración de la lucha feminista por la interrupción voluntaria (y legal, no olvida ese término) del embarazo. Asignando un parentesco simbólico entre pañuelos blancos y pañuelos verdes. Tal vez la definición más fuerte, en términos políticos, en el abordaje de este tema. Muestra no dejar de asombrarse con el símbolo “pañuelo” en nuestro país: “… Qué cosa las mujeres argentinas con los pañuelos…”. Frase que remata con un “¡Madre de Dios!”, típica cuando se quiere acentuar la exclamación: no es un “Ay, Dios!”, es la “Madre” de Dios, no habría “nadie” antes que ella. A lo que añade: “Los pañuelos blancos, los pañuelos verdes, las madres, las hijas, las nietas y … también los pañuelos celestes.” Esos puntos suspensivos que dicen: sí, esa posición también está. Es un también que incluye diferenciando. Que inevitablemente después de esos puntos suspensivos, ubica en una postura minoritaria. Es un “existe esto”, “esta es la cuestión”, y también “existe aquello otro”. Esta afirmación, y la interpretación semántica que hago de ella, está en consonancia con las posiciones mayoritarias y minoritarias que pueden escucharse en las bases militantes de las organizaciones que conforman el campo nacional y popular, como así también en la composición de las y los representantes legislativxs de dicho campo teniendo en cuenta su voto afirmativo al Proyecto –claramente mayoritario– en ambas Cámaras. Nada de lo que dice/escribe/ afirma o insinúa Cristina puede calificarse como falto de sustento (en argumentación o en hechos reales). Ni en este ni en otros temas. Más allá de acuerdos o desacuerdos. Cristina no habla –ni escribe– sin pensar en el efecto de la palabra. Su lógica argumentativa es en general implacable y no apta para la pereza intelectual.

Entiendo que, debido a la inclusión después del también de los pañuelos “celestes”, dice: “El del aborto es un tema complejo, muy complejo. No sé cómo va a terminar. Yo sostenía –y se los dije– que si se aprobaba en Diputados iba a haber un movimiento y una demanda social muy grandes. Dije también que la decisión política de la sociedad es una y que yo la iba a respetar”, luego cierra el párrafo con: “Además, las personas también cambian y eso hay que entenderlo” que deja abierto el análisis que hará en el siguiente párrafo en el que la persona más acusada de no hacer “autocrítica” y de no reconocer errores (y digámoslo: no sólo por lxs “gorilas”), se despacha con un “Yo antes era una persona que decía ‘no son feminista, soy femenina’ ¡Qué estupidez!¡Qué inmensa estupidez y lugar común!”. Reconoce en este tema su falta de inteligencia, su necedad, la ausencia de lógica y la simplificación del pensamiento al utilizar una expresión vaciada de contenido. Explica, generosamente, a quién le debe esta transformación en su mirada sobre el feminismo y digo “generosamente” porque no se atribuye lecturas teóricas y filosóficas (que no dudaría que ha realizado) ni encuentros con pensadoras feministas (que me consta que ha tenido). Lejos de adjudicarse el mérito en el inicio de su deconstrucción, le otorga el reconocimiento a su hija (como hicieron las Madres) y en general a las mujeres jóvenes, actuales y futuras, dice: “En realidad no fue sólo Florencia la que me hizo cambiar o tener otra mirada. Fueron también las pibas del secundario y mis nietas, Helenita y María Emilia, a quienes las imaginé doce años más tarde

Continúa con una caracterización del movimiento y la evolución del Ni Una Menos, caracterización que en mi opinión tiene algunos puntos y datos discutibles, para resaltar la del año pasado, destacando las edades de las manifestantes y lo que le sucedió a ella con eso: “En la de 2018 salieron las adolescentes de 13, 14 y 15 años. Eran decenas de miles que salían de los colegios, religiosos inclusive –porque les veías los uniformes– se sacaba la camisa y se ponían los pañuelos verdes. Acompañadas por sus compañeros de colegio. A mí me rompió la cabeza lo de esas pibas”. Entonces se proyectó a sus 80 años de edad (una “vieja”) y a sus nietas en cuarto y quinto año de la secundaria. Cuando esas futuras adolescentes fueran interrogadas por sus compañerxs acerca de cómo votó su abuela, y sus nietas respondieran: “esa vieja votó en contra”. En este momento, el texto se crispa, por primera vez desde que plantea el tema. Con signos de puntuación, reiteraciones, giros contundentes: “¡No, señor!... Eso no me lo voy a permitir. No, no, no, de ninguna manera. No estoy dispuesta a ser recordada mal por mis nietas. Definitivamente, no quiero.” Sin vacilaciones está admitiendo Cristina, en un todo coherente con su pronunciamiento como Senadora, que hay un “en contra” que no sólo contraría lo que piensan y reclaman cientos de miles de las jóvenes de hoy, como su hija, sino que sobre todo estará “mal” para las jóvenes mujeres en el futuro.

Ella, como buena peronista, nunca querrá ser recordada como “contrera”, como pueden ser recordadxs muchxs que en su momento votaron en contra de los derechos de las mujeres, y de las personas. Desde quienes votaron en contra del voto femenino, hasta quienes lo hicieron en contra del divorcio, del matrimonio igualitario, de la ley de educación sexual integral, de la ley de género autopercibido. Ese sector que –a diferencia de esta Cristina, a la que en el 2018 se le “rompió la cabeza” con la marea feminista- mezcla creencias personales (religiosas, morales ó de cualquier índole) con argumentos políticos. Ese sector que siempre llega tarde a la comprensión de que los Derechos, sólo otorgan derecho a quien tiene necesidad. Los Derechos nunca obligan. Porque nunca los sustenta el totalitarismo de pretender que todos piensen, vivan y sientan como quienes los sostienen. A lo que remata, Cristina, volviendo al inicio de su planteo: al Papa Francisco. Para dejar sentada otra definición política de la que debiéramos hacernos cargo de una vez: “Si bien, como dije, nunca hablé con Francisco sobre este tema, creo que son cuestiones doctrinarias de la Iglesia imposibles de acordar desde el dogma, pero que van a ser saldadas por la sociedad civil. No tengo ninguna duda.” Las “cuestiones doctrinarias de la Iglesia” son imposibles de ser acordadas desde el dogma. No hay acuerdo posible con el dogma, dice Cristina porque el dogma no se discute, no se interpela. No puede, por definición, “negociar” su contenido, acordando con diferentes o con opuestos. Es un dogma. De estas cosas, dice Cristina, de “saldarlas” (es decir, que no queden como deuda) se tiene que ocupar “la sociedad civil”. No la comunidad religiosa: la sociedad civil. Lo que dice Cristina es que eso va a suceder, respecto de lo cual no tiene “ninguna duda”. Yo tampoco tengo ninguna duda porque la historia demuestra que los pueblos, con avances y retrocesos, a veces mediante impactantes acontecimientos que construyen, y en otros momentos silenciosamente, siempre caminan avanzando en la conquista de más derechos para mayor cantidad de personas. Por lo tanto, no puedo tener dudas porque el Movimiento Peronista, como la sociedad toda, ha sido interpelado por el movimiento feminista. Un movimiento que no es moda, que no apareció en 2015 (porque tiene tanto tiempo de luchas como la patria misma), pero que sí a partir de ese año se hizo masivo y lo trastocó todo.

Yo no tengo dudas porque en la construcción del feminismo nacional y popular que estamos logrando cotidianamente con todes en las bases de nuestras organizaciones, aprendemos (como nos pide Cristina) a aceptar que “también” hay compañeres a quienes todavía no hemos podido transmitir con claridad la diferencia -que también ella plantea- entre el dogma (indiscutible y respetable) y el basamento político de la sociedad civil. Pero no es que aprendemos a aceptarlo resignadamente (porque la resignación tampoco es política), aprendemos formándonos, leyendo, encontrándonos, debatiendo para siempre persuadir,siempre construir mayorías. Siempre dando el debate. Nunca rehusándonos a complejizar. Siempre esquivando y cuestionando la estupidez (como hace Cristina), y no puedo tener dudas cuando mi líder y conductora, mujer profundamente religiosa, portadora de valores familiares y sociales tradicionales, perteneciente a un movimiento tan históricamente atravesado por el patriarcado y el machismo como la mayoría social y etárea de la que forma parte, se deja “romper la cabeza” por las pibas y pibes de pañuelo verde, y por la pregunta que sus nietas adolescentes le harán en el futuro, cuando ella sea una vieja que no votó en contra.

No tengo dudas. Sinceramente.

*Texto escrito en lenguaje inclusivo por decisión de la autora.