La nostalgia de querer volver

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La nostalgia de querer volver

12 Mayo 2019

Por Francisco Hernández Piotti

 

 

Hola Lucía. ¿Cómo estás? Espero que bien. Seguro que bien. Bah, digo. Es de suponerse que por allá la cosa ande bien. Al menos eso se dice. No sé dónde, en la tele. En las anécdotas de los amigos que fueron. O eso se decía en la escuela, cuando la maestra te hablaba tanto de allá, probablemente atravesada por la nostalgia ancestral de querer volver a los pagos de los abuelos que vinieron en barco. No sé bien por qué te escribo, pero igual te escribo. Por las ganas de hablar, quizá. Por las ganas de sentirte un poco más cerca aunque te sienta tan lejos. O bueno, sí, en realidad sí sé por qué. Te cuento: me pidieron de Paco Urondo que escriba una opinión de cara a las elecciones del domingo. Y no sé qué escribir, ni idea, pero cómo podría hacerlo sin acordarme de vos. Si vos me enseñaste a pensar en eso. Vos me enseñaste en esas acaloradas jornadas de debate en la facu la importancia de yo qué sé, de las Asignaciones Universales, de ir a un aula a poner un voto en una urna así fuese para elegir "al menos pior". Pero cómo podría ponerme a escribir sobre esas cosas, si todavía me invade el vacío que me quedó cuando te fui a despedir al aeropuerto y te di ese beso entre lágrimas sabiendo que probablemente era el último. Que nunca más en mi vida daría un beso con tantas ganas y tanto amor y tanta tristeza y tanto todo. Porque no sé, porque no creo que vuelva a haber otro así con nadie. Menos con vos, ahora que veo tus fotos con el italiano ese, que lo quiero porque sé que te hace feliz, pero lo odio porque me da envidia no poder darte lo que te da él. Por no poder estar a su altura, ni por tener la tierra ni los conciudadanos adecuados para convencerte de que por qué mejor no te quedabas, por qué mejor no lo seguías intentando, si total qué. Morir nos vamos a morir igual. Pero bueno, Lucía, no me quiero poner filosófico. ¿De qué puedo hablar en ese texto? ¿Cómo puedo no sentirme medio tachero, medio oyente de Mario Pereyra, y gritar el típico "que se vayan todos"? ¿Son acaso los argumentos progres motivo suficiente para seguir apostando a que en este formato de mierda puede haber sanación? Qué puedo decir, más que "che, mirá el laburo que hicieron los Amos de la Verdad para instalarnos en la cabeza, en el corazón y en las vísceras la idea de que una salida posible puede ser votarlo a Schiaretti". Cómo puedo hablar de eso si la fórmula se repite una y otra vez, y los resultados son siempre los mismos. A qué punto tenemos que haber llegado como pueblo, como personas y como especie, te diría, para que eso nos parezca una alternativa viable. Decime cómo puedo hacer para seguir creyendo. Cómo no hago para vender todo, hasta mis órganos del cuerpo, para ahorrar para un pasaje e ir a buscarte, soñando con volver a escuchar tu risa ronca y sentir tu perfume de lavanda, pero con el gustito amargo en el fondo de saber que cuando elegiste dejar la mierda atrás yo también era parte de ella y que sería al pedo intentarlo. Me encantaría tener un botón para apretarlo y de repente estar en otro lado, con otra gente, que tenga un espíritu tan hondo que la lleve a amar incondicionalmente, a negarse a ser sometida, a conmoverse hasta las lágrimas por ver a sus vecinos sufrir. O un botón que cuando lo aprietes haga que se detenga todo, para poder quedar en pausa, así, suspendido, disfrutando del estar, perdiéndole el miedo a lo que me rodea. Sé que lo que digo no tiene sentido. Sé que por más fantasía que invente,  la Mole Moli va a seguir siendo referente de nuestra cultura. Sé que De Loredo aprendiéndose los presidentes de memoria a pesar de que se le hizo un bache cuando tenía que decir Galtieri, justo Galtieri, va a seguir siendo ejemplo de intelecto en esta Córdoba devastada. ¿Qué nos pasó, Lucía? Necesito escucharte. Una vez más, por lo menos. Que tu inteligencia, que tu intuición de mujer brava, me aconsejen qué escribir. Tirame data sobre la izquierda, así digo algo más preciso que afirmar que sigue siendo el mismo kiosco de siempre, con la estirpe universitaria discutiendo pequeñeces durante horas mientras los mismos de toda la vida se la siguen llevando en pala. Te extraño, Lucía. Yo no sé si me aferraba a la política para en el fondo aferrarme a vos. No sé si mis ilusiones solamente se trataban únicamente de una necesidad de amor. Tu ausencia no es más que la comprobación empírica de que me falta todo. Te digo más: hoy me quisieron entrar a robar. Un nene vino a pedirme ropa justo cuando me estaba yendo al trabajo. Por algún motivo lo hice pasar a casa, no sé, quise que se sintiera un par mío. Le di la ropa, me abrazó y se fue. Al rato me escribió una vecina avisándome que me quisieron romper la ventana. Y bueno, capaz soy un boludo, pero no lo culpo. No puedo culparlo. Para sobrevivir hay que hacer cosas. Cómo pedirle moral al que no tiene para pagar las tres cifras de la verdulería. No sé. No sé, Lucía, perdón por esto. ¿Y yo? Acá, bien, qué se yo. Encontrando en el teatro el motor para seguir. El viernes estrenamos. A la gorra, obvio. Si no la gente no viene. Pero lo seguimos intentando. En los momentos de tormenta, el arte es como un refugio. Aunque con el teatro no sé qué va a pasar. En Córdoba no sé cuánta vida útil le queda. Por suerte están los amigos. Siempre están los amigos. Cuando vaya a votar el domingo voy a votar por ellos. Voy a cerrar los ojos y pensar en qué le conviene al Lucho para salvar la empresa que tiene con el padre. O al Juli, que sigue soñando con vivir de la música. Pero en el fondo, Lucía, bien en el fondo, voy a votar por vos. Así algún día te dan ganas de volver. Mientras tanto yo voy a seguir acá, dándolo todo, tratando de ser mejor, haciendo el ritualito del té y los capítulos del Chavo cada vez que me acuerde.
Sé feliz, Lu. De verdad. Te abrazo hondo.