Karen Koch: “El poder se aprovecha de la fe ciega porque le permite maniobrar con comodidad”

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Karen Koch: “El poder se aprovecha de la fe ciega porque le permite maniobrar con comodidad”

21 Octubre 2018

Por Antonella Risso

 

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Agencia Paco Urondo: ¿Podrías definir el rol de los personajes?

Karen Koch: Los protagonistas de esta obra son tres sacerdotes espiritistas que gobiernan en triunvirato un país imaginario, secundados por Asmodeo y Astarté, que son a la vez sus guardias y sirvientes. Estos sacerdotes, además de gobernantes, son intérpretes de un poder oculto mayor, el del Gran Líder, al que siguen ciegamente y el que parece haberlos abandonado, puesto que no tenemos noticias de él a lo largo de toda la obra.

Estos tres sacerdotes-gobernantes cumplen cada uno un rol estratégico de mando: el sabio e intelectual; el que administra la ley, la justicia, y las sentencias; y el tercer sacerdote es quien el economista, quien administra el tesoro y se encarga de la recaudación tributaria. Pero resulta que ninguno de los tres es lo que debiera ser. El sabio no es más que un ignorante disfrazado de intelectual, el juez es injusto y el economista, un inútil. El país afronta una profunda crisis que no pueden detener ni saben cómo abordar sin apelar a las directivas del Gran Líder, con quien se quieren comunicar, a través de una güija rota y mediante ritos. Su sacerdocio consiste en gobernar y administrar justicia según la fe en un Líder del que poco sabemos.

Grecia, una ama de casa, madre y esposa, cuya vida está confinada al hogar y al trabajo doméstico, es puesta en prisión por ellos. La inaudita aceptación inicial de su funesto destino, impuesto por el arbitrio de los sacerdotes revela el conformismo y la ingenuidad con que aceptamos algunas directrices, aun cuando nos lleven a la perdición. Pero a la aceptación inicial se super pondrá el interrogante.

 

APU: ¿Cómo surgió la idea original de la obra? ¿Qué te motivó a escribirla?

Karen Koch: La idea surgió cuando trabajaba en el estudio jurídico de mi padre y recorría los tribunales y otros organismos públicos. Comencé a dibujar una serie de personajes que estaban atrapados en una fila, de la misma manera que yo. Pero en esos primeros bocetos aparecieron otros personajes secundarios que me interesaron mucho más, por lo que deseché lo que venía escribiendo y empecé otra obra, que terminó siendo La rebelión de los ateos. Por otro lado, el contexto político, económico y social me dio bastante letra. A finales del 2001 empecé a trabajar este texto. Por aquella época, yo caminaba los pasillos de tribunales siguiendo los recursos de amparo presentados. Podrán imaginar la longitud de esas filas, esa era la magnitud de la realidad argentina representada en una cola de abogados que defendían los intereses de sus clientes y de los suyos propios. Y ahí estaba yo, observando el malestar, escuchando los golpes que los ahorristas y jubilados daban contra las persianas metálicas bajas de los bancos, en un contexto de desaliento y furia, de hambre y desocupación, de piquetes y represión, de deslegitimación de la política y de los políticos y de descreimiento generalizado. Y me puse a escribir. Todo era tan increíble que no pude más que escribir una sátira con elementos absurdos. Los acontecimientos del 2001 fueron verdaderamente una rebelión de ateos, en este sentido alegórico que tiene la obra.

En 2017, se sumó el encuentro con el equipo con el que llevamos adelante la puesta en escena y se sumaron los aportes y la imaginación de los actores, de la escenógrafa, la vestuarista y el iluminador. El montaje es la segunda “escritura” y esta es colectiva y este equipo no podría ser mejor, ha hecho de la obra un espectáculo dinámico, divertido, atractivo visualmente. Los actores son estupendos. Por otro lado, el diseño escenográfico le confiere a la obra un carácter de instalación que la enriquece, porque los materiales, las formas, los colores también interpelan al espectador, no son meros decorados, hay significado allí.

 

APU: ¿Cómo podés relacionarla con este contexto?

Karen Koch: Cuando comencé a trabajar en esta obra, no pretendí retratar ese devenir cotidiano particular de finales del 2001, sino reflexionar acerca de por qué estábamos donde estábamos y cuántas veces habíamos pasado ya por eso. La circularidad, en algunos aspectos de la historia argentina, se presentaba y se presenta también hoy, razón por la cual resulta tan actual su representación en 2018, tantos años después.

La rebelión de los ateos es una crítica al poder y a la sociedad que se le somete. Sus personajes pintan un tiempo en que hombres y mujeres agonizan tras las decisiones de quienes dirigen los destinos humanos, y se doblegan a sus líderes y a sus políticas como un hijo frente a su padre o como un fiel a su dios. Si bien la obra no está ubicada en un tiempo en particular, lo que plantea como tema cuadra a cualquier época: aceptar buenamente el endeudamiento o el tarifazo es un ejemplo de esto. He escuchado a más de uno creer, en un sentido mágico, cuasi religioso, en que padecer este ajuste va a significar “la luz al final del túnel”, como dijera nuestra vicepresidenta. Y el poder se aprovecha de esa fe ciega, porque le permite maniobrar con comodidad. Pero también están “los ateos”, los que no creen, los que se rebelan a las imposiciones arbitrarias y luchan por terminar con los abusos del poder. El riesgo es que “los ateos”, claro está que, en un sentido alegórico, no sean tales y que vayamos adorando distintos “dioses” a lo largo del tiempo. Me preocupa la lectura irracional, casi mítica de nuestra historia y de nuestra realidad, el fanatismo cuasi religioso que adora líderes en vez de analizar racionalmente, con espíritu crítico, el devenir de la historia y de nuestro presente. Esto no implica negar la existencia de las convicciones ni la admiración que podamos sentir por los protagonistas, pero esas convicciones y esa admiración deberá ser consecuencia del análisis crítico y no de la fascinación dogmática.

 

APU: ¿Qué mensaje quisieras destacar de la obra?

Karen Koch: Más que destacar un mensaje, me interesa que el espectador reconozca el discurso dominante y lo que esconde. Al tratarse de una obra que no se ubica en un lugar y tiempo realistas, el espectador hace su propia lectura y resignifica las palabras y las acciones que los personajes desarrollan, los elementos escenográficos y de utilería. Trae al presente la obra, irremediablemente, a su realidad. Se ríe y reflexiona. Aun siendo imaginario, el país de la obra no nos resulta extraño, como tampoco sus personajes y sus conflictos. El espectador podrá verlos y verse a sí mismo y a sus circunstancias como quien se observa y observa el mundo a través de un espejo cóncavo o convexo. Lo que verá es tan real como deforme. ¿Cuánto de una cosa y de la otra serán la verdad? ¿Cuánto de deformidad forma la realidad? ¿Qué fuerzas dirigen nuestro destino? ¿Se pueden identificar con claridad o son como el Gran Líder de la obra, una fuerza en la sombra, poderosa, oculta a tal punto que ni siquiera estamos seguros de su existencia, aunque la sintamos viva y activa? Espero que la obra desprenda interrogantes y que invite al espectador a reírse y a preguntar y preguntarse, a no quedarse en la pasividad. El espectáculo pretende de él un espectador activo, y no adormecido en la quietud del entretenimiento teatral. Deseamos que así sea. Amen.

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La rebelión de los ateos

Elenco: Eduardo Veliz, Juan Palacios, Darío Serantes, Lucía Sempértegui, Checho Castrillón y Jorge Landaco.

Diseño de escenografía y vestuario: Claudia Facciolo.

Diseño y puesta de luces: Julio López.

Dirección: Karen Koch

Domingos 19:00h El Estepario Teatro, Medrano 484.