House of Cards: la política como farsa

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House of Cards: la política como farsa

06 Marzo 2015

 

Por Santiago Asorey

El viernes 27 de febrero se estrenó la tercera temporada de la serie norteamericana de Netflix House of Cards, creada por Beau Willimon y protagonizada por Kevin Spacey y Robin Wright, en sus respectivos personajes representando al Presidente norteamericano Frank Underwood y a la primera dama, Claire Underwood. Los flamantes capítulos del thriller sobre la política norteamericana seguirán desarrollando la carrera del despiadado y cínico personaje de Frank Underwood, como cabeza de Estado.

House of Cards es un metalenguaje sobre la política norteamericana que funciona como una enorme operación ideológica que consiste en hacernos creer que la política norteamericana es el equivalente de la política en términos universales. Tomarla en particular, con sus crímenes, su crisis de representación, su sumisión a los conglomerados financieros e industriales y convertirla en una lectura universal de la política como fuente de corrupción. Es decir, la hegemonía norteamericana configura cómo se debe pensar la política en todas las culturas y latitudes.

La configuración del poder político es, en la serie, el estatuto de lo corrupto, lo amoral. Los políticos no responden a ningún pueblo organizado, sino a los intereses de corporaciones transnacionales. La política es un gran mercado en el que los congresistas no son más que instrumentos de las corporaciones. La "rosca " de Frank Underwood no tiene límites porque no tiene un eje ideológico. No responde a los intereses de ningún grupo social específico, ni a la clase trabajadora y sus sindicatos, ni a los intereses federales de una región, ni a un grupo religioso o ideológico.

Tampoco responde a la suma de todos los grupos sociales. Underwood solamente termina funcionando como un empleado contratado por las burguesías de la posmodernidad. Esto no lo hace por ideología, sino por utilidad, excepto que entendamos en el utilitarismo de Underwood el máximo grado de ideologización del capitalismo contemporáneo. La política se piensa en términos de una arquitectura de poder construida sobre un terreno sin cimientos. Es una arquitectura construida sobre el vacío.  No hay democracia, ni pueblo organizado que la sostenga; solo intereses de corporaciones financieras o industriales.

Lo que se denomina formalmente como “democracia liberal” en EEUU no es otra cosa que la farsa ideológica sobre la cual se sostiene la hegemonía del poder financiero, dominando todas las formaciones sociales bajo su ala política, cultural, económica, ideológica y religiosa. El capitalismo posmoderno funciona también como una gran religión global.

La verdadera cara ideológica de House of Cards es mostrar solo en parte a la política como instrumento de las corporaciones multinacionales, distrayendo y sacando del centro la sumisión de la política norteamericana al poder financiero.  Si bien ese elemento está en la serie marcado por la presencia de lobbistas, finalmente toda la perversión y toda la carga “moral” está puesta sobre el poder de Frank Underwood como el summum de lo que el poder político es en su esencia.

Es una forma de universalización del poder político como el verdadero mal. Se identifican aquí las relaciones de poder no según su verdadera correlación de fuerzas, sino a partir de su fetiche de espectáculo ya que la atracción narrativa es un congresista, no un hombre de Wall Street. En ultima instancia, lo que se ataca es al poder político para destruir las posibilidades emancipatorias de la política, ya no en EEUU -algo imposible por el dominio hegemónico del capital financiero- sino a nivel global.  La serie habla de la visión imperial de las corporaciones transnacionales norteamericanas, la que necesitan construir para que su hegemonía sea distraída a través de un chivo expiatorio. Esta clase de productos culturales responden a la necesidad ideológica del imperio de destruir las relaciones donde la política sí cumple funciones emancipatorias; ya sea el caso de los procesos latinoamericanos en los últimos diez años (Argentina, Venezuela, Bolivia, Brasil, Ecuador, etc) o el caso del flamante gobierno griego. Es un discurso que nace de la necesidad de destruir la arquitectura del poder cuando esa arquitectura representa al pueblo organizado y funciona en la ampliación de las bases que conforman la democracia a través de la incorporación de clases postergadas.

Si la atención se localiza en la política "corrupta", no se ven los intereses de las clases dominantes y el dominio absoluto de los conglomerados financieros.  Una pequeña anécdota se vuelve bastante ilustrativa de este punto al cual nos referimos. Se conoció a fines de enero un twitt de la cuenta del personaje Frank Underwood del programa House of Cards que intentó endigarle a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner las mismas cualidades mafiosas que se le conoce al personaje en la serie. En una operación delirante, imperialista, y al mismo tiempo posmoderna (por la invasión de la ficción a la realidad), queda en claro que en la visión de los EEUU la universalización de su cultura imperial es irrefutable.

 

En una conferencia extraordinaria pronunciada por Michel Foucault en Río de Janeiro en mayo de 1973, el filósofo francés habló sobre el mito que se instalaría tras la irrupción de Edipo en Occidente: “Occidente será dominado por el gran mito de que la verdad nunca pertenece al poder político, de que el poder político es ciego, de que el verdadero saber es el que se posee cuando se está en contacto con los dioses”.  House of Cards es la continuación de ese viejo mito que fracturó y condenó para siempre al poder político de su relación con el saber para asociarlo con el mal. Ese viejo mito que busca propagar la concepción del poder político ciego de Norteamérica subordinado al poder financiero a todas las regiones del globo donde este tenga intereses.