Exilios # 9: Compañeros

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Exilios # 9: Compañeros

10 Diciembre 2016

Por Alberto Szpunberg


– Lo siento, chicos, pero ya cerramos...

El estruendo de la persiana delante de nuestras narices fue la prueba más contundente. No sería en ese bar de Corrientes y Juan B. Justo donde la Negrita y yo terminaríamos de arreglar la asamblea del miércoles, y menos el país y mucho menos el mundo. "Pero está El Libertador", le propuse, el bar de Dorrego y Corrientes, frente a plaza Los Andes, toda cubierta de jacarandás.

– "A la sombra lila de los jacarandás"... – se me ocurrió, y fue como esa manera que la belleza tiene de levitar cuando empieza un poema... un poema, una historia de amor, una revolución.

Y tal cual: a la sombra lila de los jacarandás, nuestras manos se rozaron, pero lo primero es lo primero: "la asamblea del miércoles será decisiva", según la Negrita, y volvimos a la eterna discusión.

– A ver, compañero... ¿qué clase de revolución queremos?... ¿nacionalista? ¿nacional y popular? ¿nacional y popular y antiimperialista, anticolonialista, tercermundista, democrático-burguesa o directamente revolución socialista y punto? ¿Para qué perder el tiempo?

Yo la escuchaba, pero seamos sinceros: me cautivaba más su voz que sus palabras. ¿Nunca saldríamos de esa maraña de teorías y citas y planteos y conceptos y enfoques y dos o tres nuevas preguntas, para incurrir en cientos de infinitas y más laberínticas respuestas y más y más preguntas?

De pronto, mientras me apretaba la mano con complicidad, la voz de la Negrita se volvió apenas un susurro, y esperó a que el mozo, respetuoso de la intimidad de cada mesa, se alejase.

– ¿Por las urnas... –murmuró – o 5 x 1 no va a quedar ninguno? Porque así, dicho entre nosotros, es fácil, pero nunca la burguesía te regala nada, flaco... y menos el poder...

La Negrita estornudó y vi un refusilo en sus ojos, pero más me divertía esa gota sospechosa que bailoteaba en la punta de su nariz. Estaba resfriada. Por las dudas, como ella dijo después de citar al Che con voz gangosa, pagamos y salimos, pero ella volvió a insistir:

– Es que hay que definirse, compañero... ¿Este miércoles qué?

– ¿La Marchita o la Internacional? – me reí – Yo no sé ni la una ni la otra...

– ¡Qué zonzo que sos! – la Negrita volvió a bajar la voz y sentí la humedad de su nariz en mi mejilla, el apretón de su mano en mi brazo, la cercanía de sus labios, pero no me atreví a nada más que a una broma sin sentido...

– ¿En Radrágaz no sería todo más fácil, Nagrata?

– No me jodas, flaco...

Pero ella se echó a reír y, de pronto, en la mesa del bar donde finalmente habíamos recalado, en Serrano y Corrientes, se dibujó un haz luminoso, algo así como un aura dorada, una diadema. El sol empezaba a despedirse, y había decidido hacerlo sobre las greñas de la Negra. Por primera vez sentí que algo en mí ¬¬– "un poema... una historia de amor... una revolución"... –, algo en mí no quería que la Nagrata se fuera. Y le quedó "Nagrata" para siempre.

– Me voy volando... – me codeó la Negra, ahora Nagrata –, tengo reunión...

– ¿Quedamos para este domingo?

– ¡Sin falta! En Corrientes y Córdoba, tipo 8... – gesticuló desde la puerta y la vi irse al trote, apurada, ligerísima, como si el aire la llevase en sus manos. Alcancé a ver su pollera acampanada, alborotada por el viento, su curva sinuosa, sugerente. Ella volvió otra vez sobre sus pasos e insistió:

– ¡Tipo 8! ¡Acordate! ¡Este domingo..!

Me acuerdo muy bien y todavía me río: sí, ahí, exactamente ahí, nada menos que en Córdoba y Corrientes. ¿Era una clave? ¿Era una posta de recambio? Supongo que sí, sin duda, porque ahí, donde se cruzan las paralelas que nunca se cruzan, ahí donde se da cita el infinito, sólo ahí podríamos reencontrarnos...

– Si no, ¿dónde?

– Si no, ¿cuándo?

Después se desplomó el mundo, como la persiana aquella vez, y todo se volvió más duro, más cruel, más brutal.

Y es increíble, pero hoy en el bar sigue el mismo mozo, la misma persiana, las mismas mesas y sillas, aunque nada –"un poema... una historia de amor... una revolución..." –, nada es igual.

Ahora, dándole vueltas a lo que en este mismo instante se convierte en estas líneas, estoy de nuevo en el bar de Corrientes y Juan B. Justo. La última vez que la Negra y yo nos cruzamos fue en mayo del 77, en el Victoria, diagonal al Congreso, pero no eran épocas en que los cumpas se abrazaban por la calle. La Nagrata miró para un lado y yo para el otro. Al menos, ambos seguíamos en este mundo... este mismo mundo que, "a la sombra lila de los jacarandás", algún día cambiaremos.

– ¿Ven? ¿No les decía yo? Enquilombada como siempre, pero ahí está...

– ¿Sos vos? – se sorprende al verme la Nagrata – ¿y todavía, compañero, sin arreglar la asamblea del miércoles?