El viejo príncipe

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El viejo príncipe

01 Septiembre 2017

Por Agustín Pisani

Podría etiquetar esta pieza como teatro infantil, pero infante implica no poder decir y, especialmente, esta obra lo que hace es hablar. Preguntar, decir, ponerle sonido a los vocablos, danza a los cuerpos y potencia a la escenografía. Habla todo el tiempo porque dialoga con el silencio como una analogía del propio recorrido vital de un ser humano. Ser otro ser. Irse por poder ser. Estirar el tiempo. Es tirar el tiempo. Vacacionar. Construir otros espacios.

Para estar en la obra es probable que necesitemos dejar la mente cotidiana y soltarla al trabajo de los actores. Los tres con un trabajo individual y en equipo notable, reconstruyen las escenas finales de un señor mayor con una simbología propia de la niñez. La intención de la obra podría interpretarse como nominar y explorar un universo propio en donde la imaginación aplasta al sentido común y desconfigura la opaca y gris tarea de un enfermero, de una familia ocupada o de un espectador quizá acostumbrado a que a quienes se inician en la espectación teatral se les convide con caramelo masticado.

Imaginación, juego corporal en un estado de rendimiento óptimo, con la técnica al servicio del mensaje y con el mensaje engrosando los cuerpos, todo sucede desde la fantasía, todo seduce desde la animosidad.

El viejo príncipe o el principito son una manera otra de estar, de existir. Una forma de escapar a la prisión de una cotidianeidad alienante, desvinculante, feroz e implacable. En el círculo de la vida los extremos se juntan para resignificar la percepción, para ampliar las posibilidades. La cercanía a la muerte y al nacimiento tensan una tierna historia comprendida de jirones de relatos a descubrir.

Un homenaje o una respuesta inspirada en El Principito de Antoine de Saint Exupery es la conexión que le permite a César Brie inmiscuirse pura y ricamente con el lenguaje del juego frente al lenguaje de la vida cotidiana. Cuerpos poéticos llevan adelante una historia en un espacio que se desdibuja en tono expresionista. Ya no vemos lo que nosotros observamos, ahora podemos mirar a través de la mirada del principito y eso desplaza al receptor a una lógica lúdica. A dar ese salto hacia una manera otra, una forma en la que el sistema en el que vivimos absorbe y restringe mecánicamente.

No intente sedar con fármacos su percepción, vaya despierto y con la barba crecida o sin celular. Vaya e invítese a repensarse en la amistad, en la atención, en el amor o en el cuidado. Apta para todo público apto a la incomodidad del juego perdido. Vaya con los niños que lo rodeen, incluso sus interiores.

Como cantaba María Elena Walsh: Quiero tiempo pero tiempo no apurado, tiempo de jugar que es el mejor. Así anda nuestro viejo y joven príncipe, el del sombrero como ofensa a la boga, aquel que interpreta al mundo con la amplitud del goce y del juego. Aquel que cuida de su flor como si fuese eterna, porque siente que la flor es efímera como la eternidad.

 

Entradas y ficha técnica:

http://www.alternativateatral.com/obra51202-el-viejo-principe