El Timbre

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El Timbre

04 Noviembre 2018

Por Daniel Mundo

 

Sé que podríamos pasarnos horas debatiendo a qué cosa nos referimos cuando decimos timbre (hablamos acá en concreto del timbre-de-la-casa): si a la campana eléctrica que por lo general está en lo alto de alguna pared de la cocina, o si nos referimos al sonido taladrante que nos anuncia que en la puerta alguien está esperando que le abramos. También podríamos creer que esta disquisición es tan importante como la que desbrozaba la auténtica naturaleza de los ángeles. Veremos que este prejuicio está desactualizado. Lo que quiero decir es esto: la cosa timbre, lo que nos viene a la cabeza cuando decimos: ¡Timbre!, es el riiiiiiiing y no el aparato. La señal etérea y no la campana llena de polvo medio pegado por la grasa. El signo y no la materia.
Compliquemos un poco la cosa. Ingenuamente no sé si consideraríamos que un sonido es una cosa; más bien creo que nos molesta bastante imaginar tal cosa. ¿O me van a decir que una fuga ejecutada por Glenn Gould es una cosa? Pero aún suponiendo que aceptáramos que el sonido es una cosa, sin duda no es tan cosa como lo es el aparato o la campana (obviamente acá no les estoy hablando a los especialistas heideggerianos y sus secuaces). Lo que ocurre en la realidad es exactamente lo contrario. Cuando alguien “toca el timbre” nadie imagina que está acariciando el botón que aprieta o el parlante por el que se difunde la alarma o señal. Tocar el timbre es gatillar una señal. Es obvio.
A esa señal, como sabemos, se responde de tantos modos como habitantes de casas hay. A algunos les gusta generar intriga en el visitante y tardan una eternidad en responder, tanto que el visitante ya había empezado a dudar si el timbre andaba o si había alguien en la casa. A otros, creo que la mayoría, les gusta responder rápido, como para asegurarle al que tocó el timbre que se lo registró y que ya se la va a abrir (acá como ya lo ven me refiero a esas puertas que no se abren “desde arriba” o “desde adentro”). Ahí también los tiempos de respuesta varían: unos corren a abrir, otros se tardan lo suyo, etc.
Tengo un amigo íntimo que no quiere venir a mi casa porque el timbre no anda SIEMPRE. A veces anda, otras veces no. Siempre es el mismo comentario: le abro, nos abrazamos, encara el pasillo y me larga: che, sabés que no anda el timbre, ¿no? A veces anda y a veces no, le respondo. De hecho, pegué un cartelito diciendo eso: Timbre 2 a veces anda a veces no. Llamar al… y pongo mi número de teléfono. Algunos amigos me preguntan preocupados en serio si no me da miedo poner mi número de celular en la puerta de calle. No llego a entender la preocupación. Me da más miedo estar en la Guía.
El timbre, como tantas otras cosas, está en un proceso de desaparición. La gente prefiere mandar mensajito por WhatsApp: AFUERA, que tomarse la molestia de estirar el brazo, separar el índice y apretar el botón

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Durante varios años pensé que el timbre de casa andaba como andaba por unos cables sensibles a la humedad. Hoy me doy cuenta que no importa si llueve o hay sol o está nublado con una sensación térmica insoportable. Depende más del que toca que de los cables. Pero cuidado, esto no ocurre porque haya que tocar de una manera, como ocurre muchas veces: suave, con todo, acomodando un poco el botón, etc.; sino por algo que en principio nos parece inmaterial y efímero: el estado anímico del que toca. Pero ¿qué? ¿estás diciendo que el timbre es el encargado de discriminar si una persona que viene de visita o a controlar la cuenta de luz o a traer un paquete, etc., en ese momento preciso, tiene un estado de ánimo tal o cual? Nuestra imaginación colonizada por la ciencia y el periodismo no nos permite creer tal cosa.
Por lo menos un par de veces intenté arreglar el timbre. De hecho, alguna vez hasta cambiamos todas las instalaciones y durante un tiempo, unos meses, se podía abrir la puerta de calle desde mi casa. Nos resultaba muy insólito tal cosa. Obviamente no prosperó. Con las cosas podemos hacer muchas cosas, pero no podemos pedirles aquellas cosas para las que no fueron hechas. A veces anda otras veces no.