El hombre de ningún lugar

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El hombre de ningún lugar

05 Agosto 2018

Por Rodolfo Cifarelli

Magnetizado. Una Conversación con Ricardo Melogno (Anagrama, 2018) de Carlos Busqued es un collage narrativo de no ficción cuya columna vertebral es la entrevista al antihéroe de la historia. Esta es la segunda obra de Busqued, quien debutó con Bajo este sol tremendo (2008), una novela auténticamente negra, nada sentimental, de factura seca y precisa, con un clima anómico perturbador.

Lo primero que debe decirse de Magnetizado es que se trata de la puesta en limpio de la Bildungsroman de un asesino condenado a cadena perpetua. Porque Melogno es el autor de cuatro asesinatos de taxistas en septiembre de 1982, uno en la provincia de Buenos Aires y los tres restantes en la ciudad no autónoma de Buenos Aires. Fueron ejecuciones a sangre fría, que generaron aún más desconcierto cuando se descubrió que el responsable de las mismas era un joven de 19 años, de semblante calmo, que se entregó sin oponer resistencia.

El collage contiene los recortes de época de los diarios de gran tirada, los informes periciales y entrevistas con Melogno y otros personajes conexos a la historia (el juez, la psiquiatra). El texto de la entrevista con Melogno está básicamente determinado por la articulación entre una escucha atenta y la posición asumida de Busqued, un cara a cara, en el que la necesaria distancia se permite algunos momentos de empatía a partir de gustos comunes (las revistas El Tony, Fantasía, D’Artagnan, fuentes de las fantasías de Melogno). De esto deriva una suerte de novela verdadera que tiene al escritor ajustándose al rol de operador de montaje de hechos y voces reales, como pedía el manifiesto de la literatura fakta de 1929 de Sergei Tretiakov.

Melogno desmenuza su biografía de forma que en las primeras páginas de Magnetizado ya se pueda advertir que la relación con la madre es reveladora para entender mucho, por no decir todo, de lo que seguiremos leyendo.

Mi madre usaba la religión como arma: me recagaba a palos pero me decía que no me pegaba ella, era que Dios me castigaba a través de ella. No era una mujer de pegar a mano, siempre tenía una maderita. (…) Yo me he llegado a mear del miedo en esas palizas.

Hijo de padres que se separaron cuando él tenía ocho años, Melogno pasa los días junto a una madre que “consideraba que los hombres eran un aborto mal hecho”. También, gracias a esa convivencia terrible, intenta suicidarse cuatro veces.

Ella era una mujer muy solitaria, y muy paranoica de la gente. Los consideraba a todos enemigos. Me acuerdo de pasar mucho tiempo solo, ella se iba a trabajar y me dejaba encerrado en mi casa (…) porque todas las personas que estaban afuera eran unos brujos que querían hacerme daño.

El aislamiento, la violencia física y un padre ausente se transforman en nudos que tensarán los hilos del desarrollo de una vida. El otro nudo imposible de soslayar son las ideaciones religiosas maternas ligadas al espiritismo, la otra escena que se desarrolla mediante sesiones en un cuarto contiguo al de un Melogno niño. Desamparado y humillado, Melogno vislumbrará en su adolescencia una salida de emergencia a la realidad asfixiante: la posibilidad de entrar a otro mundo, provisto con los relatos (o con los efectos de esos relatos) de sus historietas preferidas, el único lugar donde podía ser el guionista, el héroe y el personaje secundario.

Me hacía películas, me imaginaba las escenas, las armaba, iba y venía arreglando las mismas historias. De algún modo, todo el mundo vive en una fantasía. (…) Comprar un billete de lotería es vivir de fantasía. Pero es una fantasía normal. La fantasía normal tiene siempre un muro, una traba que te impide cruzar al otro lado. Yo no tuve eso, no hubo ninguna cosa que me detuviera.

Poco antes de los asesinatos Melogno se larga a vivir en la calle. Siente que solamente quiere caminar y no volver a su habitación ni atender el pequeño almacén que le había montado el padre. La realidad paralela de su fantasía ya no lo nutre. Vaga de un lado a otro, es apenas un solitario armado vadeando el aire de la noche, con una historia breve pero viscosa, temeroso de los ojos que lo observan y lo sitian, porque esa es su percepción, la de estar en peligro. Hay que hacer algo. Entonces comienza el raid de ejecuciones. Matar será su fuga fallida a ninguna parte, la objeción a su exilio inevitable en el vacío y al castigo innominado de no haber contado con ayuda alguna para encontrar un lugar donde recostar la cabeza.

Dice M.R., la psiquiatra que trató a Melogno durante siete años, registra Busqued:

La vinculación de los asesinatos con ese mundo de fantasía..., lo más razonable es suponer que lo que tuvo Ricardo fue un episodio psicótico breve. De ser así, durante el tiempo que duró el episodio esos dos mundos se fundieron, se fusionaron. Creo que mientras eso sucedía, él no estaba en la realidad, digamos, la realidad que medio compartimos todos.

El modo en que Melogno lleva a cabo los asesinatos, actos de violencia muda y calculada, reproduce en otra escala el vacío que a partir de determinado momento se agrandó, lo invadió y consiguió dominarlo. Para decirlo sintéticamente: el estallido se produce cuando Melogno debe hacerse cargo de un modesto negocio propio, en plena crisis de la posguerra de Malvinas, poco después de ver por última vez a su madre con un novio evangelista (con el que estaba ya casada y de luna de miel al ser Melogno capturado). Los abusos, el desamparo y otras contraseñas de la vida de Melogno no son por sí mismas causas de un crimen. El eterno enigma de la destrucción de los otros y sus razones últimas persiste.

Tras el último asesinato, el hermano guía a la policía hasta Melogno, “para deslindar de responsabilidades al padre”. Es que fue el padre quien le dio el arma “por seguridad, por las dudas” y quien encontró los documentos de los taxistas muertos, en la habitación del fondo del terreno donde Melogno vivía separado de la casa del padre. Lo que sigue es el espanto, la larga temporada de encierro en los laberintos de un sistema desquiciado. Magnetizado es también, implícitamente, una invitación a respondernos alguna vez seriamente en qué contexto debe un condenado cumplir una sentencia penal. Y queda claro que de todos esos recintos del infierno (Caseros, Devoto, Melchor Romero, en donde en el último de los seis meses de estadía Melogno estuvo desaparecido, la Unidad 20 del Hospital Borda y el Hospital psiquiátrico del Complejo Penal de Ezeiza, donde está hoy), la ya clausurada unidad 20 del Borda fue siniestramente ejemplar en cuanto a la destrucción de sus pacientes.

Todos los años dos o tres muertes por sobremedicación, mucho inyectable. Vos llegabas y te sacudían esos quince días del cóctel 20, en un buzón, y había gente que no se la aguantaba, el corazón no se la bancaba, se moría. No le importaba una mierda a nadie.

Electricidad y magnetismo, el único insert narrativo en tercera persona que se permite Busqued. Aquí la escena post crimen se relata objetivamente, y el punto de vista es también una cámara que capta a Melogno captado por la mirada muerta de la víctima.

Episodios apartes son el paso de Melogno por el fenecido servicio militar obligatorio, la masacre del Rivotril en la cárcel de Devoto, un sorprendente encuentro, conversación incluida sobre religión, con el entonces cardenal Bergoglio (Melogno en su adultez, probablemente como una continuación desplazada de las ideaciones religiosas maternas, adoptó la santería, conjugada con un singular culto al demonio) y, por supuesto, la magnífica escena que da título al libro.

Busqued se anima a un camino poco o nada transitado por la literatura argentina desde hace mucho tiempo. Le cede la voz a un vencido real, penetra en su itinerario, sin recelos ni patetismos, y si hay un gesto ético en Magnetizado es mostrar a Melogno como quien quiso ser y no pudo. Porque contrariamente a asesinos y retorcidos de distintas calañas, Melogno se hace cargo de los hechos y sabe que eso no lo disculpa ni revierte las cosas. No es un hipócrita, no es un monstruo, es humano, oscuramente humano.

Me gustaría ser una persona. O sea, no ocultar lo que fui, pero... ser una persona común. Cuanto más pueda desaparecer entre la gente, mejor. Esa deuda pendiente de ser uno más. Perdido en el montón.