Atrás Hay Truenos: descargas en el vacío

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Atrás Hay Truenos: descargas en el vacío

24 Septiembre 2016

Por Felipe Sáenz

Por los parlantes del escenario sigue saliendo música de fondo, aunque los integrantes de Atrás Hay Truenos parecen estar ya listos. Se los puede escuchar afinar mientras intercambian señas inquietas con el operador. El bajista Diego Martínez comienza a golpear las cuerdas de su bajo con la mano abierta, en una especie de slapping furioso que se escucha claramente por sobre la música. Sus compañeros guitarristas Ignacio Mases y Roberto Aleandri lo acompañan arrastrando las púas por las cuerdas y serruchando frenéticamente en los trastes más agudos. Entre los tres forman una nube de ruido que vibra nerviosa bajo la música de fondo, esperando que esta se apague. Un colchón de ruido en el que el silencio pueda caer cómodo, para poder empezar con tranquilidad el primer tema.

Oriundos de Neuquén pero radicados en Buenos Aires, los Truenos parecen estar buscando constantemente la proporción justa de sonido y espacio. Saben conducir con precisión milimétrica el clima de cada una de sus canciones, a través de paisajes abiertos, texturas irreales y shoegazing bien aceitado. En 2014, la banda abrió el show de los estadounidenses Yo La Tengo en Vorterix, en su última visita al país.


Cada uno de sus tres discos tiene una identidad bien marcada, que sin embargo encaja perfectamente con la evolución del sonido de la banda. Romanza (2012) inunda sus nueve canciones con crudeza sonicyouthera y armonías desarregladas (“La nueva bola”), que a veces se van y dejan respirar a guitarras y voces flotando melancólicas por el espacio (“La cabellera del río”). Su sucesor Encanto (2013) se anima a meter en la mezcla letras cortas y simples, entretejidas con progresiones un poco más melódicas pero no por eso menos intensas.

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En Bronce (2016), los Atrás Hay Truenos diluyen la distorsión de los discos anteriores y la reemplazan con sintetizadores prolijos y melodías derretidas. La tormenta que suena en este tercer disco es más luz que ruido; Bronce es más sereno, más apacible, como si aceptara la melancolía heredada de sus antecesores en vez de luchar contra ella.

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En vivo, sin embargo, es fácil notar que las canciones de este último disco también saben imponerse cuando hace falta. El baterista Héctor Zúñiga se levanta de su asiento para marcar con fuerza las baterías de Bronce (tema que le da el nombre al albúm), mientras que Aleandri y Mases resaltan las guitarras con un poco de sana distorsión. La voz de Aleandri resuena con fuerza aún cuando canta despacio, y siempre encuentra un lugar donde acomodarse en la tormenta de sonido que construye cada canción. Afuera el cielo probablemente esté despejado, con una temperatura fresca y agradable. Adentro, la gente se pierde en un pogo feliz, bailando con los truenos que estallan cada vez más fuerte desde el escenario.