Argerich en el CCK: brilla tu luz para mí

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Argerich en el CCK: brilla tu luz para mí

18 Julio 2015

Por Juan Ciucci

Voy a ver a la Argerich. Lo terminé diciendo con pudor, porque la reacción en casi todos era de una profunda envidia, sana en algunos casos. Eso le daba a toda la escena mucho de mística, de espacio esperado, un encuentro fundante. Raro en tiempos de retirada, de fin de ciclo, y diversos etcéteras. Un cierre cultural a tanto que ha venido pasando, un duelo reconciliable entre la alta cultura y la popular.

“No les sobra una entrada, ¿no?”, decía la señora en la fila. Había pasado los 60 hace rato, y entre divertida y resignada, ante las sucesivas negativas decía: “Bueno, al menos la peleo”. Como ella había varios pululando las filas, con una necesidad casi existencial de verla.

La Ballena Azul llena, inverosímil casi estar ahí, difícil no sorprenderse ante tamaña sala. La espera es ir divisando estos lugares, los rincones, una estructura bellísima, las caras de los que vinieron, encontrar a diversas personalidades que han venido. El público es también un resumen de estos años, esa extraña mezcla que es el kirchnerismo, es un concierto de este tiempo.

Y de pronto entra ella. Despacio, cómoda, intranquila, sorprendida. Hay algo extraño en todo su ser, en este estar en escena, en la espera hasta que se encuentre con el piano, ese ser amorfo hasta que ella lo defina con sus dedos. Comienza y algo se ilumina, o podríamos decir todo. Un ser en un instante de plenitud, en una conexión casi imposible, inabarcable.

Sería difícil asegurar que se encuentra ahí, sentada, tocando el piano. Sin dudas lo está, o eso parece o a eso vinimos; pero a su vez uno tiene la certeza de que en ese mismo instante podría estar en otros lugares, quizás tocando otro piano, otras canciones, con otras orquestas. O navegando dentro de esas notas que tan solo escuchamos, en esos textos que le dicen algo más que lo que debe tocar, para ella no parecen ser partituras. Si difícil es saberlo, más aún tratar de decirlo.

Ella se concentra, disfruta, duda, se deja llevar, vuelve, se pierde. No para de gesticular, entre divertida y preocupada. De a ratos, cuando el concierto le da un momento libre, pispea entretenida la sala, de costadito, un instante. Después sigue, avanza la noche, lo que se supone de ella esperamos. En otro tiempo libre, mientras escucha a los demás, se detiene un poco más en la sala, mira a todos los que la miran. Uno imagina tantas otras salas, otras gentes que la escucharon, que la escuchan ahora, transmitida.

Suele pasar que un “evento” así planteado nos expulse, nos agote antes de arrancar, con tanta expectativa y preparativos. La estrella que llega, y quienes nunca la vimos corremos a verla, ahora, porque pareciera ser el momento de hacerlo. Mañana quizás ya la olvidamos, ante esa otra estrella que nos prometerá un poco más de felicidad.

No es el caso, claro, a pesar de lo monumental que termina siendo todo. Ella se escapa de esa trampa que la realidad parece ofrecerle. Y en ese escape nos arrastra, a nosotros que la oímos, a los que con ella están ahora tocando, a estos sonidos. Un momento en el cual la obra excede los decorados que la pueden contener, una epifanía que en muy raras ocasiones podemos apreciar. Un privilegio. De verla, de compartir ese tiempo con ella.

En un rapto de cordura, uno recuerda su carrera, los diversos esfuerzos atravesados para lograr esta “naturalidad”, la permanente exigencia, la ingrata realidad del ejecutante. Ella parece sobrevolar ya esas incertidumbres, o eso cree uno, la manifestación irrepetible de una lejanía. Nos invita a sumergirnos con ella, a intentar flotar en la estructura, la partitura, el universo estructurado.

Se despide relajada, va y viene por el escenario, se renuevan los aplausos, debe volver a escena. Toca unos bises, vuelve a saludar, se va, debe volver. Se acerca a donde estaba uno sentado, saluda, agradece, se va. Un privilegio, un recital gratuito, un público diverso, un escenario inverosímil. Una noche de invierno, apacible. Difícil salir sin sentir que algo se ha modificado, que algo de ella nos ha iluminado, de un modo trascendente.

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